La angustia de no poder amamantar y que no haya leche de fórmula
Una mujer con VIH debe rogar que semanalmente una ONG le done un pote de leche de fórmula para poder alimentar a su hija de 8 meses. El Estado debería garantizar su alimentación, pero no lo hace; y las latas de leche, que pueden costar hasta 25.000 bolívares en la farmacia, son tan escasas como las iniciativas del gobierno para solucionar la crisis humanitaria
El día que Kathy Luna respiró por primera vez, hace ocho meses, su mamá fue diagnosticada con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). El instinto de la bebé al oler a su mamá y buscar el pecho que la alimentara por primera vez pronto tuvo que ser modificado para evitar que se contagiase con la enfermedad. La niña depende de fórmulas lácteas para sobrevivir pero su mamá, Carolina Luna, de 36 años de edad, no puede asegurárselas. Vive en un rancho de una habitación con otros siete hijos, no tiene trabajo y dice que desde que fue diagnosticada nadie accede a contratarla, y no tiene un esposo que la apoye económicamente. “Le di pecho durante 48 horas cuando estaba en el hospital porque no sabía, luego me explicaron que no podía amamantarla. Después hubo una semana en que le di pecho porque estaba desesperada. No tenía nada más. Le daba crema de auyama y agua con sal”, cuenta Carolina.
La niña bajó mucho de peso, o quizás nunca subió. A los tres meses de vida, la balanza apenas señalaba 3 kilos. Sus brazos y su espalda mostraban cada hueso. “Se puso tan flaca que yo pensaba que se me iba a morir”.
Desde ese momento han pasado dos temporadas en el Hospital J. M. de los Ríos para tratar de estabilizar la salud de Kathy. A través de la organización no gubernamental Prepara Familia ha podido asegurar parte de la alimentación de la bebé con donaciones semanales.
El resto de sus hijos tienen edades entre los 2 y 16 años, y aunque físicamente sí pueden digerir sólidos, el dinero no les alcanza para hacer tres comidas al día. La niña de 7 años también presenta síntomas de desnutrición. Duermen “uno encima del otro” en una cama matrimonial y una individual, en su casa en Santa Lucía, una de las ciudades dormitorio de los Valles del Tuy, a unos kilómetros de Caracas.
“A veces nos acostamos a dormir sin comer. Comemos arroz picado, el que le daban antes a los animales”, dice la mujer. Confía en que los mangos que recogen de las calles mantengan a sus hijos nutridos, a pesar de que no comen carne, pollo o huevos.
Carolina se hace los chequeos de rutina por su condición en el Hospital Domingo Luciani, donde también le entregan el tratamiento antirretroviral. Sin embargo, no sabe cuál es la presencia del virus en su sangre porque no hay reactivos para hacerse ese examen. Por lo pronto, la lactancia materna está totalmente contraindicada.
Que la mamá amamante a su bebé es lo ideal. La Organización Mundial de la Salud recomienda la lactancia exclusiva hasta los dos años de edad, pero hay casos, como el del VIH, en que es imposible.
Tampoco es correcto en pacientes con leucemia, en quimioterapia o radioterapia, con cáncer de mama, y según el riesgo que represente para algunas enfermedades crónicas como cardiopatías, colitis ulcerosa, epilepsia o depresión. Escasez y precios inalcanzables
Desde dos años la escasez de fórmulas lácteas se ha agudizado. Las latas desaparecieron de los estantes de las farmacias y supermercados y se asoman tímidamente cada tanto a precios cada vez más caros.
La última vez que el Farmatodo de Santa Eduvigis, al este de Caracas, tuvo inventario de Nan Pro de 0 a 6 meses había que pagar 25.000 bolívares por 400 gramos.
La hija de Reina Salazar depende de que su madre pueda comprar una de esas latas pero de leche de soya. Valery tiene 9 meses y fue operada de una malformación intestinal que la llevó a padecer desnutrición crónica y retardo del crecimiento.
