Opinión

Las "reinas negras" de Netflix: dos maneras de plantear un debate

Dos miniseries abordan la posibilidad de que Cleopatra y la reina Charlotte de Inglaterra no hayan sido tan blancas como se cree. Más allá de las posibles polémicas, la intención no es lo único que cuenta

reina
Publicidad

Netflix estrenó en mayo dos de sus apuestas fuertes del año. Por un lado, la historia de la reina Charlotte de Inglaterra, spin-off de la ya icónica serie “Bridgerton”. Al otro, el docudrama producido por Jada Pinkett-Smith, “La reina Cleopatra”, que celebra  -o al menos es su intención primordial- el poder de las reinas africanas en el mundo antiguo. Ambas producciones despertaron desde su estreno -y la de la soberana egipcia, desde su anuncio- una considerable polémica en medio de un debate sobre identidad del cual las monarcas se encuentran a siglos de distancia. 

Por supuesto, se trata de su color de piel. Sobre Charlotte de Mecklemburgo-Strelitz, reina consorte de Jorge III durante 57 años, se ha especulado mucho por su «misteriosa» apariencia. En los retratos de la época hay una leve insinuación de cabello rizado, e incluso diversas crónicas insisten de forma sutil en que no era “tan pálida como debía serlo”. 

Para un grupo de historiadores, encabezados por el estadounidense Mario de Valdés y Cocom, Charlotte -que en vida fue celebrada por su amabilidad e inteligencia- descendía de una curiosa mezcla de razas. En un estudio publicado en 1967, el investigador llega a sugerir que “podía confundírsele por una mujer hija de moros”, un pequeño guiño que la miniserie de seis capítulos de Shonda Rhimes no dejó pasar e incluyó como parte de su argumento.

Un complicado cuento de hadas 

No obstante, curándose en salud, la producción de «La reina Charlotte: una historia de Bridgerton» deja claro antes de empezar que lo que contará es una “historia ficticia, con todas las libertades que eso supone”. Aun así, es bastante obvio que en su condición de guionista Shonda Rhimes hizo bien los deberes e investigó a fondo el complicado árbol genealógico de la reina hasta llegar al origen de la polémica.

reina

En palabras del historiador, la reina descendía de Margarita de Castro e Souza, emparentada en línea directa con el rey Alfonso III de Portugal y su amante, Ouruana, una célebre belleza de origen africano llamada por los cronistas de la época “la princesa negra”.

Sería ingenuo presumir que Shonda Rhimes -que ya había provocado revuelo con su ucronía de una corte multiétnica con “Bridgerton”- sólo deseara relatar una historia basándose parcialmente en la verdad. De hecho, el ingenioso guion de la miniserie plantea la idea de la raza, la etnia y el origen sin desconocer el racismo. Pero a la vez, dando un paso más allá de la discusión malsonante de lo que podría o no ser real. Después de todo, ya la producción lo deja claro: se trata de hechos imaginarios. ¿Por qué no elucubrar sobre lo que podría haber sucedido?

Un poco más arriesgado: ¿qué ocurría en la Europa arrasada por guerras, con la tensión de una potencia gobernada con un rey con problemas mentales y un debate sobre la igualdad cada vez más peligroso?

Rhimes, que no deja a un lado el melodrama, esta vez lo utiliza con más ingenio que en la serie principal y apunta en la dirección correcta. El color de la piel de la reina pudo ser un elemento para juzgar, presuponer y explorar acerca de los prejuicios de la época, pero también, los del público suscriptor y la cultura pop en general. La premisa parece sencilla, aunque en el fondo no lo es tanto ¿Qué ocurre con esta mujer poderosa que tuvo 13 hijos y en la ficción gobierna un país con mano de hierro, a pesar de la contradicción que eso supone en la realidad? La pregunta no se responde en la serie -no es su intención- pero sí deja algo claro: Rhimes aborda el tema con libertad y logra mucho más que una polémica estéril. 

El efecto contrario

Más complicado resulta el dilema que plantea con poco acierto “La reina Cleopatra”, producción dirigida por la dupla Tina Gharavi y Victoria Adeola Thomas. La miniserie que busca homenajear a las reinas africanas y otras mujeres negras poderosas, no plantea un dilema por resolver, sino que directamente asegura que la monarca ptolomeica no era blanca ni mucho menos con rasgos griegos. La afirmación se basa en la ausencia de pruebas de lo contrario, por lo que la premisa, resulta incómoda en su sencillez.

reina

Uno de los mayores errores del argumento, que aporta poco o nada a los datos conocidos sobre la mujer que rigió Egipto en una época especialmente complicada, es su superficialidad. Los expertos invitados ponderan sobre la probabilidad que Cleopatra descendiera de una mujer Nubia, como se ha especulado por siglos. O que, directamente, su línea se remontara a alguna dinastía de reyes de piel oscura. No obstante, no hay información relevante, significativa o trascendental que apoye la hipótesis, que se expone como dato irrebatible a pesar del silencio histórico al respecto.

Para la historia -un lujoso docudrama de cuatro capítulos con una elegante puesta en escena- es mucho más importante agitar la polémica que evidentemente implica la presunción. Y al contrario de ofrecer respuestas -o invitar a la duda- acerca de la procedencia étnica de la reina de Egipto, logra exactamente lo contrario.

Publicidad
Publicidad