Cinemanía

“Wicked: por siempre”, el difícil trabajo de superar un clásico

Con “Wicked: por siempre” la apuesta es más grande, más ruidosa y más emocional que con la cinta original. Y triunfa por arriesgarse a reinventar el clásico pero manteniendo su esencia. Un deleite para fanáticos que fascinará a los más entusiastas

Wicked
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“Wicked: por siempre” (2025), dirigida por Jon M. Chu, no pretende ocultar el desafío de completar una historia querida con una película que pudiera parecer innecesaria. De hecho, el realizador parece decidido a dejar claro que dividir la adaptación del clásico de Broadway en dos partes, no fue una decisión comercial, sino emocional. Por lo que la producción se propone expandir un mundo ya conocido por millones.

Y hacerlo sin que parezca que solo añadieron píxeles sobre las notas. ¿Lo logran? A ratos sí, a ratos no, pero el intento deja huella.

Desde el primer plano nos reencontramos con Elphaba (Cynthia Erivo), ahora lejos de la tímida estudiante y completamente sumergida en su reputación de “villana”. Al mismo tiempo, Galinda (Ariana Grande) continúa procesando su papel público como figura luminosa, casi institucional, en un país que adora símbolos aunque no entienda del todo sus historias.

La película, sin avisar, te empuja a una continuidad inmediata respecto a la primera entrega: cero recapitulación, cero guía. Esto funciona si tienes la memoria fresca, pero si no, prepárate para sentirte como quien se cuela a mitad del concierto.

Una bruja verde contra el sistema

Para cumplir su misión, la cinta acata las reglas del género y también juega con ellas. La escala del diseño visual es enorme y en lugar de quedarse en la grandilocuencia, la narrativa insiste en recordarnos que el conflicto central sigue siendo emocional. Hay criaturas digitales, paisajes saturados y decoraciones que parecen haber salido de una pesadilla barroca, pero nada de eso opaca el duelo interno entre las dos protagonistas.

Elphaba intenta controlar una historia que ya no le pertenece; Galinda sostener una imagen que se resquebraja. Y en medio del caos, el Mago (Jeff Goldblum) observa como quien mueve fichas en un tablero que él mismo inventó. Aunque algunos momentos visuales bordean el exceso — Chu se siente más cómodo cuando la cámara se mueve sin descanso, aunque no siempre sea necesario — , lo cierto es que hay una coherencia emocional que sostiene el espectáculo.

En “Wicked: por siempre” todo está diseñado para reforzar esa relación central, incluso cuando la narrativa se dispersa o cuando los números musicales aparecen más como puentes que como clímax. El director parece entender que buena parte del público llega por la experiencia audiovisual, pero se queda por el vínculo entre estas dos brujas que intentan sobrevivir a un relato que las supera.

Canciones que funcionan… y canciones que existen

No todos los momentos musicales destacan con el mismo brillo, y eso es señal de un montaje que intenta equilibrar fidelidad y renovación sin perder su personalidad. Hay canciones pensadas para avanzar la trama, pequeñas piezas casi utilitarias que en teatro funcionan por la energía del directo, pero en cine pueden sentirse como intermedios innecesariamente largos. “Wicked: por siempre” tropieza un poco ahí. No porque las obras breves aporten poco, sino porque la película parece querer acelerar ciertos segmentos sin terminar de justificar por qué.

El resultado: números cortos que se sienten más tensos de lo que deberían. Pero incluso dentro de ese vaivén, Chu introduce dos canciones nuevas. “The Girl in the Bubble”, interpretada por Galinda (Ariana Grande), es agradable, ligera, casi un dulce decorado; una pieza que no pretende trascender, pero que deja una vibra simpática.

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En cambio, “No Place Like Home”, en voz de Elphaba (Cynthia Erivo), entra con una carga distinta: más emocional, más anclada en la desesperación y en el anhelo. Su interpretación eleva la secuencia incluso cuando el diseño visual busca protagonismo.

Por extraño que parezca, la estupenda voz de sus protagonistas muestra los problemas técnicos más evidentes de la película: la mezcla de sonido. Nada grave, pero sí lo suficiente para frustrar a quien intenta seguir cada palabra.

En los registros altos — que Grande y Erivo alcanzan sin pestañear — , parte de la dicción se pierde. Para quienes dependen del subtitulado o quienes no dominan del todo el inglés, esta decisión hará que varios momentos requieran un segundo visionado. Lo curioso es que el inconveniente no proviene de las voces, que son impecables, sino de cómo conviven con la orquesta y el diseño acústico.

A veces parece que el estudio quiso que cada instrumento brillara con protagonismo propio. Hermoso, sí. Útil, no tanto. Pese a eso, las interpretaciones individuales brillan con fuerza. La película separa a las protagonistas durante buena parte del metraje, otorgándoles solos que, en manos menos hábiles, se sentirían interminables. Pero aquí ocurre lo contrario: cada vez que Erivo o Grande están al frente, la cámara parece enamorarse de su presencia. Incluso compartiendo pantalla con figuras como Michelle Yeoh (Morrible) o Jeff Goldblum (el Mago), ellas mantienen el centro gravitacional de la historia.

Lo visual como arma en Wicked

El año pasado “Wicked” recibió todo tipo de críticas por su cinematografía. En especial, los colores deslucidos, los contraluz sin sentido y la torpeza de la cámara para captar un mundo tal visualmente rico. Por lo que esta vez, lo visual juega un papel central, como era de esperarse. La paleta es más saturada que en la primera parte; Oz parece haber pasado por un filtro que intensifica todo.

El diseño de producción destaca especialmente en Kiamo Ko, un castillo cuyo estilo gótico-fantástico se vuelve el escenario perfecto para que Elphaba cante a todo pulmón la inolvidable “No Good Deed”, quizás el mejor momento musical de Erivo. Cuando ella vuela entre torres imposibles, la película alcanza un mínimo de perfección estética.

Sin embargo, no todos los efectos resisten el escrutinio. Un rejuvenecimiento digital fugaz sobresale por las razones equivocadas, y el Espantapájaros, con su textura extraña, genera más inquietud que empatía. El Hombre de Hojalata, por el contrario, convence precisamente por apoyarse más en efectos prácticos.

En medio de sus baches y problemas,“Wicked: por siempre” consigue algo difícil: ser una continuación fiel que no repite fórmulas, pero tampoco pretende superar a su predecesora. Y aunque ciertos fragmentos digitales chirrían, la emoción del final — ese “For Good” que parece un adiós sincero entre amigas — cierra con la fuerza que el público espera. No es una película perfecta, pero sí una celebración digna del musical original. Y verlo en sesión doble es, honestamente, como abrir una puerta a un Oz más complejo, imperfecto y, por eso mismo, memorable.

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