Entrevista

La última entrevista a Ibsen Martínez

“A mí me atacó una depresión clínicamente diagnosticada. Yo estaba inerte ante todo estímulo, leía sin placer, escribía a empujones una columna semanal, no me provocaba ir a Venezuela. Estaba realmente muy mal”, reconoció el reconocido escritor venezolano antes de regresar a su país luego de 10 años de destierro. Dijo que Caracas sería su último destino y lo encontró en una de sus calles el pasado 11 de septiembre. Pero no la nueva vida que intentaría reconstruir en la ciudad que para él era su vida

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Ibsen Martínez

Poco antes de que se desatara el escándalo en septiembre de 2023 por la publicación en “El País” de España de un reportaje en el que el escritor Ibsen Martínez reconocía sus remordimientos por un pasado oscuro y agresión a algunas de sus exparejas, sostuvimos una larga conversación sobre sus 10 años de paralización literaria que vivió desde su exilio en Bogotá y de cómo una amistad epistolar con el escritor argentino ya fallecido, Juan Forn, le devolvió el don de escribir y logró confeccionar su última novela: “Oil Story”, publicada en julio de 2023.

En esa década sus demonios del pasado no lo abandonaron. En la soledad de su habitación, en un pequeño departamento, en la capital colombiana, a una cuadra de la Plaza de Usaquén, confesaba que se dio fuertes cabezazos tratando de revivir su don de escribir, convivir con el aislamiento y con las oscuras sombras que intuía que en algún momento regresarían a cobrar. Ya en agosto de 2019 su expareja, Sandra Caula, había escrito sobre la agresión que le ocasionó en el pasado, aunque sin nombrarlo, se deducía a quién se refería. Al publicarse el reportaje en “El País” de inmediato le notificaron la suspensión como columnista e igualmente se le cerraron puertas en Colombia y un proyecto que estaba intentando desarrollar.

Sin recursos, Martínez decidió regresar a Venezuela hace unos tres meses y se refugió en casa de un familiar, desde donde vislumbraba un nuevo comienzo a sus 72 años de edad. Esta es quizás una de sus últimas entrevistas, que habíamos acordado actualizarla para su publicación luego de su regreso a Caracas.

—¿Cómo fue tu salida de Venezuela?

—En algún momento de mi vida en que me había separado de mi esposa, ya no tenía planes concretos en Venezuela, trabajaba para la prensa, hacía un guion aquí, un guion allá, y entonces decidí venirme a Bogotá. Y mira como son las cosas, me vine con un contrato de una editorial que estaba comenzando en España para escribir un libro sobre la Venezuela de este momento. Eso llamaba muchísimo la atención. Era un producto muy solicitado. Entonces yo dije: perfecto, eso me viene bien, es un trabajo y tuve una platica con la que emigré que al final la terminé gastando. El caso es que ese libro que iba a escribir para los españoles era una historia con el acento en el tema petrolero. Incluso tenía un título: “Historia sentimental del petróleo en Venezuela” porque en mi mente estaba que fuese una crónica, que fuese ligera de leer. Pero, por alguna razón, y allí si no tengo respuesta, lo fui aplazando porque encontraba que necesitaba más fuentes de información de historias petroleras.

En algún momento y pienso que es una vaina que no tiene que ser vergonzosa, a mí me atacó una depresión clínicamente diagnosticada. Yo estaba inerte ante todo estímulo. Leía sin placer, escribía a empujones una columna semanal, no me provocaba ir a Venezuela, estaba realmente muy mal. Yo creo que era el aislamiento. No lo puedo asegurar. Y creo que el aislamiento hace daño.