Pesa 5,7 kilogramos y además de la leche de su mamá requiere el complemento de soya para poder mantenerse sana.
“A los 6 meses, cuando la operaron, estaba tan obstruida que hacía pupú por la boca”.
Sus papás también han contado con ayuda de donaciones pues no pueden costear los gastos cuando logran conseguir el producto.
En el interior del país se repite la historia. El hermano de Monica Gauta sale desde Chabasquén, en el estado Portuguesa, hasta el estado Mérida en busca de alimento para su hija.
“Cada pote lo venden en 150.000. La niña tiene 48 días de nacida y cuando comenzó a sufrir de ictericia, el pediatra le recomendó a la mamá que dejara de darle pecho hasta que se estabilizara”. Salvar vidas debe ser prioridad
La mortalidad materna, en franco crecimiento de acuerdo con los últimos datos revelados por el Ministerio de Salud, también deja a niños sin su fuente primaria de alimentación. En un año, de 2015 a 2016, la muerte de madres durante el parto en los 40 días posteriores a dar a luz aumentó 66%.
En el servicio de Nutrición del Hospital de Niños, los médicos hacen uso de las donaciones para apoyar a aquellas familias que por alguna razón requieren de fórmulas lácteas para dar de comer a los bebés.
“Hay mamás que producen leche insuficiente y otras con el agravante de ser mamás desnutridas. A ellas debemos complementarlas. Si no reciben fórmulas, algunos niñitos no suben el peso que deberían”, indica Ingrid Soto, jefe del servicio.
En ese departamento han atendido a niños bajos de peso porque sus madres, al quedarse sin opciones, les dan tetero con cereales, agua de plátano o arroz, o leche completa. Todas nocivas para el aparato digestivo de los bebés.
“Pueden generarse diarreas y desnutrición. La cantidad de calorías y proteínas en esos casos son inadecuadas. Algunos de esos niños se han enfermado y desarrollado kwashiorkor (tipo edematoso de desnutrición en la que el niño se hincha)”, completa la doctora.
Las jornadas de evaluación nutricional que realiza Cáritas han contabilizado que 25% de los niños que asisten son llevados por sus abuelos, bien sea porque la madre falleció o porque están buscando formas de conseguir alimentos. Esa, cree Susana Raffalli, asesora de nutrición de la organización religiosa, es otra de las razones que está imposibilitando la lactancia materna y por la cual es necesaria socorrer a los niños.
Luego enumera el estrés, que puede afectar la generación de leche; la cantidad de embarazos no deseados por falta de anticonceptivos y el aumento de los abandonos. “Uno deja de hablar de crisis y empieza a hablar de emergencia humanitaria cuando vemos muertes. Y eso es lo que estamos viendo. El objetivo de toda ayuda humanitaria es salvar una vida, no con qué lo haces. Si hay que recurrir a las fórmulas lácteas para que los niños no mueran, habrá que hacerlo”, comenta, anticipándose a la crítica de quienes creen –y ella concuerda- que la lactancia materna es la mejor alimentación para los pequeños.
Los bancos de leche, asegura, serían insuficientes aun cuando estuvieran en pleno funcionamiento. “Para una emergencia a escala, que afecta a todo un país, los bancos de leche difícilmente pueden resolver la situación. Habría que tener una nodriza por cada mamá que se muere, que se enferma, que abandona al niño”.
No obstante, Raffalli advierte que el uso de fórmulas lácteas no puede promoverse “a la ligera”. Debe hacerse a través de promotores de salud, que evalúen la situación de la madre y del niño y que dé las indicaciones pertinentes. “En una emergencia la misión no es promover la lactancia materna. Si hay que salvar la vida de un niño, hay que hacerlo con lo que sea, así sea con una fórmula”, sentencia.
El Ministerio de Salud tiene programas en los que se debería acompañar a las familias que por razones biológicas la lactancia materna no es ni siquiera una opción. La escasez arropa al Estado e impide que se auxilie a la población más desprotegida: la niñez.
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