El ambiente de esperanza que se respiraba en la época de las protestas, y la sensación de que pronto la dictadura iba a caer se esfumó. De hecho, el sentimiento es completamente opuesto. Mucha gente está convencida de que esto no tiene pronta solución. Todos están pirando, y los que no lo han hecho lo están planeando.
Mis amigos poco a poco están escapando de esta maldición que nos tocó vivir. Y aunque en mis círculos siempre fui uno de los principales promotores de que hay que quedarse en el país para reconstruirlo ahora lo estoy dudando.
El otro día me tocó despedir a mi novia en el aeropuerto y comprobé que toda la paja de Maiquetía que creí exagerada era cierta. La atmósfera que se vive ahí es lamentable. De hecho, ya ni las fotos sobre la obra de Cruz Diez quedan bien porque el piso está destrozado. Además del calor de mierda que hay porque no funciona el aire acondicionado, el lugar parece como un velatorio (tal vez un pelo menos triste). Van y vienen grupos de familias que intercambian abrazos y besos, despidiéndose de quienes tendrán la suerte de no tener que vivir más en chavismo. Las lágrimas y la tristeza abundan en muchas caras.
La situación es desalentadora. Varias veces provoca mandarlo todo a la mierda y largarse, pero salir no es tan fácil como algunos quieren hacer ver.
Los que tengan la facilidad de irse, que se «vayan demasiado». Dicen que la vida es demasiado corta como para desperdiciarla en el tercer mundo. Pero lamentablemente, a los que no tenemos tan fácil la ida, nos toca seguir peleando.
Se acercan las elecciones regionales y todavía hay gente que no quiere votar. Entiendo el rechazo hacia la MUD, pero no me explico cómo es que pretenden mejorar al país sin hacer nada. Las dictaduras no se pelean como se quieren, se pelean como se pueden, y este es el escenario que nos tocó.
Muchos dicen que para qué votar si igual nos van a robar los votos. Sin embargo, la trampa que intentan hacer ahora es la misma que intentaron el 15 de diciembre, y no hay maquinaria que pueda contra una diferencia de votos tan abrumadora como la de ese día.
El ruido de las protestas nos dio exposición mundial. Con suficiente abstención, el oficialismo puede ganar suficientes gobernaciones y lavarse la cara internacionalmente. En cambio, si las gana la oposición, será fácil promover de nuevo las protestas porque no habrá gobierno local que se interponga. Además de que significa que para las próximas acciones habrá miles de empleados públicos que dejarán de ser presionados.
Si sofocan los presupuestos, montan gobiernos paralelos, encarcelan a los gobernadores, y cualquier posible escenario son consecuencias que hay que asumir. No descarto la posibilidad de que las gobernaciones terminen en manos del chavismo, pero lo que sí sé, es que si no votamos, le seguimos el juego al gobierno y perdemos sin haber peleado. Con la abstención se la ponemos demasiado fácil al gobierno, y eso en lo que nos convierte es en rolo de chavistas.
¿Vas a regalar las gobernaciones? Vota.
Andrés Gerlotti (@agerlotti), estudiante de 5to semestre de Comunicación Social.