Invasión en Ucrania

Los sonámbulos caminan de nuevo mientras Rusia abofetea a Europa

El avance de Putin en Ucrania ha sido una bofetada inesperada para la Unión Europea, y muy fuerte ya que mostró que no se trataba de asegurar dos provincias de Ucrania, sino de apropiarse de un país entero para colocar un gobierno títere. Muchos titubean sobre si llamar imperialismo a esto, aun cuando las características son ineludibles. Europa parece no aprender lecciones. Escribe desde Alemania el periodista y académico Ivo Hernández, docente en la Universidad de Muenster.

Rusia de Putin desafía a Occidente
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En un libro publicado de forma casi exactamente coincidente con el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial -la llamada Ur-Katastrophe, o “Catástrofe primigenia” dicho en alemán- el Prof. Christopher Clark (1) acertó con la metáfora de llamar sonámbulos a las naciones europeas y sus líderes, quienes moviéndose de forma semi-consciente llevaron a sus países y a la región al mayor cambio histórico producido por una guerra. Al final y en menos de un lustro, cayeron cuatro  imperios y se redibujó completamente el mapa de Europa, Asia y varias zonas intermedias.

Poco mas de un siglo después, con un doble reinicio institucional del mundo a cuestas, casi desde cero (en 1945-47 y 1991), y por lo que parece, con poco aprendizaje del pasado, Vladimir Putin amenaza con replantear la dinámica geopolítica. Y al abrir su movida bélica en Ucrania se ha topado con mucho del actual liderazgo europeo nuevamente en un estado semi-onírico.

Para quien haya estado atento a la escritura en la pared, sin embargo, la secuencia de hechos que mueven los pernos de la historia, y que escapan al sensacionalismo cotidiano, nada en esto es casual. Por el contrario, se percibe la lógica de una velada persistencia que anima nuevamente el anhelo expansivo de Rusia sobre sus vecinos.

Lejana hasta que sucede

Pende en la memoria colectiva la expresión que se atribuye a la emperatriz rusa de origen alemán Catalina la Grande: la mejor manera de cuidar y asegurar mis fronteras es ampliarlas. Tres siglos después, e igual que otros antecesores, aunque muy a su modo, V. Putin prosigue eso que pudiera parecernos ya un destino manifiesto ruso a costa de sus maltrechos países colindantes.

“La guerra siempre parece algo increíble, algo lejano, hasta que sucede”, ha dicho una de las jóvenes residentes de Kiev ante la sorpresa de los bombardeos rusos que, lejos de ser una operación pacífica, han avanzado a la toma del poder e invasión (¿imperial?) de un vecino incómodo para sus intereses.

Y pudiera decirse que hasta hoy, el mayor error de Ucrania habría sido confiar en Occidente; confiar que podría desarrollar su economía pacíficamente como país tránsito de los gasoductos con que Rusia surte a buena parte de Europa, con exportaciones de granos, y quizás, al final del túnel, con una integración mejor a los mercados europeos.

La embriaguez colectiva del “fin de la historia”, donde supuestamente las naciones democráticas se encargarían de promover la difusión de esas expansiones de derechos obtenidos, de las libertades que provienen de las democracias liberales, ha vuelto a fallar como tesis sustancial.

El viejo oso ruso tiene otras intenciones geopolíticas y entre ellas no está admitir gobiernos pro-occidentales en su cercanía.

La Invasión a Ucrania: ¿La tercera guerra mundial?

Seguramente no, ni tampoco una nueva guerra fFría. Ambos son conceptos que han ido quedando desactualizados, fuera de contexto, en favor de nuevos planteamientos de conflictos modernos como la doctrina Primakov. Esta resucita tanto el ámbito de áreas de influencia de la geopolítica antigua de Mackinder y los demás, como la posibilidad de una guerra híbrida, planteamiento flexible y moderno que parte de saber aprovechar las debilidades y vulnerabilidades de Occidente.

En este sentido, la movida ucraniana copia y amplia los derroteros ya trazados en Georgia, 2008.

