Opinión

Hacer de todo para ahorrar tiempo

Luis Enrique Sequera inicia su colaboración en El Estímulo con esta columna en la que habla de los cambios en el beisbol, desde la perspectiva de un niño que escuchaba los juegos en la radio y de la de un jugador de softball que nunca pensó que una regla de este deporte podría ser adaptada en las Grandes Ligas

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Con este trabajo en El Estímulo, retorno a la formalidad de la escritura. Vuelve a la realidad la pretensión de ser leído por mucha gente y a través del mejor escenario posible.

El tema, eso sí, será el mismo de siempre: beisbol. Ese deporte que desde niños nos ponía a soñar a través de la radio y, posteriormente, valiéndonos de la televisión como medio de comunicación. Primero la vimos y, con el tiempo, formamos parte de ella.

No obstante, las características del juego de mis amores, no son las mismas de las noches de Puerto la Cruz, en las que me iba a la cama temprano con el radio debajo de la almohada y generaba ojeras inexplicables al día siguiente. Ni siquiera se equiparan a lo que encontré como herramienta de trabajo hace treinta y dos años.

Al beisbol, el deseo mercadotécnico le insertó situaciones y pensamientos que distan mucho aquellos que hicieron nacer esa “inocente adicción” por el juego.

Es un objetivo extraño, sin duda, el de la oficina del Comisionado: reducir a cualquier costo el tiempo de juego. A diferencia del fútbol (el americano y el soccer); el hockey y el baloncesto, el beisbol no cuenta al reloj entre sus aliados. Cada juego, desde la creación, debe necesariamente tener un ganador y en caso de que no se produzcan carreras, o al llegar la parte final de cada choque, persista algún empate, deberán jugarse los innings necesarios para que ese vencedor, a fuerza de carreras, termine celebrando.

La NBA y la NFL se han transformado en una suerte de enemigos invencibles, capaces de aglutinar cada vez mayores cantidades de fanáticos y seguidores alrededor del mundo. Se habla, por tanto, de una reducción en el número de aficionados que no están dispuestos a sacrificar tanto tiempo viendo un espectáculo deportivo. El baloncesto y el fútbol americano, disponen de un reloj que determina la duración del show. Incluso, la presencia del tiempo como elemento que obliga estrategias especiales para el desempeño expedito, ha sido un aditivo lleno de emociones.

El beisbol, por ahora, no cuenta con la formalidad devenida en cronómetro que tenga carácter influenciador en el desarrollo del juego. Se estima que para la temporada de 2023 se incorpore un contador que ponga límites al espacio en segundos que un lanzador pueda utilizar entre cada uno de sus pitcheos. Esa medida, estiman, reducirá en algún modo la duración de los encuentros.

Algunos se muestran a favor de la presencia del reloj en MLB, mientras que otros tantos consideran esta modalidad como un elemento “restrictivo que obliga tanto al pitcher como al bateador a ejecutar a un ritmo ajeno a sus necesidades”. Ergo, un sector no comparte la imposición cronológica que hará su entrada triunfal durante la zafra del 2023.

La aparición de la pandemia COVID-19 marcó un punto importante en materia de trato al beisbol. Se incorporaron dobles carteleras con juegos de siete innings cada uno; se redujo a la mitad la temporada del 2020 y apareció la figura del “corredor automático” en los extrainnings. Esa aparición misteriosa de un hombre en la segunda almohadilla al comenzar las entradas extras, generó innumerables comentarios. Incluso alteraría la manera de manejar las anotaciones oficiales con respecto a lanzadores ganadores y perdedores.

Un elemento llegaba a posición anotadora sin mérito alguno y se transformaba en un dolor de cabeza para los serpentineros. Era una decisión fruto de la emergencia y la necesidad implícita de acelerar la definición del juego.

Se tenía como un hecho que, para la edición del 2022, desaparecería esta medida y todo sería parte del recuerdo ligado a una enfermedad que mantuvo al mundo paralizado durante muchos meses. Aún hay consecuencias severas de esa pandemia y se han conocido nuevos brotes y apariciones de otras manifestaciones que obligan a no bajar la guardia en materia de salud.

Sin embargo, y a pesar de que entre los anuncios del Comisionado, Rob Manfred estaba la abolición de la también conocida como “regla panamericana”, comenzaron las opiniones de managers que apoyaron vehementemente las bondades que esta norma tan criticada ofrecía al deporte de las bolas y strikes. Se mantenía con poco uso el cuerpo de lanzadores y, una vez más, aparecía la reducción de tiempo de juego como efecto colateral. Era como un bálsamo para quienes afirmaban que el factor tiempo era uno de los causantes del éxodo de muchos a las graderías de otros deportes que no resultaban “eternos, como un juego de beisbol”.