«A mí me atacó una depresión clínicamente diagnosticada. Yo estaba inerte ante todo estímulo. Leía sin placer, escribía a empujones una columna semanal, no me provocaba ir a Venezuela»

En ese momento tenía trabajo, me salía uno que otro “tigre” y eso me mantenía ocupado, pero me hacía sentir muy mal esa estancia en Bogotá. Sin embargo, es una ciudad que para mí tiene un gran valor poético, artístico. Hay a quienes no les gusta el ambiente frío, así que empecé a vivir Bogotá solo, después de la separación. Pero la magia del lugar algo tuvo que ver. Porque no me quería devolver a Venezuela que es donde tengo mi vida. Debe ser como las bodas, en algún momento debe tocarme de nuevo.

—No pudiste escribir el libro pautado y comenzó el largo período de escasez literaria. Entonces, ¿cómo lograste reencontrar la chispa de la creatividad y apartar los demonios?

—Alguien llegó. Tuve un encuentro con un gran escritor argentino que se llamaba Juan Forn, más que escritor fue un gran amigo. Nos conocimos aquí en Bogotá en un evento y para serte franco, habríamos hablado no mas de seis horas. Pero nació una amistad del siglo XIX, una amistad epistolar. Entonces un día de 2019, yo estaba muy aplatanado por la idea de pensar que había perdido el don y hubo el evento de escritores en Medellín “La fiesta del libro”. A mí me invitaron, a pesar de que no tenía ninguna publicación nueva. El último lo había publicado en 2013. Insistieron y me llevaron.

Así que fui a dar una charla y en la lista de invitados estaba Juan Forn y quedamos muy felices de vernos al día siguiente. Cuando nos vimos a la hora del desayuno ocurrió esa epifanía, una cosa muy reveladora. Él me vio y yo vi en su mirada una gran consternación. Lo primero que me dijo fue: “Tenemos que resolver ese problema”.

—¿Qué problema?

Lo que tienes adentro. Tienes que exprimir ese virus que tienes adentro porque te está matando.

No era un parlamento de teatro, ni era una joda. Estaba hablándome con mucha gravedad. Entonces me dijo: “Estos dos días que vamos a estar aquí, vamos a trabajar eso”. Imagínate. Él tenía mucha fe de lo que yo podía escribir y me propuso un trato. Él era un gran escritor y me inspiraba respeto intelectual.

“Oblígate a escribir 20 mil palabras y me las mandas. Ese compromiso nos va a ser muy bien”, me dijo Forn, fallecido en junio de 2021.

Yo regresé a Bogotá, cambiado, otra persona. Así que comencé a escribir una historia que siempre había querido escribir. Me levantaba temprano por la mañana. Recuperé un estado de ánimo que por lo menos hacía muchos años no lo había experimentado.

«Yo regresé a Bogotá, cambiado, otra persona. Así que comencé a escribir una historia que siempre había querido escribir»

Esa historia que estaba escribiendo llegó a un callejón sin salida mental en lo argumental. No podía deshacerse, había que darse cabezazos contra la pared, y eso no me preocupó. Llegué a escribir 70 mil palabras de una novela que no sabía a dónde iba a parar. A lo mejor la retomo. Tal como venía era un saco de gatos.

—¿Y cómo apareció tu última novela “Oil Story?

—Yo estaba en una plaza que está cerca de acá de mi casa, la plaza de Usaquén. A todas estas yo había dejado de beber licor con mucho esfuerzo. Usaquén es un sitio de perversión desde mi punto de vista. Porque es un “llegadero” donde hay bares, tascas. Estaba allí sentado en esa plaza y estuve tentado de echarme un trago para aguantar la frustración. Pero entonces dije: no. Lo que voy a hacer es escribir, empezar desde cero otra historia y así para sacarle el cuerpo a la tentación. Me regresé a la casa.

Estaba frustrado pero no estaba triste, ni desanimado. Al llegar a la casa me pasé varios días preguntándome cuál es la historia que debía escribir. Una historia con una temática que conociera para no pasar mucho tiempo investigando. Así me di cuenta que la historia que tenía más cerca en el tiempo había sido el argumento de la obra teatral “Petroleros suicidas”.

