Venezuela

El último sábado por la noche de Hugo Chávez

Aquél 8 de diciembre de 2012 era sábado. El país vivía una transición política, pero muy pocos tenían claro hacia donde se movían las cosas.

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Foto: Prensa Presidencial | Archivo

En medio de la resaca de la recién terminada campaña electoral y la elección, hacía dos meses, de Hugo Chávez para un nuevo período como presidente de este dividido país, el gobierno cerraba el cerco informativo.

No faltaban quienes daban por muerto al hombre más poderoso por estas tierras desde los capitanes generales enviados por la Corona española a gobernar desde Santiago de León de Caracas.

Entonces apareció el hombre en la televisión. Lucía demacrado, la piel amarillenta y con una serenidad de los resignados. Pero intentó hacer chistes, parecer optimista, capaz de sobreponerse a la fatalidad. Quería convencerse de que podría completar una obra para la cual se creía predestinado, como una especie de redentor, una reencarnación de Simón Bolívar.

Había regresado de Cuba para dejarle como herencia al país a su sucesor: el «joven» Nicolás Maduro. Escogido a dedo e impuesto como hacían los reyes con sus sucesores, no importa si no era de la misma sangre.

De la «transcripción completa de la cadena nacional de radio y televisión realizada el 8 de diciembre del año 2012″ por el presidente Hugo Chávez, pescamos algunas frases que sacudieron a un país que estaba esperanzado en descansar un poco de la alta política para dedicarse a montar arbolitos y acelerar compras de fin de año.

Estaban en el «Despacho número uno» del palacio de Miraflores. El presidente reelecto vestía guerrera azúl marino sobre una franela roja. A su derecha, estaba el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, a su izquierda Nicolás Maduro, el vicepresidente del Ejecutivo y fiel acompañante en las horas negras la enfermedad.

Ambos escuderos tenían expresiones sombrías, acongojadas, que contrastaban con el tono y los preámbulos del protagonista de la noche.

Eran las 9:30, como dijo Chávez. O más bien las 33, como musitó Diosdado.

Para resumirlo en un lugar común serían 37 minutos que cambiaron a Venezuela. Eso fue lo que duró la cadena más sintonizada de un hombre que usó los medios radioeléctricos a su antojo.

Nombró a algunos de sus más cercanos colaboradores, algunos hoy grandes ausentes del madurismo.

Los primeros minutos se fueron en tratar de dorar la píldora, en ponerle azúcar al aceite de hígado de bacalao.

A propósito del día y de la hora recordó a «¿Saturday…como es?»

«Saturday night fever», apuntó Diosdado.

«Fiebre de sábado por la noche, ¡John Travolta! Yo bailaba La Lambada compadre», dijo Chávez con una risa rompe hielos mientras la corte celebraba con risas de fondo, como en aquellos programas de comedia gringos.

«Bailábamos La lambada. Yo recuerdo esa película, tuvo mucho impacto. Hace poco vi una película, Travolta ya con unos años encima pero buen actor, excelente actor, John Travolta ¿ese es el nombre de él, del actor? ¿No?», dijo Chávez en otra arremetida de su rompehielos.

«¡Sí!» dijo el coro de asistentes.

«Y Olivia Newton-John. ¿Te acuerdas? ¡ah! Era el impacto de aquellos años ¿qué? los años 80, los años 70, los años 80.
(Más risas de fondo).

«Miseria» dijo Diosdado Cabello, aparentemente recordado el nombre de otra película de Travolta.

«¡Miseria! Bueno, las miserias “Nada humano me es extraño…” dijo Chávez entrando en calor.

Recordó que a comienzos de ese 2012 tuvo una recaída «que fue enfrentada con éxito, un gran éxito por cuanto terminábamos el tratamiento de la radioterapia en mayo y unos días después, apenas estábamos inscribiendo la candidatura a la Presidencia de la República».

Aseguró que insistió en hacerse «todos los chequeos médicos» en Cuba «antes de inscribir la candidatura aquí en Venezuela».

«Y bueno, todos los resultados fueron favorables, si hubiese surgido algún resultado negativo en esos exámenes, tengan ustedes la seguridad que yo no hubiese inscrito y asumido la candidatura presidencial».

Habló del «esfuerzo grande» para pagarle bonificaciones a todos los empleados del Estado. Hizo un rápido balance de la Misión Vivienda, ese programa social de construcción civil que lo había llevado a la reelección. Habló de los actos militares de julio, mencionó pasajes de la campaña electoral, del incendio de la refinería más importante del país y el aguacero que recibió en la avenida Bolívar durante el cierre de campaña.

