Asociaciones y fieles católicos del movimiento LGTB+ celebran como un primer paso hacia la inclusión el permitir el bautismo de las personas transgénero, pero denuncian que las condiciones de aplicación favorecen las decisiones arbitrarias en diócesis contrarias a esta apertura.
El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, uno de los principales «ministerios» de la Santa Sede, afirma en un documento publicado el miércoles que los fieles transgénero pueden ser bautizados a condición de que esto no provoque «escándalo» o «confusión».
Escrito en respuesta a las preguntas de un sacerdote brasileño y aprobado por el papa Francisco, el documento tampoco señala objeciones al bautismo de niños de parejas del mismo sexo, ya sean adoptados o nacidos por gestación subrogada.
Estas situaciones ya se daban en diferentes diócesis del mundo. Pero al expresarlas en un documento oficial y público, el Vaticano parece insistir en la importancia de una Iglesia «abierta a todos» que promueve el pontífice argentino desde su elección en 2013.
«Es definitivamente un paso hacia una Iglesia más inclusiva y un recordatorio de que los católicos transgénero no son solo personas, sino también católicos. En muchas parroquias y diócesis han sido duramente excluidos», dice a la AFP el padre jesuita estadounidense James Martin, conocido por su implicación en favor de los fieles LGTB+.
Este religioso espera que esta nota «les permitirá ahora sentirse más fácilmente parte integrante de lo que es, después de todo, su Iglesia».
Jean-Michel Dunand, fundador de Béthanie, una comunidad al servicio de las personas homosexuales, ve una «coherencia con el magisterio del papa Francisco» y su acercamiento pastoral que valora los recorridos personales pese a la oposición que genera dentro de la Iglesia.
Equilibrismo
Esta publicación ocurre días después del cierre de la primera Asamblea General del Sínodo sobre el futuro de la Iglesia, una reunión mundial de obispos y laicos cuyo documento final dejó de lado la espinosa cuestión de la bendición de las parejas homosexuales, contra la que el clan conservador se opone ferozmente.
Algunos obispos denuncian la existencia de un grupo de presión anti-LGTB en la Iglesia católica que considera las relaciones homosexuales como un pecado y un acto «intrínsecamente desordenado» según el catecismo.
El documento del dicasterio explica que los fieles transgénero pueden ser bautizados «si no hay situaciones en las que existe un riesgo de escándalo público o de desorientación de los fieles».
Algunos ven aquí una formulación suficientemente laxa para ser interpretada de forma distinta de parte de los sacerdotes en función de su sensibilidad hacia estas cuestiones, sacrificando todo avance real y favoreciendo una Iglesia a distintas velocidades.
Aunque «esto ya funcionaba así en la práctica», «el lado positivo es que allí (en el documento) el papa lo dice y esto dará un respaldo a los sacerdotes que lo hacen» confía Jonas Sénat, católico transgénero que dirige un grupo diocesano queer en Marsella.
«Existe claro un riesgo que ciertas diócesis y parroquias continúen excluyéndolos, incluso si es difícil imaginar cuál sería el ‘escándalo'», estima James Martin, para quien «el mayor escándalo sería continuar excluyéndolos de la vida de la Iglesia».
Después de los debates en el sínodo que evidenciaron importantes divergencias geográficas y culturales sobre estas cuestiones, el documento parece reflejar un delicado equilibrio para el papa, entre la voluntad de acoger y el temor a dividir.
«Tengo la impresión de que está haciendo equilibrismo: de un lado se pasa el tiempo diciendo de no juzgar, amar y acoger; del otro, repite que la homosexualidad es un pecado», dice Jonas Sénat.
Un experto observador del Vaticano, bajo anonimato, opina que «este documento obliga a las personas a situarse en el campo de la apertura o en el de la reafirmación de la doctrina».
«Son apuntes que en cierto modo reconfortan a unos y a otros», estima.