Cinemanía

"No hables con extraños", el peso de la comparación

En 2022 la cinta danesa “Gæsterne” se convirtió en epítome de un tipo de terror que tenía por centro al ser humano y su capacidad para hacer el mal. “No hables con extraños”, su remake de 2024, explora los mismos lugares y hasta de forma parecida, pero carece de eficacia

no hables con extraños
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Las comparaciones son odiosas y en el cine mucho más. Pero en el caso de “No hables con extraños” (2024), de James Watkins, el problema radica en que es prácticamente imposible analizar la película sin saber de dónde proviene. O en el mejor de los casos, saber lo que hace a la incómoda “Gæsterne” (2022) de Christian Tafdrup, una pieza fundamental para entender el terror moderno. Y no es que la película que recién se estrena no pueda funcionar sin la otra, sino los mensajes que ambas manejan y que hacen tan distinto el resultado en ambos casos. 

En la versión para 2024 la historia está basada en la incomodidad social, que rápidamente se traslada al horror de una invasión doméstica y a la violencia. La historia se centra en los Dalton, un matrimonio estadounidense que ahora vive en Londres y para quienes la experiencia de otra cultura está resultando más complicada de lo que podría suponerse. Ben (Scoot McNairy), Louise (Mackenzie Davis) y su hija Agnes (Alix West Lefler), tratan de encajar y el guion — que también escribe el director — explora en esa desconexión con el entorno como punto central de todo lo que ocurrirá después.

La cinta asume la idea de que la voluntad de ser aceptados de los Dalton es lo que, al final, abre un escenario ideal para lo que viene.

En su intento por entender mejor a Europa, la pequeña familia decide ir de vacaciones por Italia. En medio del recorrido conocen a Paddy (James McAvoy), a su esposa Ciara (Aisling Franciosi) y al pequeño hijo Ant (Dan Hough). Y en una velada llena de notorios puntos inquietantes, terminan por hacerse amigos. O en el mejor de los casos, tan cercanos como aceptar la invitación de Paddy a una propiedad desconocida y misteriosa sin otro motivo que escapar un poco del día a día.

Todo lo anterior, tiene un tono artificial e incluso absurdo. Es evidente que la decisión de los Dalton es mucho más en beneficio del guion que por un giro comprensible. El argumento, ya sea por su intención de hacer más fácil la historia a un público nuevo o porque quiere ser más frontal, no se toma la molestia de explicar la sutileza de cómo un choque cultural es el motivo elemental que hace que los engranajes del mal alrededor de los Dalton funcionen. Lo que hace que «No hables con extraños» pase demasiado tiempo apuntando en direcciones confusas antes de entrar en lo que realmente importa.

El diablo está en los detalles 

James Watkins, que tiene experiencia en historias de horror violentas y basadas en la capacidad del hombre para ser maligno — su celebrada “Eden Lake” es un ejemplo —, pierde eficacia en este relato terrorífico a la medida de su apetito por la oscuridad del ser humano. De hecho, si algo se lamenta en “No hables con extraños”, es su incapacidad total y en ocasiones preocupante para plantear la idea de que lo que muestra podría pasarle a cualquiera. O en el mejor de los casos, que todos corremos el riesgo de ser demasiado educados y políticos en situaciones límite.

De hecho, la conciencia acerca de qué tanta agresión sutil puede soportar cualquiera antes de notar que está en verdadero peligro es casi paródica en la cinta de Watkins. El guion parece más interesado en mostrar los recovecos de una home invasion desde la óptica de los perpetradores, en jugar con los elementos que hacen a la historia distinta a muchas otras. Poco a poco, el Paddy de McAvoy se hace cada vez más violento y cruel, en una conducta que no deja la menor duda de que se trata de un personaje maligno, decidido a lo peor.

Lo que trastoca la atmósfera y aunque hace más fácil de digerir el relato — la locura es un elemento comprensible — la aleja de una zona brumosa y sofisticada: la que analiza la idea de que los monstruos más brutales y crueles pueden sonreír mientras golpean. En un giro que sorprende, la película olvida explorar en sus mejores elementos para dar cabida a un largo y predecible tramo de persecuciones, portazos y gritos, que se aleja de lo que realmente podría provocar genuinos escalofríos: la posibilidad de que cualquiera pudiera esconderse bajo la fachada de un hombre corriente.

Mucho más, cuánto se puede soportar — y qué tantas señales alarmantes se pueden ignorar — antes de que la violencia real se desate. Una pregunta que podría alejar a “No hables con extraños” de la típica película que explora en la maldad de los malos y en las equivocaciones de las víctimas. ¿Funciona? Sí, en la medida de que se trata de un argumento plagado de horrores que terminan por demostrar que el cine de terror siempre puede enfocarse en la oscuridad para crecer. Pero al mismo tiempo la aleja de lo que convirtió a la cinta que le precedió en una obra de arte siniestra.

Detrás de la puerta 

En “Gæsterne” Christian Tafdrup analiza la misma historia con una mayor economía de recursos y con la atención puesta en la maldad humana.

Mientras en la versión norteamericana, los Dalton son víctimas que se enfrentan a Paddy en un duelo de tensión emocional y psicológica que conduce al horror, la danesa tiene en cuenta un principio esencial del cine de terror: la del secreto a voces que se ignora porque todos somos incapaces de creer que algo terrible realmente pueda ocurrirnos alguna vez.

¿Parece sencillo? No lo es tanto, cuando en la película danesa el horror comenzaba como un choque cultural a todas las luces. En la trama, Bjørn (Morten Burian) y Louise (Sidsel Siem Koch) hablan en su nativo danés cuando desean esconder algunas cosas. Lo que hace que Patrick (Fedja van Huêt) y Karin (Karina Smulders) sientan el vacío y la grosería que supone hablar en una segunda lengua cuando hay alrededor quienes no la comprenden. Pero lo que parece descortesía, pronto se muestra como la puerta abierta a una prueba simple: cuánto puede soportar la familia invitada sin protestar.

Es entonces cuando Tarfdrup aplica la metáfora de la rana hervida. ¿Cuánto puede soportar el animal sin saltar del agua para salvarse?

La película aplica la máxima con sutileza. Bjørn y Louise se vuelven cada vez más brutales, agresivos y al final peligrosos. Pero la pareja británica lo ignora todo debido a la necesidad de asumir que se trata de diferencias culturales. Solo durante los últimos treinta minutos se unen los puntos de todas las pistas sueltas y el filme muestra que la descortesía escondía un tipo de horror escalofriante. Y así conduce a un final tan doloroso como incómodo, que hizo historia en el cine de terror.

Para todo público 

Al contrario, James Watkins asume que todo debe ser explicado y sobre explicado, dejado claro y bien masticado, para que el espectador no tenga duda de lo que ocurrirá. Mucho menos, hacia dónde lleva la mala educación de Paddy y el llanto de su pequeño hijo. La combinación es suficiente para resultar entretenida, pero se echa de menos todo lo que pudo ser — y se ha demostrado, puede ser — una historia semejante.

Para su final, sin la audacia de la cinta de la que es remake, se limita a repetir el truco más conocido de la anterior. Lo que hace inevitable preguntarse, ¿era necesaria esta versión más descafeinada y simple de un clásico de lo turbio? La respuesta está en manos del público por supuesto, pero eso no evita que la propuesta de Watkins carezca de su propia identidad e invite inevitablemente a la comparación.

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