Opinión

Ronald Acuña o la nueva manera de ver beisbol

Detrás del retiro del jugador de los Tiburones de La Guaira hay una historia más compleja que aquí detallamos. Ahora bien, lo sucedido ante los Leones del Caracas nos lleva a una pregunta de fondo: ¿debemos tomar los llamados "perreos" como algo natural y común en el juego de pelota?

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Es importante y de trascendencia manifiesta tocar el tema del momento: un jugador decidió dar por terminada su estadía en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional a través de las redes sociales, después de que se produjeran algunos inconvenientes con sus familiares en el área de las tribunas.

Todo hubiese sido, probablemente, solo una anécdota pasajera si no se tratase de una de las estrellas del firmamento de las Grandes Ligas: el estelar jardinero de los Bravos de Atlanta, Ronald Acuña.Jr.

Comencemos formalmente…

Quizás todo haya comenzado con la extraña decisión del conjunto de Atlanta, cuando optó por poner obstáculos a la presencia de Acuña en el Clásico Mundial de Beisbol al mismo tiempo en el que abría las puertas a la participación del jugador en la serie final venezolana entre Tiburones de La Guaira y Leones del Caracas.

El atleta, ficha de la plantilla litoralense, agotó las instancias en materia de trámites ante su organización en Estados Unidos y obtuvo el anhelado permiso por un espacio de 10 encuentros.

Los salados pudieron alinear por primera vez a su máxima figura y el sueño de muchos fanáticos, del equipo y del propio jugador, se cumplió.

El destino tendría reservado un capítulo más en la historia de Acuña y su club venezolano: La Guaira logró llegar a la final, luego de transitar con éxito la ronda regular y un estresante Round Robin. Fue una oportunidad única para todos los involucrados. Y finalmente el propio pelotero dio la campanada que hizo frotar las manos de una gran cantidad de seguidores de la pelota criolla: el outfielder estaría de nuevo uniformado, ahora en la Gran Final.

Sin duda, una esperanzadora noticia para Tiburones y una espaldarazo a lo que había sido el torneo en el renglón de participación de jugadores venezolanos importantes en la gran carpa.

Acuña fue, probablemente, el primero de nuestros embajadores peloteriles en afirmar su deseo de vestir la casaca patria en el Clásico Mundial que se materializará en marzo de este año 2023.

Sin embargo, una rueda de prensa cargada hasta de incertidumbre en la traducción del español al inglés, prendió las alarmas: al parecer, a los Bravos no les agradaba la inclusión de Acuña en el roster venezolano del Clásico y su entrada en acción estaba en veremos. Todo esto, muy a pesar de las declaraciones del jugador que siempre se mostró inclinado a ser uno de los miembros de la escuadra criolla.

A estas alturas, no se sabe con exactitud si estará o no en el evento. Los argumentos de su equipo en MLB relacionados con su salud (razones de peso para no autorizar la participación del joven jardinero), aun tejen las bases para no facilitar que el uniforme sea distinto al de Bravos de Atlanta. De ser sólidas las pruebas y argumentos, seguramente habrán dado con el punto exacto de no retorno y la selección vinotinto estaría padeciendo una ausencia difícil de sustituir.

¿Y el caso en la final?

Sin duda cargó Acuña desde su llegada a Venezuela con el peso impuesto por un sector que alegaba que su no intervención en el Clásico Mundial era por voluntad propia y no a instancias del conjunto de la Liga Nacional. Ronald, una vez más, ratificó su deseo de estar con el grupo venezolano, pero aclaró que el staff médico de Bravos tendría la última palabra.

Entonces, arrancó la final. Tiburones perdió el primer juego a pesar de batallar y amenazar con empatarlo hasta el último momento. Se daba por descontado que Acuña precisaría de poco tiempo para estar listo y a tono para colaborar con su plantilla.

Durante el segundo choque apareció el batazo que propició una ola de comentarios en toda la estructura del beisbol en Venezuela y buena parte del mundo: un soberbio cuadrangular que puso a soñar a Tiburones con la posibilidad de ganar el juego. Con la conexión, el designado de La Guaira celebró efusivamente y pareció responder con esa fiesta gestual a los abucheos que desde el primer día había recibido por parte de los parciales caraquistas.

