Entrevista UB

Claudia Lizardo: "Es importante no creer que uno está salvando al mundo"

La visita de Claudia Lizardo a Caracas fue una oportunidad para reencontrarse con el público de La Pequeña Revancha. Después de cinco años, la mirada cambia, pero la esencia no y aquí viene a contar lo que ha encontrado en el camino

Fotos: Alejandro Cremades
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Guitarra, looper y amplificador encendidos, sonrisas tímidas, silencio y ese golpeteo singular a las cuerdas que luego termina en el rasgueo de una canción inédita. Hay mucha intimidad compartida en ese acto que parece simple. Y ha sido el ritual que caracteriza a La Pequeña Revancha desde sus inicios.

La mini gira que hizo en enero Claudia Lizardo aprovechando su visita a Caracas fue la oportunidad de despertar lo que se durmió hace tiempo: el recuerdo de un viejo amor o amistad, la nostalgia por el reencuentro, o más cabilla… La ilusión de tu yo más chamo. Aunque ella no lo reconoció así, porque a veces hay lochas que no terminan de caer, su público -bastante fiel, por cierto-, sí.

De la vulnerabilidad de sus nuevas canciones –La Pequeña Revancha es ella- y la marea emocional interior, del amor por la raíz y cómo aprender a extenderla, de pausas y expectativas, y especialmente de monjas y la energía rockstar que guardan habló con UB, donde en un tiempo no muy lejano fue una querida firma de la casa.

—Durante tu presentación en El Marchante, soltaste una frase antes de tocar una canción: “De repente hay lochas que nunca caen”. ¿Cómo resuena esa frase en ti después de cinco años de no haber subido a una tarima caraqueña y ahora encontrarte siendo el centro de atención exclusivo de este proyecto musical?

—Creo que te respondería de manera apresurada… Porque a mí me está empezando medio a caer la locha, dos días después del último toque de esta pequeña gira, muy inesperada. Estoy todavía procesando lo que significó haber venido de esta manera a Caracas y haber tocado. Y haber tocado sola. No sé si estoy preparada para una reflexión culminante sobre eso. Es una locha que no ha caído por completo. Lo que te puedo decir es que se siente como algo que menos mal que hice. Creo que si no lo hacía, en el inconsciente, o de otra manera, me iba a venir a fastidiar. Uno a veces no sabe cuánto necesita las cosas y viene alguien y te empuja a hacerlo. Yo mandé un mensaje, primero a Coromoto Hernández: «Mira Coro, vi que tienes contacto con gente que hace eventos y voy pa´ Caracas, me gustaría tocar». Y Coromoto me vinculó con una persona fundamental, Wendy Racines, quien logró que yo tocara en Caracas y tuviese estas experiencias tan especiales, y que lo hiciera con tanto cuidado.

Entonces, la locha no está cayendo por completo, pero lo que sí te puedo decir que cayó es que esto me dio vida. Yo pensaba que no lo necesitaba, pero sí lo necesitaba. Tanto haber tocado en mi ciudad otra vez, como tocar sola; como entender a La Pequeña Revancha como un proyecto solista mío porque era una cosa que yo no había entendido que necesitaba también. Con todo el cariño y toda la honra que voy a tener siempre con Juan, toda la vida, pero entramos en otro momento y yo siento que me lo debía un poco. Esa es una de las lochas.

Cuando estás en el escenario siempre miras un punto fijo y sueles sonreír, ¿qué pasa por tu cabeza en ese momento? ¿Eso tiene que ver con la locha que a veces no termina de caer?

—Qué bonita pregunta… Yo tengo un tema y es que me cuesta ver a la gente a la cara, especialmente cuando estoy en esas situaciones de ultra intimidad. Estoy aprendiendo a mantener la mirada. De repente, cuando alguien me habla lo veo fijamente, pero cuando me toca hablar a mí o decir algo a mí, me cuesta un poquito, me da un poco de vergüenza. Es algo que estoy aprendiendo a hacer. Por eso es que a veces miro un punto fijo… Y sonrío porque me conmuevo. Y sí… tiene que ver con la locha. Es como que primero entiende el cuerpo que el cerebro que lo que tenía que pasar, pasó; que es estar ahí parada, tocar, haber hecho las canciones que hice… Y me emociono. Soy bastante emocional, como puedes ver.

Los recuerdos y el hacer memoria son como un motor para muchos artistas. Dicen que todos dejan algo en sus letras. ¿Qué has dejado tú en ese proceso?

