Venezuela

De las aguas negras a la luz del sol

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Foto: Alejandro Cegarra

Belkis se toca en los lugares en los que antes había bultos. “Solo sacaron lo malo, no me tuvieron que quitar el seno completo”. Fue hace un tiempo, en un pasado cercano, pero que está a años luz de la vida actual de esta colombiana que ronda los 50. Hace apenas unas semanas, Belkis vivía en un espacio pequeño, sin ventanas por las que entrara la luz natural, con filtraciones de aguas negras que agravaban su estado de salud. Ahora, muestra orgullosa su nuevo hogar, “un techo que por fin es mío”, dice.

Tiene “una venta enorme”, que no es tan grande, quizás de metro y medio de ancho por 70 centímetros de alto, pero que es inmensa comparada con lo que tenía en su espacio en la Torre de David. Y, además, este apartamento en planta baja tiene vistas a un jardín, que no es sino un poco de césped, pero que para ella es casi el jardín del Edén.

Está feliz de haber salido de la Torre hasta Ciudad Zamora. Fue de las primeras inscritas en la mudanza por su estado de salud y el de su pareja, que sufre diabetes. “Era muy difícil vivir con esas filtraciones (de aguas negras), pero al inicio fue peor, porque me llegaban por las rodillas”, comenta sin dejar de sonreír. No en vano, es una luchadora que no se deja amedrentar, ni por el cáncer ni por las circunstancias económicas. Cuando se quedó sin trabajo porque el restaurante en el que trabajaba echó el cierre, usó la liquidación para comprarse una nevera y se puso a vender helados caseros. Luego se compró otra nevera más grande, que muestra con orgullo, repleta de ‘chupi chupi’ de tamarindo, coco o fresa. Más tarde decidió ampliar el negocio y ahora vende ropa bajo el sistema de apartado: la clienta paga poco a poco la prenda en función de su economía y, cuando el monto está completo, se la lleva a casa.

Saturnino mira a Belkis mientras conversa. Lo hace sentado en la puerta de la casa, bajo la escalera comunal, donde da la sombra. Este colombiano de 58 años, lleva más de 30 viviendo en Venezuela, pero fue precisamente en un viaje a su Barranquilla natal que se encontró con Belkis. “Ella se enamoró de mi, tanto que se vino para Caracas conmigo”, dice. “Si él quiere vivir con esa ilusión, vamos a dejarle que se crea eso”, contesta Belkis, cómplice y entre risas picaronas.

Para Saturnino el cambio a Ciudad Zamora ha sido muy positivo. A todo le ve el lado bueno. Incluso a tener que levantarse a las 4 de la mañana para llegar temprano a su puesto como vigilante en un banco. “Antes llegaba siempre tarde, le quedaba debiendo 20 minutos a mis compañeros. Ahora llego dos horas antes a mi trabajo, es una gran diferencia”. Para trasladarse, tiene que caminar unos 500 metros hasta la salida del complejo residencial, esperar un autobús y que éste lo lleve hasta “el ferro”, el tren que va desde Cúa a Caracas. Cuando llegue a la capital, después de una hora de viaje, deberá tomar el metro. Si hace el viaje un poco más tarde de las 5 am, empezarán las congestiones y llegará tarde.

Son solo unos días a la semana que debe hacer este viaje. Antes, Saturnino se dedicaba a la ebanistería, pero cuenta que en una semana tuvo que donar sangre dos veces para su padre y su hermano y que eso le acarreó un problema de diabetes. Los médicos le dijeron que debía dejar el oficio porque un corte podía suponer un gran problema. Llegó a tener ebanistería propia, a la par que vivía dando saltos por diferentes barrios de Caracas. “Los alquileres estaban muy caros, era imposible de pagar”. Y se fue a la Torre con Belkis.

“Cierro los ojos y los abro de nuevo para darme cuenta. Dios mío, es verdad, tengo mi casa, después de 30 años peleando en este país, tengo mi casa. Esto es algo que no se me va a olvidar, porque ningún Gobierno del mundo le da casa así a la gente, menos a los extranjeros. Le doy gracias a Dios todos los días por este proyecto que inició el Presidente Chávez”, explica Saturnino, agitando las manos que antes permanecían quitas sobre la barriga a medio vestir.

Cuando él no la oiga, Belkis mostrará una foto de una boda a la que fueron juntos como la prueba irrefutable: “mira los ojos que me pone en la foto, está detrás de mí, pendiente. Él fue el que se enamoró de mí”.

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