Sexo para leer

#SexoparaLeer: El secreto de mi jefa

Se levantó y se puso su hilo nuevamente sin pronunciar palabra alguna. Se acomodó la blusa y el sostén que minutos atrás dejaban ver sus hermosos senos y se asomó al ventanal del edificio. A los pocos segundos volteó y me miró. Sentí que no sabía qué decirme, que tenía deseos de hacer como el avestruz, correr y esconder la cabeza bajo la tierra Ella siempre estaba seria, muy seria. Era difícil verla sonreír o salirse aunque fuese unos segundos de su pose de extremada seriedad. Desde que llegué a la empresa tuve buenas vibras con todos los que trabajaban allí, pero con ella la situación se complicó. Claro, su puesto le otorgaba cierta autoridad sobre nosotros y por lo mismo evitaba ser cordial, para que luego no le costara tanto hacernos cualquier reproche. Sin embargo, había algo detrás de toda esa aparente dureza de carácter, esa –creía yo- forzada seriedad, algo que, más pronto de lo que imaginaba, iba a descubrir.

Texto: Alvaro Márquez | Ilustración: Joel Hernández
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Era increíblemente puntual, no era posible verla llegar siquiera 10 segundos tarde y tenía la misma puntualidad a la hora de irse. Si alguno de nosotros tenía algo que decirle a su hora de salida, pues nos decía que esperáramos al día siguiente para expresarlo, sin importar lo que fuera.

Su manera de vestirse era igual de rígida que su carácter, siempre impecable, bella, muy seria pero bellísima la condenada… tenía un mequetrefe, un imbécil que la venía a buscar todos los días en un carro último modelo.

Obviamente los veía por la ventana desde mi oficina y me molestaba ver cómo el muy estúpido parecía presumir más por su carro que por tenerla a ella. Eso era un espectáculo todos los días. No me importaba el carro, pero me sacaba de mis casillas que tuviera a ese hembrón. Para esos días, aún no sabía qué era lo que no me cuadraba de ella, pero un lunes en la tarde, esa incógnita comenzó a ser descifrada… Creo que me juzgarán mal por lo que voy a decir y tal vez debería callar, pero ella, la mujer de la que les hablo desde un principio, hacía algo de lo cual no me había percatado: miraba disimuladamente el bulto en mi pantalón.

Perdonen… sé que debí darme cuenta desde hace tiempo, pero la verdad es que fue sólo ese lunes cuando empecé a notarlo. Me sentí estúpido, aunque no tanto como el individuo del carro. Ella no sólo me miraba el paquete, sino que repetía el acto constantemente; claro, trataba de hacerlo con mucha rapidez para que su “reojazo” resultara casi imperceptible. Les confieso que desde que noté que su mirada se detenía por unos segundos “allí”, no dejé de observarla y de darle oportunidades para que mirara y volviera a mirar las veces que le diera la gana. Creo que a partir de ese lunes, esa idea estaba en la mente de ambos. Imagen-SPL1-UB Pasé repetidas veces por la entrada de su oficina y me paré de frente, simulando leer unos documentos, para darle todo el chance de detallar minuciosamente lo que, sorprendentemente, parecía estar muy ansiosa de ver. En una de esas veces que me vio pasar me llamó para que le explicara algo acerca de un presupuesto. Era una explicación más o menos larga y me pidió, casi me exigió, que le diera dicha explicación de pie. Días atrás no habría entendido semejante orden, pero ahora todo tenía sentido…

¿Atreverme o no?

Pasaron los días y la situación se hacía más tensa.  Todos íbamos en traje formal al trabajo, pero un día nos sorprendió con la noticia de que podíamos ir vestidos de manera más deportiva, incluso fue directa, nos recomendó que fuéramos en jeans. La intención era clara, que yo llevara un pantalón más apretado para que sus ojos disfrutaran más, gusto que por supuesto, nunca me negué a darle, sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que los días siguieran pasando y aquello no pasara de simples miradas furtivas. Lo difícil era dar el siguiente paso, forzar las cosas, obligarla a delatarse, pero ante tanta seriedad en el trabajo, ante tanta rigidez, no era fácil atreverme.

Ella de buenas a primeras, no admitiría nunca que me miraba el paquete ¿Y si me botaba? Ese era un riesgo que debía correr… Se presentó un día en falda, rayos… ¡Qué trasero se gasta! Pensé que era el día para dar el paso, aunque me pudiera costar el empleo si su reacción no era la mejor. Llevaba varias noches durmiendo mal planeando qué hacer, cómo llegarle y nada, no daba con el plan perfecto, sin embargo ese día, su falda me llenó de valor. Esperé el final del día. Les dije que se iba como llegaba… puntualmente. Esperé a que saliera al pasillo y la seguí a prudente distancia. Al entrar al ascensor que estaba vacío, mi mano apretó sorpresivamente una de sus nalgas. Su sorpresa fue total y más aún al ver que el atrevido, el osado que hizo tal acción era yo. “¡¿Cómo se atreve?!” me gritó. La arrinconé y marqué el botón de PH, en ese nivel del edificio las oficinas están todas vacías. Nuestras caras estaban casi pegadas. En sus ojos había miedo, pero no retrocedí, dejé de agarrar su nalga y tomé su mano y la puse… ya saben dónde. Su expresión era de pánico, pero no por creer que yo le pudiera hacer algo, sino por sentirse descubierta. “Bájame el cierre y sácalo” le dije mirándola. La mujer que me daba órdenes siempre, ahora acababa de recibir una mía. No crean que no estaba asustado, esto podía costarme el empleo y hasta la cárcel…

Locura en el PH

“Bájame el cierre y sácalo”, le repetí la orden y tal como sospeché al momento de atreverme a esto, ella lo hizo y me lo sacó. “Agáchate y mámalo, y no me comentes nada, sólo hazlo”. Ella me miró cuando ya se agachaba y les cuento que me dio una mamada sensacional, increíble… Nos salimos del ascensor y en pleno pasillo volvió a inclinarse y continuó “su trabajo” ¡Y qué trabajo! Yo no podía creer que aquello estuviera ocurriendo. Se fue el ascensor y no pensamos en la posibilidad de que alguien pudiera subir y vernos. CitaSPL-1-UB Era la hora de salida de casi todos. La corneta de un carro sonaba repetidamente abajo, seguro era el tipejo del que les hablé, pero ella no hacía el menor intento por atender a su llamado. Continuaba “en lo suyo”. La tomé por los brazos para ponerla de pie y alcé su falda, la tenía ahora muy pegada a mí. Hice que se volteara y contemplé su diminuto hilo negro.  Así que lo bajé del modo más lento posible para disfrutar del panorama divino que me ofrecían sus nalgas. Ahora sonaba su celular y ella ni pendiente. Estaba totalmente entregada al loco momento que vivíamos… menos mal. Las escaleras estaban cerca de nosotros, a la derecha. Me senté, abrí mi pantalón y ella, después de terminar de quitarse el hilo, se posó suavemente sobre mi pene.

No tengo palabras para describir cómo se movía, sólo sé que me hacía sentir como si hubiese ganado un ascenso. Entre un torero saliendo cargado en hombros con rabo y oreja y yo, no había diferencia en esos momentos ¡Además todo eso sucedía con ella! ¡Ella! La mujer seria, la jefa imperturbable y puntual. No lo estaba soñando, esa era una realidad. Ya llevábamos media hora juntos. Ya no sonaban la corneta del carro, ni su celular y ella seguía insaciable, subiendo y bajando sobre mi pene, en una “función” que parecía no acabar nunca, pero todo tiene un final y el de esa locura estaba llegando.

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