—Yo he dejado… Uff. He dejado cosas que me aturdían, ideas que me aturdían. Muy lindas, y las agradezco todas, pero si no las sacaba, me aturdían. La Pequeña Revancha es un espacio para decir cosas; cosas que si yo no digo empiezan a buscar ser dichas de otra forma: a través del cuerpo, a través de alguna dolencia, a través de una frase mal dicha a alguien. Es como una energía que se tiene que canalizar a través de la canción. Si no sale por ahí, me empiezo a cargar. Lo que he dejado han sido lastres, historias que entrego… Lastres suena como negativo, pero lo digo desde el punto de vista más positivo posible. Yo entrego esas cosas, agradezco que esas canciones se hayan gestado dentro de mí, son parte de mí todavía, en alguna medida, pero me encanta sacarlas. A veces incluso hasta me apresuro, a veces necesitan macerarse más tiempo, pero esto de entregar, entregar, entregar y poder decir cosas, que en el momento resuenan con otras, a mí me hacen muy feliz. He dejado historias y regalos porque yo entrego esas ideas. Ya ni siquiera me pertenecen.

—Desde tu infancia ha existido una carga musical y poética en tu vida, con tus relatos uno hasta se puede imaginar a una pequeña Claudia uniendo palabras y significados al compás, ¿cómo nutres eso ahora? ¿Quiénes o qué hace que plasmes en un papel una letra? ¿Amigos, familia, el amor, la propia existencia?

—Siendo muy fiel a esa pequeña persona, siendo muy fiel a la Claudia pequeña. Yo nutro lo que quiero decir viéndola a ella, tratando de ser la persona que ella imaginaba ser. En ese sentido, puedo decir que me veo y vuelvo a verme de cinco años, y creo que la Claudia de cinco años estaría muy feliz. Eso ha sido como un móvil. Mientras sea más cónsona con la esencia que yo tenía en ese momento, estoy tranquila. Lo que me hace plasmar son las ganas de sacarme cosas de encima, es lo mismo que te decía antes. Son cosas que tienen que ver con hastíos, con verme al espejo, como ver de qué manera lidio con la rabia, que es una sensación que a veces me veo encontrándome con ella y digo: «¿Cómo me relaciono con esto?». La melancolía…. Porque La Pequeña Revancha es muy melancólica, pero es la necesidad de decir cosas. También amigos, familia, el amor, la propia existencia. Son todas las anteriores… El proceso migratorio lo sumaría allí y el hecho de cambiar con los años y de extrañar a gente también.

“El visitante” surgió de una tristeza, eso es lo que cuentas en redes sociales. En ese sentido, ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para sentir que una canción es la elegida o que puede funcionar?

—Otros aspectos de mi vida tienen mucho de método, pero La Pequeña Revancha es uno de los espacios donde eso no ocurre. En el trabajo y en el mundo de las organizaciones de la sociedad civil, en los medios -que es donde me muevo- respeto mucho los procesos de cada área y los trato de honrar. En ese sentido soy muy tauro, pero La Pequeña Revancha no tiene eso de método y he tratado de mantener esa esencia. Siempre ha sido así. He tratado de encausarla en cierta estructura, pero no meterla en una camisa que le va a quedar chiquita. ¿Entonces, cuánto tiempo tiene que pasar? Depende de la canción. También depende de que yo diga: «Ah bueno, ya me saqué esta cosa de encima». Y ahora vamos a escucharla. Y no solamente es escucharla yo, sino mostrársela a alguien más, que puede ser cualquier interlocutor en el que yo confíe y que me diga: «Mira, chévere, pero está plana aquí y necesito coro». Ahí habría un poquito más de método, pero el principio es emocional, cuando siento que dije todo lo que tenía que decir. Cuando empiezo a forzarla, ahí ya se pasó de madura. Luego es compartirla con otros, que entiendan de dónde parte. Tiene que haber mucha confianza y abrirse a la posibilidad de que esas personas nutran, no la letra porque ahí es donde yo estoy presente, pero sí la estructura de la canción.

¿Cuál ha sido el mejor detonante para escribir alguna canción que ya haya salido?