Se habla nuevamente de zonas aparentemente “pro-rusas”, donde rescoldos de población se mantienen mas cerca de Moscú que del gobierno local. Como en Osetia y Abkhazia; en el 2014; y ahora, Luhansk y Donetsk. Todas sirven a un mismo propósito: lograr primero que Occidente acepte la presencia de una zona «buffer», rusa, una zona desde la cual operar. Y desde allí Rusia establece un lento y progresivo dominio del territorio vía financiamiento de capas de ese complejo andamio que es la guerra híbrida, fuerzas paramilitares y de ciberataque incluidas.

En esto aparece la internet, las nuevas formas de desinformación, y todo un elaborado menú de desestabilización.

Pero hay mas: pacientemente, Rusia ha ido cooptando regímenes no democráticos en la zona. Bielorrusia y Kazajstán son dos ejemplos, ofreciendo apoyo veloz en momentos de turbulencia, algo que las democracias difícilmente pueden dar.

Hablamos de envío de tropas, apoyo logístico y técnico, dinero en efectivo, etc. Todo hecho desde Moscú a la velocidad de una orden ejecutiva, maniobrabilidad de la que las democracias carecen.

Putin ha ido replanteando el equilibrio de fuerzas sin prisa pero sin pausa, tal que, si bien todo parece igual visto en la superficie, el tejido de alianzas y deudas se ha profundizado y la “Federación Rusa” lentamente va tomando un parecido geográfico de vasos comunicantes con la antigua URSS. Pero ahora sin el freno idiotizante de un marco socialista al cual pretender obedecer, sino con la flexibilidad de un régimen híbrido: autoritario en lo político y oligárquico en lo económico.

Nuevamente todos los caminos llevan a Moscú, y al idioma, que nunca desapareció como lengua franca. Sin dialectos, ha vuelto ha renacer poderoso.

La punta de un Iceberg

Recopilando los hechos sucedidos en las zonas que rodean al mar Negro y al mar Caspio, casi desde hace una década, se puede ver la coherencia geopolítica del pensamiento estratégico de Putin. De hecho la invasión relámpago de Ucrania, sea lo que sea que cuaje de ella finalmente, ha sido la resultante de una reagrupación de fuerzas donde incluso gobiernos occidentales, partidos políticos, ONG y otras instituciones han sido debidamente comprometidas.

Las denuncias sobre apoyo o bases militares rusas en Latinoamérica, Venezuela en particular, pudieran revestir más exageración funcional que realidad estratégica. Pero tampoco se trata de repetir la historia: no serían las bases misilísticas de N. Kruschev en Cuba en 1962. Están mas cerca de ser el compromiso brindado a regímenes no democráticos, créditos, apoyo logístico y demás, para sostener con ellos alianzas tanto económicas como de apoyo político que pueda ser útil en momentos como estos. Nuevas formas de áreas de influencia, por decirlo de algún modo, quizás con toques de replanteamiento neocolonial.

No se trata nunca de relaciones horizontales: el «know how» y el poder siempre están de un sólo lado. Del otro, los mandatarios sirven a la ocasión, unos por corrupción y otros quizás por nostalgia, y se van entrampando en solidaridades de las cuales luego es complejo salir.

En este orden de ideas, Rusia ha sabido también consolidar alianzas con partidos de la izquierda postmuro, o nueva izquierda, entelequia de sectores oportunistas que han remozado sus apetencias de poder en base al dinero del petróleo venezolano y algunos cambios en la teoría del poder y la acción social salidos de Cuba. Así vemos como ante la invasión a Ucrania, o ante el continuo accionar del avance ruso, se producen los esperados apoyos o los convenientes silencios.

El partido “Podemos” en España es un ejemplo, o mas allá, el llamado ”Grupo de Puebla” coordinado entre otros por el ex socialdemócrata Rodríguez Zapatero.

La inútil ONU

Además Rusia preside en estos momentos el llamado Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, esqueleto reducido y anoréxico de lo que fue alguna vez una estructura de apoyo, y sabe la importancia del “debate”, es decir, de usar los mecanismos internos de la democracia, contra la democracia misma.