Sin decirlo del todo, negó que él supiera que estaba convertido en un enfermo terminal durante esa campaña:

«Bueno, si yo no hubiese estado… Digo esto porque por ahí han surgido versiones de que no, de que todo fue engaño. No, no, no. Enfrenté esa campaña con todo mi fervor y acompañado por ese pueblo».

«Inmediatamente al terminar, o al coronar la victoria del 7 de octubre, la gran victoria del 7 de octubre, a los pocos días me repetí los exámenes, aquí, allá en La Habana, y todo salió bien, todo salió bien» afirmó.

Hablaría entonces de «alguna inflamación, algunos dolores, seguramente producto del esfuerzo de la campaña y del mismo tratamiento de la radioterapia».

Comenzaron a prestarle atención a aquello, a reducir apariciones públicas a seguir el tratamiento.

Mencionó una cámara hiperbárica en Cuba, otra carta para la Asamblea Nacional pidiendo permiso para salir el 27 a Cuba y del inicio el 28 del nuevo tratamiento. Habló de síntomas, de más exámenes, revisiones exhaustivas…»y bueno lamentablemente, así lo digo al país, en esa revisión exhaustiva surge la presencia, en la misma área afectada, de algunas células malignas nuevamente».

Fue la revelación de que el cáncer estaba ahí. La voz quebrada, las expresiones de los dos espalderos bastaron a muchos para certificar que algo andaba realmente mal.

«Se ha decidido, es necesario; es absolutamente necesario, es absolutamente imprescindible someterme a una nueva intervención quirúrgica. Y eso debe ocurrir en los próximos días. Incluso les digo que los médicos recomendaban que fuese ayer, ayer; a más tardar ayer, o este fin de semana.

Pero, dijo, tenía que regresar antes a Venezuela para dejar su testamento.

Firmó la carta pidiendo un nuevo permiso, invocó su fe en Cristo, en los milagros, besó un crucifijo, recordó sus jornadas pasadas de conspiraciones, tanques,soldados, golpes de estado, contragolpes y elecciones y reelecciones.

«Yo sigo aferrado a ese milagro», dijo antes de proferir su conjuro contra aquella fatalidad.

«Sin embargo, en todos procesos hay riesgos, quién puede negarlo, en toda operación, eso es innegable», dijo al invocar la gastada palabra «patria», pedir la unidad de los militares y de «todas las fuerzas revolucionarias», de los partidos políticos del gobierno como respuesta a «los enemigos del país».

«No quiero alargar mucho estas palabras, ya son casi las diez de la noche. Al respecto, como está previsto en la Constitución, una vez que se me autorice salir del país, pues es el vicepresidente, el compañero Nicolás Maduro», el que queda al frente de la Vicepresidencia ejecutiva de la República.

Entonces vendría la frase que llevó a miles de chavistas a decidir por estrecho y dudoso margen las nuevas elecciones presidenciales de abril de 2013.

«Pero yo quiero decir algo, aunque suene duro. Si como dice la Constitución, si se presentara alguna circunstancia sobrevenida, que a mí me inhabilite, óigaseme bien, para continuar al frente de la Presidencia, bien sea para terminar, en los pocos días que quedan… ¿Cuánto?, ¿un mes? Hoy es… Sí, un mes, un mes».

«Treinta y dos días», acotó Diosdado.

«Y sobre todo para asumir el nuevo período para el cual fui electo por ustedes, por la gran mayoría de ustedes, si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el período; sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que —en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales— ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela».

La cámara enfocó a un aturdido Nicolás Maduro. Chávez seguía hablando encumbrando su discurso que era el inicio de una nueva campaña electoral.

Dijo que lo pedía de corazón, alabó al ungido como «uno de los líderes jóvenes de mayor capacidad para continuar» dirigiendo los destinos de la patria.

El epílogo fue una canción con evocaciones de marcha de cuarteles y entrenamientos. Muchos recuerdan hoy el estribillo «Patria, patria , patria querida».

Eran «las diez y minutos de esta noche del sábado ¡Hasta la victoria siempre!», dijo Chávez.

Dos años después, esa noche y esa canción son recordadas con fervor por la mitad del país…la otra mitad suele usar la frase «Pero tenemos patria» con cierto toque de sarcasmo, cuando hacen largas filas para comprar bienes básicos, cuando ocurren más devaluaciones, cuando se sorprenden con los precios que avanzan carcomiendo los bolsillos.

Por aquellos días de abril electoral de 2013, ya hasta muchos chavistas reprochaban a Maduro el haber dilapidado el capital político que le ofrendó Chávez.

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