Opinión

"The land of the free"

Es curiosa la maraña de interpretaciones que se da a la "libertad" en Estados Unidos. Carolina Jaimes Branger escribe sobre esto a propósito de la independencia y la reciente ola de atentados

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Pensé escribir sobre el aniversario de nuestra «independencia», pero una nueva matanza masiva en los Estados Unidos me hizo cambiar de opinión a última hora.

Viví en los Estados Unidos entre 1981 y 1984. Una época de oro, sin duda alguna. Ronald Reagan era presidente. Reagan, como furibundo anticomunista que era, aupó un crecimiento militar gigantesco, incluyendo el sistema de defensa antimisiles llamado «Star Wars» que, a pesar de no haber sido implementado, contribuyó de manera significativa con la súbita implosión de la Unión Soviética. Sin embargo, ya había síntomas que podían haber encendido las alarmas de la locura que el primer país del mundo iba a terminar siendo a la vuelta de 40 años.

Bajo la presidencia de Reagan, también floreció el movimiento llamado «Moral Majority» -«Mayoría Moral»- fundado por el tele evangelista Jerry Falwell, quien se convirtió en el vocero de los fundamentalistas cristianos, alarmados por una serie de acontecimientos que, en su opinión, amenazaban con socavar los valores morales tradicionales del país. Estos incluyeron el movimiento de derechos civiles, el movimiento de mujeres, el movimiento de derechos de los homosexuales, la moralidad sexual relativamente permisiva que prevalece entre los jóvenes y la enseñanza de la teoría de la evolución versus el creacionismo. A pesar de que los Estados Unidos son un país laico, en el mandato de Reagan la Iglesia y el Estado se entrelazaron de manera incomprensible, pero así fue. De hecho, hasta su hijo Ron Reagan Jr. reconoció la inacción de su padre y la lenta respuesta de su administración a la crisis del sida.

Trump buscó ese mismo apoyo, y respaldó la «libertad religiosa» como ariete contra los derechos LGBTQ y la elección reproductiva de las mujeres. Debo decir en descargo de Reagan que pareciera que él era creyente. No puedo decir lo mismo de Trump.

Cuando los Padres Fundadores aprobaron la Constitución del naciente país, estaban seguros de que el poder no era, como creían los ingleses, un «derecho divino». El poder venía del pueblo y debía ser para el pueblo. «We, the People…» es una de las frases más hermosas para definir un país, aunque las mujeres, los esclavos y los hombres pobres de aquella época no podían votar y pasarían muchos años antes de que pudieran hacerlo. Sin embargo, el esfuerzo fue la votación más democrática del mundo hasta ese momento. De hecho, George Washington proclamó el 26 de noviembre de 1789 como «el primer día de Acción de Gracias» y la razón de la fiesta nacional era para dar gracias por la Constitución.

Esa misma Constitución ha sido usada, a lo largo de más de doscientos años, para luchar por los derechos de “We, the People”, y paulatinamente más personas se incluían dentro del concepto de gente. Hasta que se permitió incluir a la religión cristiana dentro del manejo del Estado. Como cualquier otro fanatismo, resulta «curioso» que aquellos que invocan la «libertad de religión» realmente se refieren a la libertad de ser fanáticos. «¿A quién podemos negarle el servicio?», pareciera ser la pregunta. Comienza con las personas LGBTQ. ¿Qué pasa con las parejas no casadas? ¿Qué pasa con las personas divorciadas? ¿Qué pasa con los negros? Lo peor es que los fanáticos encuentran justificación para casi cualquier cosa en la Biblia.

La «libertad de religión» suena más suave que la rabia anti-LGBTQ abierta, que podría asustar a los votantes y donantes. Y es que tiene que haber una apariencia de amabilidad para poder seguir ganando adeptos y seguir ganando dinero. Porque sí, esos predicadores ganan muchísimo dinero diciendo lo que los fanáticos desean escuchar. Que sus razones sean honestas, la verdad, me cuesta creerlo.

Encima de esta inextricable mezcla de religión y gobierno, está la interpretación de las «libertades», como la de poder adquirir armas. Un amigo que vive en EEUU comentaba en un chat hoy que «su hijo de 16 años tiene derecho a manejar solo o a comprar un arma, pero no puede pedirle al banco la restitución de su tarjeta de débito por ser menor. Un soldado puede ir a la guerra a los 18 años, puede salvarle la vida a su batallón, pero no puede celebrarlo con una cerveza hasta no tener 21 años…». Una maraña de conceptos y, a mi modo de ver, muy mal entendidas libertades…

Lo cierto es que en la época durante la que viví en EEUU aprendí a querer y a admirar ese país y jamás me imaginé que iba a verlo rodando cuesta abajo a la vuelta de tan pocos años. Ojalá se imponga la sindéresis y vuelva a ser lo que dice su himno: «The land of the free».

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