En estos momentos de la invasión a Ucrania, es Rusia quien conduce este recurso institucional. Allí, cada voto, cada excusa o aclaración, cuenta. Occidente se ve frenado por los mismos mecanismos político-liberales que ha creado, dando cabida a una condición de análisis-parálisis debidamente coordinada. Ya se sabe: las no-democracias trabajan a niveles operativos mas rápidos, carecen de los mecanismos de control de las democracias, y cooperan entre si a niveles mas profundos. Las democracias, por forma y protocolo, se ven limitadas por su estructura y función. Porque quien hoy decide, puede mañana no estar, porque debe validar su mandato, sus decisiones, en las urnas.

Biden tibio

Esto pudiera explicar parte de la renuencia y tibieza del gobierno de los Estados Unidos a involucrarse más o de forma más expresa en el caso ucraniano. Con una pésima evaluación de su primer año de gobierno, J. Biden se aproxima a las llamadas “mid-term elections”, elecciones de mediados del mandato ejecutivo, donde se reafirma o se renueva la plantilla de representantes en el Congreso.

Todo indica, si hacemos caso a las encuestas, que Biden podría llevar a su partido a una derrota histórica sobre la cual pende la figura, jamás desvanecida, de su antecesor D. Trump. Tal aritmética pudiera, o bien haber estado en los cálculos previos de Putin, o en cualquier caso, favorecerla.

Luego de varias experiencias negativas con retiradas apresuradas y deshonrosas, la última de ellas en Afganistán, la opinión pública norteamericana se mantiene reacia a mandar tropas a conflictos ajenos. Y en estricto sentido Ucrania es más un problema Europeo que americano, aunque en medio se encuentre la OTAN, sus nuevos redimensionamientos y propósitos, y una nueva era en la defensa continental.

El momento determina la ocasión

J. Biden y V. Putin se vieron las caras en Ginebra, en Junio del 2021. Resquemores sobre la pandemia aparte, la agenda de entonces tenía tres puntos básicos, además de otros subpuntos: los ciberataques ejecutados desde Rusia a ciertas instituciones en Occidente; el tema de los DDHH puesto sobre la mesa por el caso Navalny, un opositor mas a quien la administración Putin habría tratado de envenenar, y que una serie de casualidades fortuitas hicieron que fuese llevado de emergencia a Alemania, donde milagrosamente le salvaron la vida. Y también, bajito para evitar escándalos, el tema Ucrania.

El líder opositor Navalni, en tiempos mejores.

La reunión duró cerca de cuatro horas y las declaraciones fueron en cierto modo divergentes. Un recién electo Biden, tratando de capotear los eternos rumores sobre su fragilidad física, habló con el tono de alguien que vino a buscar explicaciones y compromisos para su país y para el mundo occidental. La cortina de hierro, no existe, es cierto, pero quedan los avíos desde donde se colgaba. Y eso pocos, de lado y lado, lo olvidan. Putin al terminar, fue mas escueto: es muy distinto a su antecesor, dijo. Y lo críptico del mensaje dejó toda la semántica a manos de la imaginación.

Un periodista presente despejó luego la ecuación de forma tajante: fue una remembranza del encuentro Kruschev-Kennedy en los 60´s donde aquel curtido campesino ucraniano le vio las costuras al muchacho de Harvard. Así, Putin no habría visto en Biden el sujeto que detendría su avance en Ucrania. Allí, se dijo después, fue cuando se habría decidido la invasión.

La debilidad occidental

Biden entonces, y con él mucha de la mentalidad occidental, portaba la soberbia económica que nos caracteriza, como si todo fuesen números del PIB: la rusa es, ciertamente, una economía que en términos productivos escasamente se compara a un país mediano de la Unión Europea.

El metadiscurso, entonces como ahora cuando se hace patente, era de tácita trayectoria: Putin debía caminar derecho y hacer lo que se le dice, so-pena que se desatasen sobre Rusia los rayos y truenos de las sanciones, mismas que ya se había iniciado en castigo a acciones pasadas, y que podían empeorar.

Esta línea de razonamiento sigue parámetros conocidos: las sanciones apuntan siempre a la flotabilidad de la moneda, a encarecer la deuda y aumentar el riesgo país, de modo que cualquier crédito de desahogo, cualquier apelación a los mercados de capitales sea difícil o imposible.

