Solo hay 140 camas disponibles en el piso tres para hospitalización. La mayoría de los baños están dañados y en los pasillos hay gotas de sangre seca que manchan el piso. Los pacientes esperan mucho tiempo por una operación, mientras algunos quirófanos tienen meses cerrados por remodelación o por algún equipo dañado
Si quieres usar los ascensores del hospital Clínico Universitario debes hacer cola. De los ocho que están instalados solo funcionan dos. Es fácil perderse aquí adentro. La estructura está diseñada como un gran rectángulo y los pasillos se dividen con pequeñas mesas que coloca el personal de seguridad a manera de alcabalas para alejar a los curiosos y merodeadores.
Es la noche del sábado 19 de marzo de 2016.
El piso tres es la primera parada luego de emergencias. Hay 140 camas que sirven para Medicina Interna, donde se hospitalizan a personas que esperan por una cirugía electiva o padecen de alguna enfermedad crónica.
Uno de ellos es Silverio González de 32 años. Oriundo de Puerto Ordaz, se trasladó a Caracas el 3 de marzo luego que le removieran un cáncer tiroidal en un centro de salud de su ciudad. Mientras cumplía con la quimioterapia, tuvo complicaciones respiratorias y fue sometido a una traqueotomía de emergencia. Su esposa, Thailett de González, lo cuida.
“El personal nos ha tratado muy bien. Sin embargo, no hay gasas, alcohol, o Povidine. Yo soy quien le cura la herida en la garganta, y me ha tocado dejarlo solo un par de veces para salir a las farmacias y ubicar los insumos que me hacen falta”, cuenta su mujer.
Ella tiene mucha fe de que Silverio saldrá caminando del hospital. Pero en su mirada se nota la rabia de tener que acumular una decena de botellas con agua potable por toda la habitación porque en el Clínico no hay. También, limpia todas las noches porque el personal de mantenimiento no tiene desinfectante o cloro para los pisos.
Una enfermera entra a la habitación para instalar en la vía de Silverio una bolsa de sangre lista para la transfusión. El tubo está un poco roto por lo que gotas rojas caen sobre la cama y el piso. La enfermera arregla el desperfecto y balancea entre los dedos de Silverio el tubo para que no se vuelva a dañar. Él procura no mover su brazo derecho para que la vía no se rompa y con la mano izquierda lee una pequeña Biblia que le trajo su mujer.
Piso 3
Los pasillos están mal iluminados. En el piso 3 hay sangre seca que para algunos sirve como punto de ubicación entre las habitaciones. Los baños están dañados, y por todo el lugar se escucha un eco constante de una gota que se escapa de un grifo dañado.
Pedro Merchán está hospitalizado en el área de cardiología para hombres. Desde el 17 de enero espera una operación para que le retiren un tumor de su columna.
Sobre su cama hay un periódico del día y un libro de V.C. Andrews. Hay que acercarse mucho a él para escucharlo, su voz representa la debilidad de su cuerpo. Cuenta que desde mediados de febrero consiguió todos los materiales para que lo operaran, pero cuando le llegó su turno la directiva del hospital le informó que el intensificador de imágenes del quirófano donde estaba asignado se dañó.
“Ojalá y pronto salga mi operación”, dice. Sus hermanas lo cuidan; y desde su trabajo, una venta de materiales eléctricos para casas y oficinas en La Yaguara, no han dejado de depositarle su quincena. Lo único que quiere es salir caminando y no regresar jamás.
El hospital Clínico Universitario tiene 25 quirófanos. Diez están en el piso seis y no todos están operativos. La primera razón es que no hay personal suficiente para hacerlos funcionar, por lo que durante cada rol de guardia se activan seis. El resto está ubicado en los 12 pisos del edificio. Algunos tienen equipos dañados o están en remodelación.
Diariamente unas mil personas llegan aquí para buscar o recibir tratamiento según datos del Consejo de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela. Debería haber al menos 300 camas disponibles por ser un hospital del tipo 4.
