Opinión

"Wonka", ¿la sorpresa del año?

Tenía todo para ser un experimento fallido. Un personaje icónico que ya había sido caricaturizado, un trasfondo que pretende ser irónico sin mucha profundidad e incluso, el uso indiscriminado del CGI. Pero “Wonka” es una cinta deliciosa y es también un homenaje a los musicales que da un paso en una dirección inesperada: alejarse el cinismo 

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En la película “Wonka”, de Paul King, todo es exagerado y al borde de ser desagradable. Desde las largas secuencias musicales hasta el optimismo del personaje titular (interpretado por Timothée Chalamet), cada cosa está pensada para ser un símbolo de bondad. Pero no de una forma disimulada o al subtexto. King -conocido por la encantadora “Paddington”- toma una decisión que en la actualidad es un riesgo: crear una historia de origen sin cinismo alguno. Tan transparente en sus intenciones y directa en su mensaje, que resulta conmovedora en su ingenuidad. Mucho más, cuando construye y levanta todo a través un hecho único: Willy Wonka quiere ser el mejor chocolatero del mundo.

Puede parecer simple — y lo es — hasta que el guion de Simon Farnaby y el propio King da algunos giros interesantes.

En primer lugar, basarse por completo en el personaje interpretado por Roald Dahl o, lo que es lo mismo, el encarnado por Gene Wilder. De modo que en vez de ser la criatura neurótica, retorcida y levemente siniestra que Tim Burton imaginó a mayor gloria de Johnny Depp, es sólo un tipo peculiar. Pero la rareza de Willy no viene de intenciones ocultas, poderes misteriosos o su tendencia a la creación compulsiva, sino de su optimismo. Su necesidad llana de llevar una golosina deliciosa a manos de cada devoto de la repostería del mundo y hacerlo bien. King toma la premisa para explorar con cuidado y pulso firme el hecho de la bondad. ¿Por qué hacemos buenas obras? ¿Por cuál motivo, deseamos imaginar algo que desborde los límites simples de la ambición?

Puede parecer una idea confusa o muy amplia para un musical con sabor navideño, pero el director logra algo brillante con poco: asumir que el mundo es un lugar cínico y brutal para los soñadores, por lo que cualquiera con un objetivo debe luchar contra la oleada de pesimismo o en el mejor de los casos, con los obstáculos que la simple cultura impone para lograr el éxito. Todo lo anterior, claro, con mucho terciopelo lila, una Londres gótica que rebosa en identidad Dickensiana y un personaje cuya mayor fortaleza es seguir insistiendo a pesar de las evidencias de fracaso.

«Wonka» y la vida en la gran ciudad 

¿Funciona algo semejante? Lo hace en un equilibrio precario sobre lo sensiblero, lo ridículo y un punto de dramatismo que la mayoría de las veces se diluye en canciones y un humor retorcido tan refinado, que recuerda inmediatamente a la obra de Dalh, el llamado “niño malvado” de la literatura infantil.

El Wonka de Chalamet está lleno de vida, vigor y de una rareza esencial que lo hace divertido incluso de manera involuntaria. Con su aire de figura gótica, el actor sabe bien cuál es el límite que lo podría convertir en caricatura y lo evita entre bailes, frases rocambolescas o mientras ignora con llaneza a su colección de extraños enemigos. Su propósito está claro: abrir una tienda de golosinas en la ciudad.

El personaje es brillante a un nivel intuitivo. King logra que Wonka tenga una cierta oscuridad más vinculada con la voluntad que con lo macabro. Cuando sus competidores Arthur Slugworth (Paterson Joseph), Prodnose (Matt Lucas) y Fickelgruber (Matthew Baynton) intentan evitar que venda chocolate, Wonka se las ingenia para aprovechar la experiencia en algo mejor. Es entonces cuando la película muestra su músculo de comedia un tanto macabra pero sin perder su radiante belleza tierna. El héroe es terco y sabe que tiene todo en contra, pero eso no le interesa.

O le interesa tan poco como para dejarse llevar por pequeños incidentes ridículos. El Wonka de Chalamet lava platos con la misma gracia que habla con un Ompa Lomppa de cabello verde (un magnífico e incómodo Hugh Grant transformado por obra de la magia digital).

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El director encuentra cómo enviar varios mensajes a la vez en medio de la profusión de buenas intenciones y canciones pegadizas. Wonka va a triunfar porque no concibe la idea de fracasar. Su impulso es incluso levemente inquietante, cuando el guion le presta atención. El personaje tiene destreza, habilidad e inteligencia para predecir los movimientos de sus contricantes, para comprender sus puntos débiles y avanzar.

Algo que los fanáticos de “Charlie y la fábrica de chocolates” (original y remake), recordarán de inmediato. De la misma forma en que el Wonka adulto supo predecir los diversos elementos débiles de sus posibles herederos, el joven apuesta fuerte, crea su propio mundo y finalmente, logra el triunfo a fuerza de tesón. Pero no como una némesis terrible, si no como una oleada de buena voluntad tan enorme que es imposible resistirse a ella.

Dulces problemas 

De nuevo, son conceptos complicados para una película que juega la carta de la inocencia más veces de la necesaria. De hecho, el gran problema del largometraje, es no explorar en sus partes más ambiguas, sino intentar ordenar por la fuerza todas las piezas en un escenario que al final parece sobrecargado. Desde las intenciones de Wonka, sus secretos, el Londres sofocante, la realidad que bordea a las canciones y a la belleza satinada del fotograma, King se rinde por el lado más luminoso y olvida lo compleja que pudo ser su película. Un error que condena al tercer tramo a una sucesión de canciones sin mucho sentido y un cierre predecible que decepciona.

Con todo, “Wonka” pudo ser un fracaso y no lo es. En su lugar, es un emocionante regalo para los amantes de la navidad, el chocolate y los pequeños enigmas. Todo con un Wonka de sonrisa amable que se vuelve un poco más maliciosa a medida que avanza el metraje. ¿Habrá más del personaje a futuro? Lo más seguro es que no, pero la simple insinuación deja claro qué tan en serio se toma la cinta a sí misma. 

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