Opinión

"Aquaman y el reino perdido": el mediocre adiós de DC

“Aquaman y el reino perdido” da punto final al proyecto de Universo extendido de DC. Al menos, hasta que James Gunn ponga la siguiente pieza en el tablero y de vida a la nueva generación de historias de superhéroes de la editorial

aquaman
Publicidad

Al personaje Aquaman le llevó décadas enteras recuperar la dignidad, luego de nadar en las aguas de la animación con una apariencia más cercana al ridículo que al heroísmo. DC invirtió tiempo y dinero en mejores ilustradores y guionistas, hasta que a mitad de la década de los noventa del siglo pasado, el hijo de la Atlántida emergió como un titán rubio de aspecto violento, muy lejos del personaje amable con traje naranja y pequeñas alas en los tobillos.

Lo mismo podría decirse que ocurrió en el cine, sólo que sin el paso previo de ser una figura modélica y levemente santurrona. El Aquaman de Jason Momoa irrumpió en el cine en la fallida “Liga de la Justicia” (2017) de Joss Whedon como una fuerza de la naturaleza. Cubierto de tatuajes, con pelo largo y aspecto salvaje, se convirtió en uno de los escasos altos de una película desastrosa.

Pero sería su cinta en solitario, dirigida por James Wan y estrenada al año siguiente, la que le llevaría al Olimpo de los nuevos superhéroes de la pantalla grande. El héroe de Momoa bebía cerveza, admitía malos olores, pero también, era una figura enorme y majestuosa que emergía en un escenario digital con una más que convincente estampa de poder. Como si eso no fuera suficiente, Aquaman culminaba su recorrido por Atlántida y finalmente, en contra sus enemigos como rey de un territorio submarino pleno de poder y recursos. 

En “Aquaman y el reino perdido” todo eso parece olvidado en favor de una combinación irregular de una comedia y un argumento superheroico. Pero en lugar de utilizar el indudable carisma de su personaje  — y actor —, el director James Wan, parece tener menos entusiasmo y energía que en su anterior incursión en el mundo del personaje. De modo, que Arthur Curry / Aquaman dedica una buena cantidad de tiempo a un humor bufonesco. Todo, en medio de un dilema que no interesa a nadie y cameos menores del resto de los personajes. 

La película se diluye en una burlona visión sobre la complicidad eventual y forzada entre Orm (Patrick Wilson) y Arthur, ambos convertidos en improbables defensores de la mítica ciudad submarina. A eso hay que añadir la amenaza endeble y siempre escurridiza de David Kane / Manta Negra (Yahya Abdul-Mateen II), que regresa con una nueva arma para aumentar su poder letal. Y presumiblemente, su peso en la trama. Pero no logra ni una cosa ni la otra. De hecho, el trío de figuras gravita en una especie de línea recta de torpezas, a medida que el escenario en el que deben enfrentarse se hace más claro. El poder del mundo submarino está en juego y también — porque no podía ser de otra forma — el resto de la humanidad.

James Wan opta por recargar el apartado visual de la cinta en lugar de profundizar en la historia que tiene entre manos. Lo que provoca una explosión de color y luz, tan memorable como en la primera «Aquaman», pero igual de vacía.

Arthur y Orm, que deben vencer a Black Manta en su asedio, tienen una relación que recuerda en más de una manera a la de Loki (Tom Hiddleston) con Thor (Chris Hemsworth) en el Universo de Marvel. Pero en su lugar, Momoa y Wilson parecen más compañeros de aventuras que hermanos en busca de un punto común. El guion de David Leslie Johnson no logra equilibrar la tensión entre ambos, tampoco los momentos fraternos, semejantes a una buddy movie, pero sin el encanto que podría suponer una fórmula semejante. 

¿Y la chispa? 

El mayor error de la película es la constante sensación de insinuar un giro de interés sobre el puñado de personajes en pantalla, sin lograrlo jamás. Arthur y Orm viajan a través del mundo y los océanos, enfrentando a un enemigo que no supone una real amenaza. Eso, entre docenas de chistes sin gracia y en una versión más grande y disparatada de su predecesora, pero sin su chispa, habilidad narrativa y sencillo sentido de su historia absurda.

En esta ocasión, Wan parece copiarse a sí mismo y crear una épica absurda que no sólo no llega a ningún lado, sino que parece soportar — mal — el peso de su intrascendencia. El gran problema — el más complejo de resolver — es la circunstancia de que la trama no forma parte de argumento mayor alguno. Culminado el Universo extendido de DC, la obra de Wan resulta innecesaria, un añadido a un conjunto de películas cuyo valor decae a medida que se hacen menos importantes, en su cualidad como espectáculo y narrativa.

¿Merecía un final semejante, una franquicia que incluyó a directores como Zack Snyder, David F. Sandberg y Ángel Manuel Soto? La respuesta es no. Pero también, es un indicativo de la fragilidad de un género lleno de vaivenes, decisiones financieras antes que artísticas y sin duda, un sentido de la oportunidad que desluce el espectáculo fílmico. DC se despide — por ahora — del cine, y lo hace a capa caída.

Publicidad
Publicidad