Piso 9
En el piso nueve está Pediatría. La emergencia pediátrica fue mudada para acá en noviembre del año pasado porque el aire acondicionado del área donde funcionaba -justo frente a la emergencia para adultos- se dañó. Con un promedio de atención de 140 niños al día, este lugar siempre luce abarrotado. Solo hay ocho camas para atención primaria y de resto se ubica a los pacientes en sillas.
La lista de los insumos que hacen falta es larga y no hay para hacer tomografías. Los niños caminan por los pasillos, usan tapabocas y saludan a todos. De las lámparas cuelgan decoraciones de colores, y en una pared están dibujados personajes de caricaturas infantiles.
Dos morochos de tres meses reciben el primer baño de su vida ese mismo día. Su mamá es una muchacha de dieciséis años que vive en pobreza extrema y llevó a los niños porque no dejaban de llorar. Ambos tienen sarna en las piernas y heridas en la cabeza, en conjunto con una infección severa que les dejó gusanos en varias partes de su cuerpo. El personal médico los trata con amor, como si fuera la primera vez que alguien los quiere con certeza.
Ahora, toca ver si hay los antibióticos adecuados para tratarlos. Una de las enfermeras trata de educar a la madre sobre el cuidado de los bebés, pero ella tiene la mirada vacía y solo reacciona cuando tiene que ayudar a vestir a sus hijos.
Piso 10
En el piso diez está el área de obstetricia. Nada más hay sesenta camas disponibles, por lo que el ingreso de parturientas es restringido. Por lo general, entre 100 y 120 mujeres al día se presentan esperando dar a luz. La sala de parto cuenta con ocho camas y cero privacidad. Las mamás deben parir casi una al lado de la otra, y si el parto no se complica, en menos de 24 horas son dadas de alta para permitirle un espacio a otra. A las mujeres se les pide un kit para ingresarlas: una bata quirúrgica, un muda de ropa interior, jabón de baño y alcohol.
No hay anestesiólogo, así que las cesáreas y embarazos de alto riesgo deben ser remitidos a hospitales como el Domingo Luciani o la Maternidad Concepción Palacios. Mientras que la parte de neonatología cuenta con 14 incubadoras. Insuficientes para los 25 casos diarios que se reportan en el hospital y requieren de esta máquina.
En la sala de espera está María García de 29 años, es su cuarto embarazo y esta mañana se le subió la tensión. Tiene riesgo de preeclampsia durante su semana 33. Primero fue a la Concepción Palacios y le dijeron que no había lugar; luego fue a la Santa Ana y fue la misma historia; y antes de llegar al Clínico, pasó por la Clínica Popular de El Valle y ahí le dijeron que no tenían los insumos necesarios. “Estoy cansada y tengo miedo. Solo quiero que el niño nazca bien”, señala.
Se le nota en las manos que está asustada, no deja de sobárselas. Luego de contar su historia, se levanta y le pregunta a una de las doctoras dónde puede encontrar un baño. Al parecer hay uno disponible al final del pasillo.
Cita por cédula
A las diez de la noche el personal de limpieza cierra partes de las escaleras para lavarlas. Con varios tobos llenos de agua baldean el piso y lo cepillan. El agua sucia se arremolina en cada uno de los escalones y con haraganes de plástico escurren el líquido hasta planta baja. Es un espectáculo surreal ver como la mugre cae en forma de cascada. Huele a cañería.
En algunas paredes hay pegado un anuncio que llama la atención de todos. Ahora las citas semanales para las consultas de especialidades se darán por número de cédula. ¿La excusa? “Mejorar el servicio”.
Un detalle particular es que en cada uno de los pisos hay Hojas de Domingo. En los escritorios, en las camas, y hasta dobladas entre las lámparas. Le pregunto a un familiar que está en el piso tres de dónde salen, y me dice que una señora se encarga de repartirlas todos los domingos.
La misa se celebra en una capilla al lado del área de auditoría. Cuando le pido a una enfermera que me diga dónde queda, me indica que busque donde hay muchas personas reunidas afuera. Que no me vaya a confundir con la Emergencia del hospital.
Tal parece que ambos lugares siempre tienen demasiada gente.
Lea Una noche en el Hospital Clínico Universitario (Parte II).