La piel beisbolera de muchos no dio para más y las críticas no se hicieron esperar. Consideraron los movimientos de Acuña como exagerados e irrespetuosos y eso desencadenó otro punto complicado en toda esta historia: hubo muestras de intercambios poco sutiles en las tribunas entre un sector del público y los familiares de Ronald. Desde el terreno de juego, el jugador contempló preocupado el desarrollo de los acontecimientos que quedaron plasmados en videos aficionados de quienes rodeaban el lugar del impasse.

La “bomba” llegó minutos más tarde, con el juego en pleno desarrollo. Una historia en la cuenta de la red social Instagram del jugador, anunciaba que se despedía de la liga venezolana de beisbol. Daba por terminado su paso por la final y culminaba el post con un lapidario “los quiero”.

¿Estamos ante un nuevo modo de ver las celebraciones?

Este no es un tema nuevo. Desde hace unas temporadas se maneja con mucho cuidado el asunto de los llamados “perreos” o celebraciones cargadas de mucha vehemencia. Esas celebraciones tienen puntos encontrados de aceptación. Mientras unos la ven como afrenta directa a la majestad del juego, otros sencillamente la ven como la manifestación espontánea de la contemporaneidad reflejada a través de jóvenes exponentes de la disciplina.

El beisbol de Grandes Ligas tiene rato tratando de hacer regresar al fanático a los estadios y quizás haya caído en cuenta de que esa manera irreverente y jubilosa de resaltar cada logro se convirtió en acción que esos muchachos a quienes quieren rescatar o “robar” de otros deportes, aprueban y disfrutan.

Como las estadísticas cada vez más complejas y específicas, que tanta reticencia de aceptación tenían al principio, estas manifestaciones habría que comenzar a tomarlas como algo natural y común en el juego de pelota.

Los cambios, aunque en muchas ocasiones no nos agraden, hay que aceptarlos, aunque les pongamos el asterisco de la reserva en el gusto. Ergo, puede no agradar a alguien, pero no por eso desaparecerá en virtud de que, otros tantos, quizás muchos más, sí terminen disfrutando de esas maneras. Punto.

¿Y en resumen?

Posiblemente la piel de algunos tendrá que adaptarse a lo que se vive hoy día. Lo que poco a poco se instaura como una norma de celebración, en poco tiempo ya no será motivo de comentarios.

Lo ocurrido con Acuña y su entorno en el juego (protestado por La Guaira por incluir el Caracas a un jugador bajo particulares características), debe ser tomado con pinzas para su análisis.

El público, aún pagando su entrada, no obtiene automáticamente el derecho al insulto y descalificación de un jugador y mucho menos a la familia de este, si fuese el caso.

La violencia, desde cualquier lado que provenga, será siempre negativa y en su lugar debe privar el consenso y la concordia. E igualmente debe ser objeto de sanciones si su empleo perjudica la integridad física de las personas involucradas o no en un asunto de esa naturaleza.

Cada quien se maneja, en toda instancia posible, bajo sus propios términos de conducta. El punto común es la responsabilidad personal que esa manera de transitar la vida les atribuye. Si hace un daño, responde por el. Si es agredido, procurará su defensa de la mejor y más civilizada manera posible. Solo así podríamos garantizar la convivencia sin violencia.

En este caso, si Acuña no va al Clásico, Venezuela pierde un valioso aporte en el terreno de juego. Si no retorna en la final con Tiburones, habrá perdido la plantilla del Litoral una de las pocas oportunidades de disfrutar del talento de uno de los peloteros más impactantes en el beisbol de los últimos tiempos.

También la Liga sacrificaría algo del brillo que el pelotero aporta a la reputación del torneo, aunque al fin y al cabo, se trata de una disciplina de equipo en la que la cohesión grupal es la que termina ganando los campeonatos.

Ya veremos qué arrojan desde Atlanta con el caso de Ronald y la selección criolla en el Clásico. Esperaremos por la decisión final del pelotero y su versión de los hechos. Los fanáticos aún conservan la esperanza de que todo pueda solucionarse, mientras el equipo se debate entre pronunciarse o no con relación al golpe que implica perder una estrella de esa magnitud en plena final.

Queríamos una final intensa, y hasta el momento -incluso con elementos fuera del diamante-, parece haber cumplido.

¡Aún falta mucho… pero falta menos…!

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