Opinión

Unión exitosa

La Unión Demócrata Cristiana, el referente político más influyente en Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial, cumplió 75 años el pasado 26 de junio. Su evolución y consolidación, el rol desempeñado tanto en ese país como en el resto de Europa y su influjo mundial, la convierten en una ejemplar colectividad política sustentada en los valores del humanismo cristiano

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berlin

Ha cumplido setenta y cinco años la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán), o sencillamente “la Unión”, el partido más importante e influyente de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Gracias a su liderazgo y al importantísimo aporte de otras expresiones democráticas, su sociedad y sus instituciones han alcanzado el mayor desarrollo, prestigio y reconocimiento internacional en toda su historia.

La CDU no es el único partido que ha gobernado Alemania, en su versión Occidental o reunificada. Tampoco ha gobernado en solitario. La coalición ha sido una práctica ya institucionalizada en la política germana entre democratacristianos, socialdemócratas, liberales y, más recientemente, los verdes ecologistas. Solo una vez logró la mayoría absoluta en el Bundestag: en 1953, con 45,2 % de los votos, junto a sus hermanos de la CSU bávara. Pero ya sea como líder del gobierno federal o como socio en gabinetes compartidos, es la colectividad política con más presencia en la responsabilidad del poder.

La difícil tarea

Formar un gran partido popular que uniera la inquietud cívica y la acción política de católicos y protestantes en un movimiento reformador, no confesional, capaz de encontrar en una política coherente y atractiva a las vertientes socialcristianas, conservadoras, liberales, moderadas de la sociedad, no fue una tarea fácil. La dictadura nacionalsocialista y sus consecuencias de guerra y destrucción habían borrado el mapa político precedente. Ello, con la ayuda de las persecuciones, muertes, prisiones y destierros. Además, el centro y la participación política de los cristianos habían quedado dispersos y debilitados. Lo lograron, y por encima de obstáculos, reveses y no pocos inconvenientes, allí están.

La Unión fue un propósito serio, un compromiso creíble, no un ardid para ganar indulgencias con escapulario ajeno.

Entre sus grandes líderes destacará siempre Adenauer, en la titánica construcción desde los escombros de la República Federal. También Kohl, en la exitosa reunificación alemana tras el derrumbe del Muro. Y actualmente Merkel, una estadista excepcional que ha brillado en tiempos inestables de medianía y populismos.

Un factor clave en la nueva Europa

En un consenso democrático europeo, con debates naturales, entre las políticas trascendentes con mayor huella histórica están la economía social de mercado, sensata línea estratégica que equilibra realidades humanas y económicas, hoy asumida en toda esa gran comunidad continental. La promoción de la integración europea, cuyos problemas actuales no pueden llevarnos a ignorar el largo e impresionante camino recorrido desde la Comunidad del Carbón y el Acero, en la década de 1950, visión de Adenauer, de Gasperi, Schuman y Monnet, guiados por el humanismo cristiano. Porque la gran política siempre se funda en valores.

Cambio de siglo

Parece que el colapso del socialismo marxista y la crisis financiera mundial de la primera década de este siglo, los cuales debieron reivindicar a las diversas expresiones del centrismo, al demostrar que tenían razón, lo que trajeron consigo fue una tizana multicolor de populismos nacionales.

En Europa, la especificidad confluye bajo la divisa «Popular», con tendencias afines en la moderación, unas más conservadoras, otras más liberales. ¿Qué pasó en América Latina? En esta región que mañana, proclamábamos, sería “democratacristiana”, mermamos en presencia y fuerza. Ello fue así por la proporción de pueblo que nos sigue o por las ideas y su atractivo. Los tiempos reclaman cambios.

“El alma y la calma”

En el socialcristianismo patrio, en algún momento, perdimos “el alma y la calma” de aquel viejo y querido partido cuya larga agonía parece un inmerecido epílogo doloroso de pequeñeces para una historia que, sin estar exenta de humanos errores, tuvo grandeza. Fragmentados en pequeñas expresiones, no ya para todos los gustos, sino para todos los disgustos. La paradoja es que esta pena debemos pasarla cuando el país más necesita de mensajes y acciones claras, limpias, esperanzadoras.

Con Venezuela, por cierto, fue la primera cooperación de los democristianos alemanes fuera de sus fronteras. En eso, han mostrado su confianza en el futuro de este país, con una consistencia a prueba de todo.

Testimonios que sean fermento para que la idea pueda influir en el futuro, cuya construcción requerirá esfuerzos, ideas y valores. Eso debemos dar.

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