Yo había trabajado ese argumento a partir de un hecho real. Entonces dije: bien, esto es lo que voy a hacer. Voy a tomar los acontecimientos, lo esencial y seguro me va a salir algo en prosa narrativa. Esta historia tiene que arrancar muy bien, caminar muy rápido y solo después que yo haya atrapado al lector me voy a poner sociológico.

“Entre la noche en que Jerry Espinoza mató a tiros al atracador que quería las llaves de su auto y el hundimiento de Petróleos de Venezuela, en la que Jerry era alto ejecutivo, transcurrieron los bíblicos siete años”. Así comienza “Oil Story”.

Para la preparación puse varias películas de una serie americana de la época clásica, recuerdo que el pistoletazo fue ver por enésima vez una película de BillyWilder “Doble Indemnización” de 1944. El guion fue una adaptación de un libro. Yo tenía la versión original de un autor americano, que tiene un pulso y un nervio para contar historias, Raymond Chandler, cuyo título original es “Pacto de Sangre”.

El comienzo de “Oil Story” lo inicié como una prosa narrativa y desde el comienzo se fue para otro lado, se fue nutriendo de detalles y para mí tiene la virtud de que los acontecimientos que narra la novela duran siete años. Comienza en 1997, en las postrimerías del período democrático y llega hasta después del paro petrolero en la Venezuela de 2002, en el período chavista.

Es una historia de amigos. Te puedo contar que ya yo había hecho dos versiones, pero había algo que faltaba y era el narrador. Mario Vargas Llosa en muchas de sus publicaciones y entrevistas suele decir que el mayor esfuerzo hay que hacerlo en ese personaje. Como tú estas escribiendo a veces en tercera persona y eres un espectador, tú eres un personaje. Entonces el narrador es un personaje si se escribe en primera persona. En un momento pensé tengo que ser servicial y amistoso con el lector porque quién es ese tipo que conoce también a Jerry, apodado “Mayimbe”. Tiene que ser uno de ellos.

El personaje principal, Jerry Espinoza, ingeniero, gerente de la estatal petrolera con estudios en una importante universidad de EEUU, becado en la era democrática, profetizó la tragedia que se avecinaba para Venezuela con el arribo de Hugo Chávez al poder. Sin embargo, cuando el triunfo del militar era inevitable buscó un acercamiento con él para asegurarse un futuro. Muchos demócratas de aquel tiempo se alinearon al socialismo del siglo XXI, pero igualmente terminaron perseguidos y execrados por la revolución. ¿Tenemos en Venezuela muchos Jerry Espinoza?

—Sí, claro que los hay. Por ejemplo, “Mayimbe”, el submalandro, es un personaje atractivo, es ese personaje malviviente que no es del todo un delincuente, pero es un pícaro. El protagonista de esta historia, que tiene en sus manos todos los títulos para la vida, que podría triunfar legítimamente, tiene el tipo de neurosis que lo paraliza, complica sus relaciones conyugales, el modo como se relaciona con sus congéneres es completamente neurótico, asocial. Es ese tipo de personalidad que está casi siempre envuelta en un manto que le complica su forma de relacionarse, es un solitario. No tiene realmente una meta.

Cuando mata al delincuente, lo mata porque él anda armado. Hacía prácticas de tiro. En ese momento no tiene una meta personal. Está casado, en segundas nupcias, le va bien, pero es un tornillo aislado. Entonces este episodio, le da mucha consistencia dramática. Ha matado a un tipo, aparece un chantajista y el cascarón de su vida se va para la porra. Allí uno tiene una novela.

Ibsen Martínez

En un momento dado Jerry ve que, amenazado con ser despedido de la estatal petrolera, el mayor mérito en su contra es su visión de lo social y lo político. Eso no quiere decir que sea un héroe positivo. Él ve más lejos que sus contemporáneos, como van las cosas en las que Chávez no puede perder las elecciones y antes de que lo boten, se va a pegar a Chávez. No es que se convierte en un chavista desenfrenado sino que llama la atención de Chávez hacia él, por lo cual lo dejan quieto.

