Opinión

Cultura bajo asedio: el alma de Venezuela en peligro

Para secuestrar la conciencia colectiva, el poder ataca directo a la cultura, que es expresión del alma de los pueblos. Paola Bautista de Alemán, estudiosa de la política y editora del libro "Autocracias del S. XXI: caso Venezuela", invita a pensar en esto

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En “Civilización, cultura y espontaneidad”, Ortega y Gasset reflexiona sobre las actividades espirituales del hombre. Es un texto corto y sugerente. Como en otras oportunidades, el filósofo español ofrece pistas para animar la curiosidad intelectual y existencial. No pretende agotar temas o alcanzar universales. Es una invitación a pensar.

El autor precisa tres clases de actividades espirituales: la civilización entendida como los mecanismos -en sentido amplio- que regulan y hacen posible las relaciones humanas, la cultura que es “la decantación de nuestras potencias y apetitos primigenios” en el obrar y, por último, “los ímpetus originarios de la psique” o el temperamento que inunda nuestro ser. Las tres están relacionadas. Las dos primeras -civilización y cultura- están impregnadas por la tercera. Por tal motivo varían según el tiempo y espacio.

Hagamos el ejercicio no exhaustivo de trasladar estas categorías al alma de un país. En la civilización podremos encontrar -entre otras cosas- el ejercicio de la política, entendido como el espacio de intercambio entre personas que comparten territorios e intereses. Distintos factores pueden afectar su calidad, pero quizás el más importante es su relación con la justicia. Los venezolanos tenemos una experiencia vital que nos permite advertir esto con especial claridad. Cuando abunda la injusticia, la política se convierte en un ámbito hostil donde predomina la violencia y el uso de la fuerza. Y ocurre de igual manera, al contrario: cuando prevalece la justicia, impera la paz y el uso de la razón.

Veamos ahora la cultura. Según Ortega y Gasset, en su dimensión humana es “decantación de nuestras potencias y apetitos primigenios, es más bien que vida, precipitado de vitalidad…”.

En el alma de un país, la cultura es el producto vivo de su tradición, de su historia, de sus circunstancias y de sus impulsos. Es la traducción de sus deseos, temores, anhelos, frustraciones, afectos y sentimientos. Las expresiones culturales son el testimonio de un momento que trasciende. Quienes son parte de esa comunidad ponen inteligencia, talento y técnica al servicio de la patria y materializan lo que -para bien o para mal- forma parte de su ser. Así se va decantando la vida y se produce el bien, que no es “bien” por estar lleno de bondad, sino por ser parte de un patrimonio compartido que revela lo que fuimos, lo que somos o lo que deseamos ser. Parte relevante de nuestra identidad.

Pasemos ahora a lo último: “los ímpetus originarios de la psique”. Me he atrevido a compararlo con el temperamento humano. Debo confesar que al leer la frase pensé en cada uno de mis hijos. Recordé cuán distintos son. Han nacido de la misma madre y del mismo padre, pero son únicos. Traen un sello de fábrica… quizás esos son los “ímpetus originarios de la psique” de Ortega y Gasset.

Ocurre lo mismo con los países. Tienen temperamentos propios. Solzhenitsyn se refirió al “alma de las naciones” y a sus custodios. Para el nobel ruso la literatura y el lenguaje son los principales protectores cuando el espíritu común se ve amenazado. Una vez más: es la cultura que abraza la existencia que la anima. Por eso no extraña que los poderosos que ambicionan secuestrar nuestra conciencia dirijan sus ataques a los creadores y promotores de la cultura.

Vuelvo entonces al temperamento… al originario y al que se forja en el camino. Porque esos ímpetus originarios, por no decir naturales, se pueden ir transformando a través de los años. Y vemos países que después de sufrir terribles holocaustos emergen desde el perdón o naciones que se quedan atrapadas en un círculo vicioso de venganza y terror.

Siendo la cultura la expresión del alma de los pueblos y un elemento fundamental para el desarrollo de la política, consideramos que es un elemento fundamental para ayudar a comprender el momento presente.

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