Opinión

Messi y Chiellini: la alegría como recurso para ganar

Lionel Messi y Giorgio Chiellini vivieron de una manera tan libre y despreocupada sus torneos que sirvió, y mire que de gran manera, para que sus selecciones fueran campeonas

Publicidad

Varas imágenes han quedado en la retina de los aficionados al termino de la Copa América y de la Eurocopa; dos torneos que iniciaron de manera muy diferente y que terminaron con la misma pasión por la sazón con la que transcurrieron. La improvisada Copa América tuvo en sus etapas cumbres partidos de altísima calidad y una final soñada para quien tiene por gusto el fútbol, incluso con más atención o revuelto que ese hermoso Italia-Inglaterra.

En medio de esa resaca de fútbol y de saudade porque ya culminaron los dos torneos de selecciones que mantuvieron al mundo conectado a la televisión, surgen dos elementos que quiero destacar por su romanticismo, por su esencia y olor a pureza de éste deporte. Están directamente ligados a dos personajes que llevaron en volandas y capitanearon a los combinados de sus países. Hablo de Lionel Messi y Giorgio Chiellini.

El conmovedor abrazo que le brindaron sus compañeros al «10» argentino fue una descarga enorme para las críticas que sobrepusieron la responsabilidad de tener que alcanzar un título con su selección al astro del Barcelona. Y es que él mismo lo asumió como un reto personal, pero estoy seguro que surgió por tanta crítica y comparación antipática con el Dios del fútbol de ese país, Diego Armando Maradona.

Nos hemos encargado de establecer criterios comparativos para calificar a los seres humanos como mejores o peores en el desempeño de sus labores, sin entender y asumir que los humanos son eso, humanos, y que sostienen su desempeño y sus logros partiendo de un día a día en el que se involucra cualquier variable que puede sufrir, padecer o vivir cualquier persona. Los estados de ánimo son tan vinculantes como una buena preparación física, nutricional o atlética para su labor. No nos importa qué puede sentir o pensar, nos importa sólo que esa máquina responda.

La mejor versión de Messi (coincidimos todos) en su historia portando la camiseta de su selección ha sido, sin duda, la que vimos en esta Copa América. Y fue justo cuando comenzamos a destacar el juego colectivo del equipo, justo cuando nos identificamos que todo el peso de la carga del resultado y el juego no deben depender de su capitán. Messi jugó y quienes le rodean también. Así se veía contento, involucrado, alzando la voz por los suyos y mandando. El Messi más comprometido apareció cuando no se le exigió el compromiso.

Messi no jugó por su país porque sus compañeros jugaron por él. Así se hizo una comunión perfecta, un complemento ideal para alcanzar las dos cosas que todos querían: ver a Argentina otra vez campeón y ver a Messi campeón con su Argentina. Al genio lo veíamos disfrutar con los demás compañeros del plantel en redes sociales como nunca antes lo habíamos podido ver. Dicharachero, conversador, pero sobre todo, contento, feliz. Así jugó Lio la Copa América.

Quizá la obligada burbuja por la maldita pandemia permitió que no estuviera tan preocupado por el entorno y lo hizo involucrarse con quienes le idolatran y se la jugaron todas por él: sus compañeros de equipo. Así, celebró como uno más y se sentó a hablar con Neymar y Leandro Paredes después del partido sin importar lo que nadie opinara. Mantuvo su esencia, recuperó su fútbol de origen, hasta con sus fallos, y así fue realmente feliz.

El otro ejemplo es el del capitán italiano. Chiellini vive sus últimos días en el fútbol con la intensidad que jamás tuvo, con la exigencia que debe convivir el líder de una selección que es potencia y sufrió la reciente humillación de quedar fuera del último mundial. La Italia de Roberto Mancini juega, juega bien, pero la razón que esgrime su técnico para lograrlo es lo humano, el grupo, la comunión, la unión. Y ahí Chiellini fue el líder de todos.

Mientras todos estaban tensos por ir a una prórroga o por tener que definir un pase desde el punto penal, Giorgio hacía ver todo como si fuera la visita a familia n domingo. Cargaba y empujaba en tono campechano al capitán rival, cantaba el himno con la fuerza de un gladiador romano pero con una sonrisa de niño toscano, gritaba una contra a manera de joda cuando su país se estaba jugando nada menos que el título europeo.

36 años encima el italiano, 34 el argentino. Ambos sin vínculo contractual profesional. Desamarrados de sus clubes, vivieron de una manera tan libre y despreocupada sus torneos que sirvió, y mire que de gran manera, para que sus selecciones fueran campeonas. A ver si comenzamos a entender que para ganar, no se debe librar una guerra ni concebir cada partido como algo de vida o muerte. Si ellos están cómodos, si ellos están contentos, lo demás vendrá por añadidura.

Publicidad
Publicidad