A fin de cuentas, complacer al Comisionado y su grupo de trabajo resultaba una medida conveniente. La regla se mantuvo y hoy día campea heroica, erguida e insertada en el juego, a pesar de su anunciada muerte.

En mis tiempos de jugador de softball, una característica diferenciadora implicaba llegar a primera base por boleto intencional, sin ejecutar los cuatro lanzamientos de rigor. Lejos estábamos todos de pensar en que esa forma de llegar a la inicial alcanzaría al mejor beisbol del orbe. Era un proceso simplificador que, de nuevo, lucía como otra excusa para evitar extensiones de tiempo “innecesarias”. ¿Qué tanto habría que hacer para que, con el beisbol, se pudiera planificar una programación de televisión sin tener que lidiar con las quejas de las estaciones y los patrocinadores que habían pautado en otros segmentos diferentes a los juegos de MLB?

Una vez pude escuchar a un ejecutivo de la televisión venezolana conversando con el productor del espacio deportivo y preguntarle: ¿por qué esos juegos duran tanto…no puedes poner al aire uno que dure dos horas?

Y sí, después de todo, se instauró la llegada a primera base, sin lanzamientos, cuando era boleto intencional. Un viaje directo de los terrenos de softball “sancocheros” hasta los diamantes más hermosos del universo.

Otro elemento, que para muchos pasó desapercibido, contemplaba que el lanzador que llegase en plan de relevo debía obligatoriamente enfrentar al menos tres bateadores. A juicio de muchos, era un atentado a la libre manera de dirigir un juego de beisbol. Muchos monticulistas forjaron su carrera convirtiéndose en “pitchers situacionales”. Esos que venían a enfrentar a un solo toletero para dar paso a otros acostumbrados a laborar más entradas. Ahora, ese relevista tenía que enfrentar a dos elementos más, sin importar si el historial era claramente adverso ante esos dos artilleros a los que la regla obligaba a enfrentarse.

De poco valía dominar al que podía si luego el camino del juego lo llevaba a lidiar con otros que históricamente lo habían castigado con batazos.

Algunos elevaron su voz de protesta, pero ya ese aparte de las reglas había llegado para quedarse. Había muerto el lanzador situacional… al menos el que podía enfrentar exitosamente a un solo enemigo.

Un punto que tiene preocupado al sector arbitral de MLB guarda relación con la eventual posibilidad de que se instaure una zona de strikes electrónica. Evidentemente, reduciría el margen de apreciación de los umpires, que se verían “dominados y maniatados” al depender de un dispositivo que les indicaría cuando sentenciar un lanzamiento en strike.

Si, la historia registra numerosas equivocaciones arbitrales que han cambiado el destino de un juego e incluso de alguna serie importante. No obstante, relevarlos de la elemental posibilidad de sentenciar en el home plate solo quitaría de la ecuación el influjo del factor humano en las decisiones regulares de un encuentro de beisbol. Ya bastante autonomía se perdió con el advenimiento de las repeticiones que se solicitan en cada juego. Y éstas, aunque han ido perfeccionando y optimizando su aplicación, en ocasiones tardan más de lo esperado para arrojar un resultado.

Bryce Harper, estelar jardinero de Phillies de Philadelphia, llegó a manifestar su apoyo a la autonomía arbitral, considerando que el factor humano ha estado desde siempre en el deporte y que sería un paso peligroso entregar toda la responsabilidad de las sentencias a una máquina.

Y hay aún más cambios por aplicar. Algunos están en fase experimental en el sistema de ligas menores. Debemos, por tanto, estar preparados para ver el incremento del tamaño de las almohadillas o un montículo algo más lejano.

Todo, en gran medida, con la esperanza de que cada juego dure menos tiempo y pueda, quizás, equipararse a la forma en la cual otros deportes se llevan a cabo.

Recordando al niño de Puerto la Cruz, radio transistor bajo la almohada incluido, sería  difícil contabilizar la cantidad de regaños y ojeras derivadas del trasnocho o el extrainning que me hubiese ahorrado con solo desaparecer el lanzador situacional; activar un reloj para apurar a los pitchers o poner un corredor en segunda en entradas extras.

Falta mucho aun… pero falta menos.

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