A mí me importaba que fuese un personaje muy estándar. Un personaje que podemos encontrar en cualquier empresa venezolana, que no fuese el “archiladrón”. No estos tipos que nos dejan con la boca abierta porque montaron una taguara para vender petróleo para ganarse 20 mil millones de dólares. Estos son unos tipos muy modestos.

—Llama la atención en tu historia que cada personaje expone sus debilidades bajezas y limitaciones con crudeza. Digamos que no hay héroes, no hay buenos ni malos. Uno de los personajes más escabrosos es el que llamas “submalandro”, término que utilizaste para alguien que no es del todo un delincuente.

—Hay una palabra mexicana que es “el malviviente”. El malviviente no es un marginal, tampoco un delincuente. Es un tipo que está al borde de la legalidad y del decoro. No hice más que colgarme de los arquetipos. Aunque no se le parezca es un Charlie Chaplin. El personaje que hace Chaplin es un individuo venido a menos que trata de conservar el decoro de la clase media. Él no tiene casa, pero tiene modales y aspira a codearse con la sociedad. Eso es un alimento perfecto para un melodrama.

En el caso de mi “submalandro”, al final todo el mundo lo excusa, los amigos, la familia adoptiva, porque no es un malvado. “Mayimbe”, al comienzo en mi primer boceto, era un tipo que intervenía en una situación y después chantajeaba. En esta novela yo me sorprendí y me dije: Esto no puede ser así. No puede ser tan simple y las cosas que uno va descubriendo son en el inconsciente acumulado en décadas de vida. A mí me gustaba la idea de que “Mayimbe” arma una vida, se hace pastor protestante, se casa y lo consigue luchando. Como decía Roberto Bolaños: “Qué quiere un latinoamericano” y el mismo se respondía: “Quiere respetabilidad”. Y eso es lo que quería “Mayimbe”.

—Fuiste destacado escritor de telenovelas durante la época de oro de la televisión venezolana. En ese tiempo destacaban también libretistas escritores como José Ignacio Cabrujas, Salvador Garmendia y directores como Román Chalbaud, Clemente de la Cerda, César Bolívar, entre otros. Tu telenovela “Por estas Calles” la ubican como uno de los efectos comunicacionales más impactantes de finales de la década de los 90, como elemento que cuestionó la democracia de 40 años coincidiendo más tarde con el ascenso de Hugo Chávez. Una polémica que todavía se debate. ¿Qué fue para ti esa época de escritor de telenovelas, la razón de tu retiro y ahora la disposición a seguir el camino de la novela literaria?

—Hay una enfermedad mental que es la juventud. Yo creo que el tránsito de ser un activista político que trabajaba con Teodoro Petkoff y mi labor en la TV me agarró demasiado rápido, sin capacidad de discernir. Te estoy haciendo esta confesión ahora después de viejo. Porque yo estudiaba Matemáticas; no era mi mejor destino, yo sabía que en algún momento las iba dejar, pero no sabía que iba hacer con mi vida.

Yo era militante del partido MAS en la comisión de propaganda y ocurrió que en 1976 Teodoro Petkoff y José Vicente Rangel compitieron internamente por la candidatura presidencial.

Allí conocí al maestro Cabrujas, quien comenzó a invitarme a escribir para televisión, lo cual era mucho más entretenido. Se lo comenté a Teodoro y estuvo de acuerdo. Me dijo: “Eso se parece más a ti que esto que estamos haciendo”.

Mucha gente cuando habla de Cabrujas me dice: “Tu maestro”. En realidad desde aquella época establecimos una muy cercana amistad, a pesar de la diferencia de edad y el elemento central era hablar de libros y de cómo se hacen los libros. Del oficio del escritor. Esa era nuestra conversación permanente. Fue como mi primer amor hacia el teatro. Además me beneficié de su biblioteca. Era un hombre muy generoso, trabajábamos juntos todo el día con las novelas de TV, era muy exigente. No solo hablábamos de literatura sino del oficio. Cómo se distribuye un argumento, qué funciona mejor, conversaciones que solamente atañen a quien quiere desarrollarse como escritor. Yo eso lo echo de menos y me doy cuenta que fui un privilegiado. Ese vínculo significó para mí lo equivalente a seis semestres de estudios de Literatura. La relación con José Ignacio fue la de un maestro y un aprendiz.

