Salud

Diálisis en Venezuela, una carrera contra la muerte

En un país donde el sistema de salud está en terapia intensiva, los pacientes de diálisis que no pueden costearse su tratamiento viven un calvario para poder tener un cupo y conectarse a una máquina que puede salvarles la vida

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Lo único que se escucha en la sala es el pitido de las máquinas, que marcan cada segundo que pacientes como Juan Villamizar pasan conectados a un aparato de diálisis en un centro público de Caracas, tras una larga búsqueda por un cupo.

Hipertenso y diabético, una subida de tensión lo mandó a la emergencia de un hospital, en el que pasó más de 20 días internado. Los médicos informaron a los familiares que sus riñones funcionaban a 10%.

«Esto es dramático», dice Juan, de 65 años. «¿Sabes cuántas personas hay (esperando)? No alcanzan estos centros. Esto no se da abasto».

Su hijo le consiguió el cupo en el centro de diálisis Hugo Chávez, en Caracas, después de tocar puertas en decenas de hospitales. En el Clínico Universitario, en profunda crisis presupuestaria, el servicio de nefrología está destinado a pacientes hospitalizados, como Juan en su momento.

Cuando recibió el alta, comenzó el calvario.

Uno… dos… tres hospitales. Idéntica respuesta: no hay lugar. En uno, recuerda su hijo Edwin, la enfermera le dijo: «anótate en la lista a ver si muere o fallece algún paciente. Es la opción que tienes». «Salimos corriendo», relata.

Buscó por semanas hasta encontrar sitio.

«Gran colapso»

Un centro privado es imposible para esta familia en Venezuela, donde tres de cada cuatro personas viven en pobreza extrema. Una sesión de diálisis ronda los 1.000 dólares.

El sistema de atención de enfermos renales «se desplomó» desde 2015, según un informe de la Coalición de Organizaciones por el Derecho a la Salud y la Vida (Codevida).

«El gran colapso del sistema ha sido consecuencia del desmantelamiento institucional y servicios sanitarios esenciales», apunta esta ONG.

Unos 15.000 venezolanos eran atendidos en 2016 bajo el programa de diálisis del Seguro Social. «Muchas de esas personas han muerto», explica a la AFP el director de Codevida, Francisco Valencia. «Hoy (…) no llega a 6.000 pacientes».

No hay cifras oficiales. Carlos Rotondaro, exministro de Salud acusado de corrupción, disidente del chavismo, ha dicho que 5.000 enfermos renales murieron entre 2017 y 2019.

En la maternidad Concepción Palacios, una de las más importantes de Caracas, apenas hay una máquina para dializar, dañada hasta hace poco. La arregló la familia de una paciente.

El colapso, resalta Valencia, ocurrió antes de las sanciones internacionales que buscaron sin éxito la caída del presidente Nicolás Maduro, y abarca no solo las diálisis, sino también el servicio de trasplantes, prácticamente parado.

El gobierno, que atribuye la crisis a las sanciones, anunció la semana pasada la inauguración de una unidad de diálisis y un centro de trasplante. Otros servicios fueron reabiertos tras años inoperativos.

Falta de médicos

Juan entra solo a la sala de diálisis. No se permiten acompañantes. Sus hijos, que lo llevan tres veces por semana, salen tras poner una colchoneta, una almohada y una cobija sobre la silla reclinable en la que pasa unas tres horas por sesión.

Unas 15 personas le rodean, pero no hay ánimos para conversar. La gente entra en una especie de letargo mientras las máquinas extraen líquido retenido en sus cuerpos.

Un paciente del Hugo Chávez que recién termina su sesión en el turno de la mañana denuncia que muchas veces falta el agua, síntoma de la crisis crónica de servicios públicos en este país.

Ese día, por fortuna, todo fluyó bien. Un cisterna abasteció uno de los cuatro tanques de 10.000 litros instalados en el exterior de la casa que alberga el centro.

«Las unidades de diálisis deben cumplir un mínimo de requisitos y ninguna hoy en Venezuela lo cumple», lamenta Valencia.

Se suma la falta de personal, pues muchos médicos y enfermeros especialistas emigraron, huyendo de pobres salarios. «Tenemos casos en donde hasta los mismos familiares o pacientes tienen que ayudar a conectar o desconectar a un paciente», cuenta Valencia.

Juan tiene algo de fiebre. Posiblemente el catéter que tiene en el pecho se infectó. Sus familiares quieren ponérselo en el brazo, pero eso vale 120 dólares que no tienen.

Su nieta lo recibe con un beso y una tacita de café.

«Le pido a Dios que esto sea pasajero», dice, cansado, este abuelo. Su próxima diálisis será en dos días.

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