—A veces son imágenes. Con «Yo era el sol» fue haber estado con mi papá en un centro de rehabilitación, yo echada bajo el sol y el detonante fue la sensación del sol en mi nuca, combinado con el hecho de que yo estaba acompañando a mi papá después del ACV que tuvo, que lo inhabilitó bastante y él era el sol. A veces son sensaciones, a veces son elementos naturales que están por ahí. Eso fue un gran detonante. El desconcierto es otro buen detonante. «El visitante» nace a partir de esa emoción. Es horrible el momento en el que uno siente desconcierto, pero también es uno. Está esa cosa que me persigue un poco que es el por qué la gente cambia, cuesta aceptar el hecho de que la gente cambia y decide alejarse de repente y uno aceptar eso… «El visitante» nace de ese desconcierto. Otro detonante es la distancia. Me refiero a la distancia como mecanismo para elaborar historias entre dos personas, por ejemplo.

¿Hay algo de inspiración para componer en comerse un perro caliente en la calle, mirar El Ávila, estar en una cola y que pase un motorizado o en sólo oler la ciudad?

—Me acabas de dar ahorita cuatro fuentes de inspiración diferentes. Sí la hay y también en cosas como «paz abstracta». Por ejemplo, yo he encontrado inspiración en… Bueno, yo soy muy de mi casa, me gusta sentirme en mi casa, tengo poco de espíritu errante, la verdad. De repente, más joven, me habrías escuchado decir: «Soy un espíritu errante». Pero la verdad es que a mí me gusta sentirme en casa. Por ejemplo, hablando de estas imágenes, una vez empecé a elaborar la idea de una canción alrededor del sonido de una reja, que es la reja de mi casa. Empecé a pensar en cómo podía hacer una especie de oda a los sonidos de mi casa. Pero no los sonidos de las guacharacas, sino que en este caso era la reja. ¿Por qué? Porque la reja de mi casa suena a la reja de mi casa. Eso también puede ser una fuente de inspiración y en todas las otras cosas claro que las hay.

Estás en México desde hace varios años, ¿qué cosas no has podido encontrar allá que son indispensables o tienen un añadido especial para tu proceso creativo al componer?

—Yo creo que México me ha dado cosas, pero es que yo soy una borracha empedernida de Caracas. México me las ha dado de otra forma. México me dio la distancia con el país. Te he hablado de la distancia como detonante y he hecho mejores canciones, con letras un poco distintas, gracias a que estoy lejos. Y eso me hizo verme a mí de otra manera. ¿Qué no he podido encontrar? Bueno, muy recientemente, he visto que esa sensación de estar en casa no la tengo del todo. Y me doy cuenta cuando estoy aquí. Pero eso se va formando, toma su tiempo. Mientras, me dejo abrazar por esa ciudad que me ha recibido con tanto cariño.

Esta pregunta a lo mejor es rara. Ya sabemos que te gusta el cine, lo colectivo, lo artístico, hablar de y por las mujeres, lo removedor, la raíz… ¿Pero cómo todo eso se relaciona con tu afición por lo sacerdotal y las monjas? ¿Hay algo de tu música que se haya desprendido de ahí?

—¡Ay, me encanta esta! Gracias por la observación. Yo soy como una devota de la devoción. Me llama muchísimo la atención la necesidad del ser humano de conectarse con algo más grande que él mismo y los rituales que están asociados a eso. Más allá de «¡Ay… que la Iglesia, que es una institución corrupta!». Ni siquiera entro ahí, sino en lo que permite que la gente se sienta cobijada por una noción de trascendencia. Me encanta. Yo quería estudiar Teología, imagínate. No lo pude hacer, pero hice un diplomado en Teología feminista hace unos meses y me quité esa espina.

El tema con las monjas es especial porque siento que en esos espacios de mujeres se fragua una pequeña rebeldía incluso dentro de las instituciones más opresivas. Entonces, claro, a mí me fascinan los espacios en los que las mujeres se encuentran. Sean cuales sean. Si son espacios sacerdotales, monjiles, también me llaman la atención porque hay toda una fuerza inconsciente de las mujeres reuniéndose que es muy poderosa, incluso dentro de la misma Iglesia. En el caso de las monjas, sí hay algo de la música que se ha desprendido de ahí. En una canción reciente, que se llama «Le digo adiós», hablo de reverenciar a las beguinas y las anacoretas. Las anacoretas eran unas mujeres que en el Medioevo se recluían de la sociedad, pero mantenían una pequeña ventanita abierta para hablar con las personas de la comunidad que pasaran frente a sus recintos. Y bueno, en un acto meditativo, medio ermitaño, pero ermitaño dentro de un espacio urbano, eso me llamó la atención. Quizás en la pandemia yo me sentía un poco así. Y las beguinas son aún más fascinantes porque eran mujeres religiosas que se organizaban en comunidades al margen de la Iglesia. Eran mujeres que defendían la espiritualidad desde una perspectiva distinta a la Iglesia, eran muy poderosas porque trabajaban en la comunidad y con la comunidad. Se movían de un lado al otro.