Por ahí va parte de la lógica. Pero todo adolece de un talón de Aquiles: las sanciones, en toda su fina arquitectura nunca tienen un plan B. Nunca se pensó que, al igual que los organismos, también los países van elaborando mecanismos, caminos y formas para evadir esas férulas que, vale decir, se desgastan con el tiempo. El continente que inventó la Ruta de la Seda desde hace milenios, seguramente sabrá deshacerse de tan burdas esposas. Y lo está haciendo.

sanciones contra rusia
Joe Biden y Vladimir Putin: contrastes. Fotos: Eric BARADAT y Pavel Golovkin/AFP)

Un petro estado

Si las reuniones de la Sra Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, con la Sra von der Leyen, presidenta del Consejo Europeo, pueden apuntalar una nueva sastrería de sanciones a la medida en retaliación a la invasión de Ucrania, un petro estado como Rusia seguramente sabrá como ir reduciendo la influencia de estas medidas, más aun cuando países como Alemania, en medidas difíciles de comprender, afianzaron su portafolio energético sobre las frágiles relaciones con un régimen autoritario como el de Putin donde hoy no es lo mismos que ayer.

Además, Asia conjuga en estos momentos al mayor productor de gas del mundo, junto al mayor consumidor del mundo. La simbiosis es cuestión de tiempo. Occidente no ha renovado su esquema mental sobre Asia y la obsolescencia es patente a varios niveles. Si no, basta ver la elasticidad con que en el mercado internacional se mueven los sancionados ayatolas iraníes.

¿Y Ahora?

Empecemos por lo positivo: los aparatos de inteligencia de Occidente han funcionado. Pudieron prever las acciones casi en tiempo real. Algunas de las sanciones también han servido. Sin embargo, la lista de errores y descalabros son enormes, sobre todo de parte de Europa. Un ejemplo: la llamada Energiewende, desacople de la energía atómica en el portafolio nacional ejecutado por Alemania, es tema que merece estudio por sí mismo, pero que ha distorsionado la normalidad de las relaciones entre Rusia y Alemania, llegando al caso en que un excanciller alemán sea hoy día un alto ejecutivo de Gazprom, la poderosa empresa estatal de gas ruso. Todo eso es un disparate con consecuencias.

A Ucrania se le conminó a entregar el arsenal nuclear soviético del que poseía control logístico, no operativo, luego de los acuerdos de Budapest de 1994. En el 2014, se le sugirió aceptar la situación de dos de sus 24 estados con presencia rusa, y de paramilitares rusos. Siempre se pensó que Occidente velaría por ese país que trataba de dar pininos democráticos e incorporarse al mundo libre. Pero nada de lo prometido fue concreto. El sugerido ingreso a la OTAN, algo que habría impedido lo que hoy vemos, jamás llegó. Excusas y argumentos, claro está, hay miles.

Un apuesta

El avance de Putin en Ucrania ha sido una bofetada inesperada para la Unión Europea, y muy fuerte ya que mostró que no se trataba de asegurar dos provincias de Ucrania, sino de apropiarse de un país entero para colocar un gobierno títere.

Muchos titubean sobre si llamar imperialismo a esto, aun cuando las características son ineludibles.

Rusia vuelve a caer presa de su historia y de allí pueda que salgan las claves para desenredar este amasijo de intenciones, supuestos y abstenciones. Un territorio tan enorme difícilmente se acoplará por mucho tiempo a una idea, menos a una persona.

Nicolás II tomó sobre sí la conducción y responsabilidad del ejército en la Primera Guerra Mundial y ello fue su fin. La derrota de los ejércitos imperiales de Rusia fue entendida y asociada como la suya propia. Putin ha hecho de esta escalada neo imperial un tema de su propia agenda. Podrá ganar si Europa lo permite. De resto, la derrota, cuando llegue, será sólo suya.

[1] C. Clark (2014) Sonámbulos: Cómo Europa fue a la guerra en 1914. Ed Galaxia Gutemberg.

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