Opinión

"La primera profecía": el universo femenino de un clásico del terror

En 1976, Richard Donner tomó las escrituras bíblicas para hacer una de las películas de terror más escalofriantes de todos los tiempos. Ahora, en 2024, la directora Arkasha Stevenson retoma el testigo en una versión sobre el Anticristo violenta, salvaje y más sangrienta que nunca. Y sobre todo, con una rara inclinación hacia lo femenino 

terror profecía
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El terror religioso no es sencillo. Mezclar en un mismo escenario lo divino y los tropos del género siempre supondrá un equilibrio precario. Cualquier desbalance en el tono y el ritmo transforma la historia en pantalla en una caricatura. Lo que requiere un refinado sentido de lo grotesco. Ya en 1973, “El exorcista” de William Friedkin, lo demostró en una puesta en escena tensa y nauseabunda, en la que mostraba una posesión como un dilema de fe y además, una transgresión moral que resultó incómoda y determinante para el terror en adelante.

Pero en 1976, Richard Donner hizo lo impensable hasta el momento. Tomó las escrituras bíblicas y las convirtió en una película de terror que, además, se atrevió a analizar el mal moderno desde una sutileza inquietante. Traduciendo el libro del Apocalipsis, casi versículo por versículo, el argumento de “La profecía”, contaba la llegada del anunciado Anticristo de forma tan específica y creíble, que la cinta se convirtió en un tipo de premisa por completo nueva.

Sin mostrar demasiado y apenas insinuando la naturaleza de lo demoníaco a través de accidentes y horrores a la sombra, el argumento se enfocaba en Damien (un precioso Harvey Stephens de cinco años de edad), como fuente de todo lo maligno. ¿El motivo? Era el hijo del diablo, némesis del bien y predestinado antiprofeta, responsable de la futura destrucción del mundo.

La premisa siguió su ruta en la inferior “Damien: La profecía 2” (1978) de Don Taylor. En ella, Damien, un adolescente adoptado ahora por su tío, vivía en Chicago. Interpretado por Jonathan Scott Taylor, el perverso personaje apenas descubría su naturaleza malvada y hacía uso de ella con la feroz despreocupación del adolescente que era. Para la historia del cine quedó la escena en la que responde, en una sucesión tenebrosa, las preguntas de un angustiado profesor de historia. “Sé todo lo que hay que saber”, murmura el tétrico niño, cuyo rostro aparece en el mítico — y ficticio —mural de Yigael, como el responsable de la inminente destrucción del mundo.

La saga se completaría tres años después con “La profecía III: el conflicto final”, la peor de la historia inicial — hay una serie y dos películas más, sin mucho que agregar a la trama — dirigida por Graham Baker y sin duda, una floja conclusión. Damien Thorn (un solemne Sam Neill), ahora llevaba adelante el proyecto destructivo de su demoníaca naturaleza, solo para tropezarse con el nacimiento de Jesucristo y morir de la manera más anticlimática posible, sin confrontación alguna. Con todo, la trama logró unir algunos hilos fundamentales de la historia y mostró varias escenas vomitivas. Entre ellas, una reposición en tiempos contemporáneos de los asesinatos de los inocentes y escalofriantes monólogos de Damien, jurando fidelidad a la maldad.

Viaje al origen

“La primera profecía”, toma todo lo anterior y hace lo más complicado en su situación: vuelve a la película original — y la mejor — para narrar ahora la historia de la madre de Damien.

La directora Arkasha Stevenson toma el testigo de Donner — y solo de él — para componer una historia brillante, que también coescribe, sobre el paso originario del mal profetizado en el mundo.

A diferencia de otros intentos de darle continuidad o profundizar en el origen de universos de terror más complejos, Stevenson medita sobre cómo el diablo — o su hijo — encontró la puerta ideal para asolar el posible futuro de la humanidad.

Ubicada en la década de los sesenta, con una fotografía impecable que rinde homenaje al grano analógico y un argumento que profundiza en el body horror hasta la repugnancia, “La primera profecía” sorprende. No solo por su capacidad de narrar sin perder su conexión con la cinta inicial de 1976 sino por evitar hacer uso fetichista del horror aplicado a los cuerpos femeninos. Toda una novedad en el cine actual y que lleva a la producción a un lugar nuevo y brillante sobre la corporeidad de lo metafísico.

La película, que sigue a Margaret (Nell Tiger Free), hasta Roma para tomar los hábitos, es violenta al narrar como el sexo, la lujuria y la necesidad física, se entremezclan para crear un escenario idóneo: el que hará posible que el futuro bebé, fruto de la sed del diablo por la destrucción, llegue al mundo. Pero la directora se concentra en el hecho del mal que acoge al mal. Lo que hace que todo lo que rodea a Margaret — cada vez más brutal y cruel — sea un contexto complicado que conecta con un subterfugio terrorífico. ¿Pueden los pecados de la Iglesia ser el vehículo idóneo para una profecía, prácticamente autocumplida?

“La primera profecía” avanza con cuidado en una serie de espacios incómodos y terribles. Porque, más allá de las vísceras derramadas, que las hay y los habituales clichés del terror religioso, hay una percepción sobre la fe, la creencia y lo sobrenatural que la emparenta con la primera película. En la de Donner, una fuerza invisible arrasaba con cualquier obstáculo que pudiera evitar que el pequeño Damien prosperara en mitad del seno de una familia poderosa. En la de Stevenson, la misma fuerza se manifiesta de a poco y anuncia que Margaret — su útero — será un altar profano que creará un horror imposible de definir. Y todo en la forma de un niño.

Con todo tipo de referencias a obras mayores, “La primera profecía” es inesperadamente fresca, bien construida e inteligente. Lo que lleva a que probablemente sea el comienzo de la común sobre explotación de premisas. De modo que sí, quizás habrá más. Aunque esta entrega tenebrosa, transgresora y muy femenina, quedará para la historia. 

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