Cinemanía

"Tron" sigue siendo un enigma para Disney

El estudio Disney parece empecinado en tener su propia versión de “The Matrix” con el reinicio de la saga “Tron”. Pero a la tercera parte de esta trilogía desordenada, le falta el tiempo, la coherencia y la belleza filosófica a la que aspira. Con todo, es la mejor entrega hasta ahora, la que, finalmente, sabe a dónde va

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“Tron: Ares” (2025) comienza dejando en claro sus vínculos con la película original, por lo que muestra un mundo con sus propias reglas, mitos y villanos. Para eso, olvida de forma muy evidente a la secuela tardía “Tron: Legacy” del 2010.

La obra de Steven Lisberger de 1982 refundó el cine de ciencia ficción para abrir la puerta a una generación de películas capaces de construir su mundo y mitología, que es precisamente lo que hace la nueva cinta de Joachim Rønning, al explorar el mismo mundo del clásico ochentoso, pero ahora con efectos visuales de punta.

Solo que, de nuevo, la combinación de una estética futurista con una historia sin lógica tiene problemas para sostenerse. No debería sorprender: al final, resulta curioso que una franquicia nacida del asombro por los gráficos de computadora en los 80 haya sobrevivido hasta el presente, en medio de discusiones sobre la inteligencia artificial. De hecho, “Tron: Ares” llega como la tercera encarnación de una saga que Disney lleva décadas intentando descifrar, sin lograrlo nunca.

Después del tibio recibimiento de “Tron: Legacy” y el fallido intento televisivo con “Tron: Uprising”, el estudio encontró una manera de mantener viva la estética, aunque fuera montando montañas rusas que venden la ilusión de entrar a Tron City. Algo que demostró que la saga parecía funcionar mejor como espectáculo visual que como historia coherente. Y aunque “Tron: Ares” logra elevar un poco la historia, es evidente que la franquicia sigue teniendo problemas para encontrar su propia identidad.

Nada nuevo bajo el soldigital

Con la evidente intención de usar la nostalgia a conveniencia, la película se retrotrae al origen de la película original: un malvado gigante tecnológico al cual derrotar. Por lo que se enfoca en dos gigantes tecnológicos que compiten por el control del futuro de la IA.

Por un lado está Julian Dillinger (Evan Peters), heredero de un imperio digital que pretende usar la tecnología para fines militares creando supersoldados que se reinicien después de morir. Su madre, Elisabeth (Gillian Anderson), le cedió el trono empresarial, y el chico claramente no heredó su buen juicio.

En la otra esquina, Eve Kim (Greta Lee), directora de Dillinger Systems y cercana a la figura del legendario Kevin Flynn (Jeff Bridges), intenta completar la investigación de su hermana Tess y encontrar un programa capaz de mantener con vida a las creaciones digitales fuera del mundo virtual. Su objetivo es altruista y a primera vista, un ejemplo de la combinación entre ideales y tecnología. Pero el guion no puede — o quiere — profundizar en el tema, por lo que pasa a lo siguiente de inmediato.

Para sorpresa de nadie, Eve logra dar con el código. Por lo que Julian ejecuta un plan tan absurdo que parece sacado de un laboratorio de memes. Imprime en 3D un sistema de defensa llamado Ares (Jared Leto) y a su segunda al mando, Athena (Jodie Turner-Smith). Ambos son armas inteligentes diseñadas para cazar a Eve y recuperar el secreto. Lo que Julian no espera es que Ares, como todo buen programa, empiece a preguntarse por qué diablos debería obedecerle.

El conflicto entre las órdenes humanas y la autonomía digital se vuelve el corazón de la película. Ares observa, aprende, y de pronto se encuentra atrapado entre dos dilemas: seguir las órdenes de un tipo que lo trata como propiedad o ayudar a una mujer que ve en él algo más que un arma. El resultado es una especie de “Frankenstein” binario: un ser que no entiende si su deber es salvar o destruir. Lo demás, es una espectacular puesta en escena con poco o nada más que agregar a lo anterior.

Música de campeonato para “Tron:Ares”

El gran acierto de “Tron: Ares” está, como en “Tron: Legacy, en su música. Nine Inch Nails firma una banda sonora que parece salida de un sueño cibernético con resaca. Trent Reznor y Atticus Ross juegan con sintetizadores y texturas ochenteras, pero sin caer en el cliché nostálgico.

Su score no solo acompaña la acción: la eleva. Hay secuencias que sobreviven únicamente por el impulso sonoro, donde la trama se apaga pero el ritmo te mantiene conectado, literalmente. A falta de emoción humana, tenemos pulsos eléctricos que laten con más fuerza que los personajes. Y eso no es un insulto, es parte del encanto. La música, en este caso, es la verdadera protagonista.

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