Si uno tiene el oficio, era muy fácil armar una historia que generara interés y además yo venía de la política. Un policía que se toma la justicia por sus propios medios, un médico que se roba los tomógrafos y los vende. Es decir allí no había ninguna invención exigente. Lo que sí deploro es la mitificación que algunos colegas periodistas y analistas han hecho del fenómeno de “Por estas calles”. Llegar a escribir que eso facilitó el acceso de Chávez al poder es una exageración. En esa telenovela no estaba haciendo nada que fuese más allá de lo que estaba pasando. Lo que hice fue incorporar la realidad que estaba naciendo, la problemática de una sociedad viva al drama.

«Lo que sí deploro es la mitificación que algunos colegas periodistas y analistas han hecho del fenómeno de “Por estas calles”. Llegar a escribir que eso facilitó el acceso de Chávez al poder es una exageración»

—Lo que expresas del aislamiento veo que ocurre con muchos autores venezolanos, incluso jóvenes que están comenzando en la literatura y otros que se han ido al exilio. ¿Cómo mira los hechos un escritor desde otras tierras? ¿Sigue arraigado al país o aparece una nueva visión que lleva a hurgar el mundo desde otras realidades?

—El exilio sigue siendo una realidad para muchos escritores. El apartarse del ambiente convencionalmente tuyo te obliga a pensar: ¿cómo es que toman el café aquí? Sí, creo que uno comienza a ver las cosas desde otro punto de vista. En este momento me he volcado hacia el pasado venezolano. Los personajes que me vienen a la mente se parecen a gente de la clase media, sin especial relieve, pero ambientados en el siglo XIX. Eso es lo que me está llamando la atención. Compatriotas comunes y corrientes o tipos como yo, pero en el pasado. Es como que me zumbaran a 1880.

No sé por qué razón he desarrollado una gran actividad argumental imaginativa referida a personajes del común. Personajes que no son héroes políticos, no son héroes militares, sino personas que en el pasado pudieran haber tenido las mismas inclinaciones que yo.

Me he dedicado a llenar las lagunas de lo que no leí en Venezuela.He vuelto por primera vez a hacer lecturas muy intensivas de Teresa de la Parra y sobre ella. Hay dos autores del siglo XIX que me llaman mucho la atención. Uno de ellos es Arístides Rojas, que como sabemos no pasó a la historia por razones épicas, un divulgador científico, más buena gente que el pan y que escribió muchas crónicas de cómo era finales del siglo XIX; también y esto va a sorprender a mucha gente, a Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, escritor y periodista, quien escribió unos cuentos muy buenos.

En eso que llamamos el entresueño, en el que uno se despierta y abre los ojos en esa duermevela, se me ocurrieron muchas cosas y las he ido anotando. Una de ellas han sido las historias escritas por María Antonia Palacios quien rescató historias de personajes del común muy interesantes. Esta historiadora ha recuperado la Venezuela de la que no hablan los libros de historia que siempre están contando una revuelta y una matazón. Resulta que en medio de las revueltas y la matazón había vida. Leyendo ese tipo de personajes me han venido nuevos pensamientos, muchos de ficción y otros de la vida real. No héroes sino más bien personas con ilusiones y aspiraciones, pero no tipos que quieren cambiar el mundo. Solo quieren ver cómo vivir en el mundo que les tocó y en eso me acompañan muchísimo la música, lecturas, aficiones. Entonces, en este momento, aunque no termino de encontrar al protagonista o la protagonista, sí tengo el ejemplo que me interesa: mi Caracas, la Caracas que llegué a conocer bien pero en otra época. Ésa podría ser mi vida, aunque sea en el último decenio del siglo XIX. Eso me interesa.

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