Viciosidades

El día que dos actrices me quisieron coger

El escenario era un bar o el bar se convirtió en el escenario, como lo quieran ver. La obra era en el Marriot o en el Four Seasons, no recuerdo pero sé que era en un hotel al que no podía ir en ese momento a menos de que lo pagaran mis papás

Composición gráfica: Yiseld Yemiñani
Publicidad

A los 17 años estás superando la incomodidad de la pubertad, si tienes suerte. Así estaba, una sombra de lo que fue un acné agresivo del que ya me estaba recuperando adornaba mi cara. El asomo de lo que sería una barba decente en el futuro y el pelo recién afeitado.

Enfundado en una de las camisas que a mi mamá le gustaba que usara y más tarde descubriría que en verdad me quedaba bien. Así me preparaba para salir a ver una obra de teatro con… ¿mis papás?

Qué fastidio.

Al menos iría con mi hermano, a esa edad eso prometía no hacerlo tan nefasto.

“¿Vamos a comer después?”, pregunté, porque una buena cena es todo lo que te importa cuando eres adolescente y sales con tus papás.

Tenía una novia con la que duré bastante para la edad que teníamos. Era una relación bonita, creía estar enamorado y me creía un semental por haber tenido algunas experiencias sexuales. Supongo que le pasa a muchos a esa edad.

Tal vez la vería después de ir a la obra, eso también me esperanzaba un poco la noche.

Llegamos y un parquero recibió el carro. Desde el lobby empezamos a subir unas escaleras misteriosas, como de caracol y al llegar al piso donde era el bar que ambientaron como sala, sonaba una música ruidosa pero vieja, una voz francesa comandaba el sonido.

Entramos al local y nos recibieron varias mujeres vestidas (o disfrazadas) con corsets y lingeries. La música no escondía al bullicioso público que, como si se tratase de una fiesta normal y corriente se ubicaban en sus mesas con servicios de whisky, todavía en el 2011 los venezolanos se emborrachaban con abundante escocés.

Mientras una mesonera de actuación decente nos llevaba a nuestra mesa, otras dos mesoneras, que después descubriría que eran actrices me interceptaron. Una joven y otra bastante mayor que yo. Ambas muy reconocidas.

La joven me empezó a acariciar el pelo, diciéndome que estaba bello, preguntándome que cómo me llamaba, de dónde venía, cuántos años tenía. Al responderle que tenía 17 se sorprendió, pero no dejó de “echarme los perros”.

Mientras tanto, la señora actriz solo me veía y volteaba, como ladillada. Había una parte de mí que sentía que estaban actuando, pero lo que hacían conmigo era mucho más que con los demás.

Una sensación de terror y excitación empezó a controlarme, sobre todo el terror. También tenía una semi erección, como “por si acaso” pero con miedo.

La vieja interrumpió su extendido silencio para susurrarme al oído:

-Si quieres nos vamos para allá atrás y te mamo el güevo.

Señalaba con la boca -una boca carnosa, la verdad- el backstage e inmediatamente ambas empezaron a discutir por sobre quién llegó primero. Me quedé helado con la proposición de la mujer y me tomó un par de segundos decidir salir corriendo de ese lugar. Comencé a caminar rápido hacia la salida y la actriz más joven me persiguió.

Me gritaba que no me fuera, se quedó en la entrada y me llamaba. Yo me quedé al final del pequeño pasillo de la entrada por unos segundos y la vi fijamente mientras trataba de convencerme. No lo logró.

Bajé al lobby del hotel y pedí una ración de tequeños, buenísimos. También una Coca-Cola. Pensé en ese momento y pienso ahora que no era ningún semental.

Pienso en lo mucho que nos disfrazamos algunos hombres. Apartir de ahí dejé que las acciones determinaran mi status sexual. Con bastantes traumas de por medio.

¿Estarían actuando? No lo sé. No es el punto. La hombría fingida es limitada, o inexistente y los que hablan mucho y hacen poco son los niñitos, no los hombres.

Publicidad
Publicidad