Me fascina todo eso. Me gustan mucho las historias de las místicas medievales, de cómo hacían música, de esos espacios de devoción a Cristo, pero que también son espacios de muchísimo erotismo, por ejemplo. Eso me encanta y me llama, tanto en los estándares de la Iglesia como en religiones fuera de ella, en el sincretismo latinoamericano, en la herencia de las religiones africanas está todo eso ahí.

Alguna vez dijiste que uno necesita que por lo menos alguien crea o te acompañe a soltarte en el proceso de crear. Juan (Olmedillo) fue eso para ti, un compañero para lanzarte al mundo… ¿Cómo se siente llevar la rienda y el ritmo en solitario ahora que todo arrancó incluso en una tarima en tu hogar (Caracas)?

—Esta es una pregunta muy linda porque absolutamente diste en el clavo. Porque eso fue Juan y es Juan. Llevar la rienda en solitario se siente necesario, se siente como que me estuve preparando durante muchos años para poder hacerlo; y al mismo tiempo me quité de encima esa necesidad de hacerlo sola. Durante un tiempo yo decía: «Bueno, lo haré sola, sola. Hablaré sola. No le pediré ayuda a nadie y lo resolveré sin necesidad de molestar a la gente». Eso también me lo quité porque es mentira. Uno trabaja en comunidad, yo trabajo muy bien en alianza, y trabajo muy bien en dupla y no voy a estar sola. Voy a pedir ayuda. Y eso no va a ser ninguna señal de debilidad. Entonces se siente necesario. Se siente como si finalmente me hubiese lanzado de un trampolín con el que tenía tiempo coqueteando, pero no voy a estar sola. ¿Voy a tener muchísima más seguridad en mí misma? Posiblemente. ¿Menos síndrome del impostor? Seguro. Pero bueno, tuvieron que pasar 10 años para yo decir: «Tú sabes tu cosa también. Tranquila». Tengo a Juan muy presente en el sentido del oficio porque me enseñó que se toca cuando se pueda, como se pueda y donde se pueda. Y en espacio que se abra se toca, se practica, se ensaya. Es una cosa como más de oficio. Agradezco también la sencillez con la que asumimos varias cosas porque si bien me encanta hacer música, es importante no creer que uno está salvando al mundo porque no es así. Mientras más honesto sea uno, mejor.

(Fotos: Alejandro Cremades)

¿Viste algo diferente en este regreso al escenario caraqueño? ¿Qué cosas te llevas?

—Esa es una buena pregunta porque no vi tantas cosas. Me hubiese gustado ver más, toqué más de lo que vi. Veo una escena de mucha resiliencia, de muchísima experimentación también, de pequeños nichos independientes que son muy necesarios. Es muy necesario que se creen estos submundos de públicos que se resisten a un sonido imperante y hegemónico, porque existe un sonido imperante y hegemónico. Y que se mantengan los nichos de otros tipos de sonidos, sean los que sean, me parece súper importante en un país como este, donde a pesar de todo lo que hemos vivido se instauran ciertas modas y las modas musicales se mantienen ahí y uno pensaría que no. Escuchas la misma canción en la radio todo el día, uno tararea la misma canción, eso es a nivel mundial. En TikTok es la misma canción y esa cosa del replay eterno hace que los pequeños esfuerzos de cosas distintas de repente se sientan como que no existen y yo los vi. Yo vi esos esfuerzos y eso me emociona mucho, más que haya espacios para mujeres distintas dentro de esos sonidos.

Pa’ la próxima, ¿se puede esperar un show más grande? ¿Invitarías a un coro de monjas?

—Yo quiero pensar que sí, vamos a pensar que sí. La Pequeña Revancha está grabando su tercer disco, con canciones nuevas, canciones que estuve tocando en acústico en estos espacios ahorita. El 3 de marzo me voy a presentar con una banda en México. Entonces sí, yo quiero este año venir a tocar con la banda. Me gustaría montar a la banda aquí, como Dios manda. Y no solamente tocar en Caracas, eso es muy importante. Ir a Barquisimeto, ir a Puerto La Cruz, ir a San Cristóbal, ir a Mérida, salir un poco de la cuestión centralista de Caracas aunque yo me sienta caraqueñísima. Eso es importante. Y sí, feliz de la vida invitaría a un coro de monjas. Feliz de la vida. Vamos a ver si esas monjas se atreven. Tienen que ser unas monjas un poco impías…

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