Opinión

¿De qué lado de la Historia se pondrán?

¿Hasta dónde alcanza la "locura" y la ambición de Vladimir Putin? Esa es una pregunta que surge en medio de las tensiones con Ucrania. Pero más pertinente es preguntarse, ¿le acompañan en esto los militares rusos? Carolina Jaimes Branger ilustra con un ejemplo histórico

Occidente enfrenta a Putin en Ucrania y más allá
Sergei SUPINSKY / AFP
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Las tensiones entre Rusia y Ucrania tienen en estado de máxima alerta a quienes conocen de las implicaciones y alcances de un eventual enfrentamiento armado entre ambos países. Putin, megalómano y mitómano, está dispuesto a embarcarse en un conflicto de grandes dimensiones sin tener siquiera los medios económicos para hacerlo. Quiere resucitar a la Unión Soviética, con su inmensa carga de dolor y pérdidas… ¿Acompañará China a Rusia en esa locura? Ciertamente, los chinos han ofrecido “apoyo”. Pero de ahí a sacar dinero, ahora que su economía es la segunda mayor del mundo, hay un trecho.

Por su parte, Ucrania está dispuesta -y aparentemente preparada- según su presidente Volodimir Zelenski: “Ucrania «no tiene miedo» y se sabría defender ante un ataque ruso”. Pero Zelenski sí pareciera estar consciente del peligro que una guerra contra Rusia podría traer a Ucrania, a sus aliados de la OTAN e incluso, al resto del mundo. Putin, no. Me pregunto si los generales rusos lo van a obedecer. Y es bueno recurrir a la historia para conocer cómo resolvieron quienes desobedecieron órdenes irracionales:

«El Führer está loco». Esta fue la conclusión a la que llegó el general alemán Dietrich von Choltitz la última vez que se reunió con Hitler en el año 1943, según narran Dominique Lapierre y Larry Collins en su famoso libro ¿Arde, París?, basado en las memorias del general, de las que tomaron ese nombre.

Poco después de esta reunión, von Choltitz fue designado gobernador de París, la máxima autoridad de la Francia ocupada. Corría el año de 1944. Las tropas aliadas estaban acercándose cada vez más a la Ciudad Luz, la resistencia francesa arreciaba sus ataques contra los debilitados alemanes y de Alemania llegaban órdenes de no dejar piedra sobre piedra si se acercaban más los ejércitos enemigos, que venían arrolladores desde Normandía.

Ante la inminente entrada de los aliados en París, Hitler dio la orden definitiva:

«Dispuso que varias rampas de bombas volantes apuntaran contra París y que se preparara y se dotara de munición al gigantesco mortero Karl, que lanzaba proyectiles de 2.200 kilos».

La mañana del 25 de agosto de 1944, a través de un ayudante, Hitler preguntó desde Rastenburg a von Choltitz: «¿Arde París?».

La respuesta del secretario del cuartel general alemán que estaba establecido en el Hôtel Meurice fue:

«El comandante está con el general Philippe Leclerc».

Leclerc era el jefe de la Segunda División Armada de Francia, y quien condujo al asalto final para la liberación de la capital francesa.

«Entonces… ¿no arde París?» preguntó el ayudante desde Rastenburg.

«¿Cómo dice?», preguntó el secretario de von Choltitz.

«¿París está ardiendo, sí o no?», volvió a preguntar con impaciencia el ayudante.

«No, no está ardiendo. Escuche…»

Volteó el auricular del teléfono hacia la ventana abierta, y hasta Rastenburg llegaron las notas de La Marsellesa, el himno de Francia y el gozoso repique de todas las campanas de todas las iglesias de París.

Las bombas no destruyeron a París porque Choltitz y sus generales, aún cuando de seguro temieron por sus vidas y las de sus familiares, no obedecieron esas órdenes.

«Choltitz tomó la decisión de no ejecutar la orden del Führer. En su lugar optó por resistir lo más posible, proteger la vida de sus hombres y reducir el daño en un escenario de por sí sangriento».

Von Choltitz, además de que se negó a obedecer las órdenes de Hitler de destruir París, se las ingenió para distraer a sus lugartenientes que estaban prestos para detonar las bombas colocadas en los puentes y hacer llover otras tantas sobre la ciudad.

«La Historia no me lo perdonaría», dijo.

La conclusión es que ante las órdenes de un loco, no puede alegarse obediencia debida. Gracias a la conciencia de von Choltitz no murieron millones de personas y se salvó una de las ciudades más bellas del mundo para la humanidad, para la civilización y para el futuro.

La obediencia debida fue el alegato que usaron muchos oficiales alemanes en los juicios que enfrentaron al terminar la guerra, alegato que fue rechazado contundentemente por los jueces y que estableció jurisprudencia en todo el mundo.

Von Choltitz fue juzgado en Nuremberg y sentenciado a una corta pena, después de la cual gozó de plena libertad hasta su muerte en 1966. Muchos de sus compañeros -que sabiendo como von Choltitz que Hitler estaba loco y aún así lo obedecieron- murieron en la horca o fusilados. Y es que la justicia siempre llega. Más temprano o más tarde, pero llega, como les llegó a aquellos oficiales, ministros y adláteres de Hitler, como les ha llegado a tantos otros cómplices de crímenes y desmanes, abusos y atropellos.

Los turistas que pasean en los «bateaux mouches» del río Sena escuchan a los guías turísticos decir «y esto que estamos viendo no estuviera aquí si no hubiera sido por von Choltitz».

Y es que la Historia castiga a los malhechores, pero también premia a los justos. ¿De qué lado de la Historia se pondrán los militares rusos?

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