Venezuela

La rémora activada (en torno a la moda del activismo)

Antes un artista era de izquierda y leía a Marx. Picasso era comunista y esa idea lo acompañaba. Ahora, en nuestros tiempos, no tenemos por qué aferrarnos a los grandes argumentos de la modernidad para tener un norte, un proyecto de vida traducido en acciones. 

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Hay palabras que te persiguen y se te pegan, como rémoras, durante días, semanas, años. A mí, en estos días, me ha insistido mucho la palabra «activista». Se me aparece por acá y por allá, insistente, terca. Quizás la palabra quiere que me vuelva su activista. Activista de la palabra activista. Pero a mí esa palabra no me gusta. Es una palabra para tiempos líquidos, si se me permite el término de Zygmunt Bauman.

Para Bauman, nuestros tiempos son tiempos rápidos, inestables, de identidades flexibles y listas para llevar en los que hay que correr detrás de las cosas y de los modos de vida antes de que las cosas y los modos de vida alcancen su caducidad. Vivimos en el mundo del «lumpenproletariado espiritual», dice Bauman, utilizando el término de Andrezj Stasiuk.

En alguna conferencia, Baudrillard señaló que más que temerle a la comercialización del arte, hay que temerle a la estetización de la mercancía. Creo que algo así está ocurriendo con el activismo. El activismo se ha estetizado, se ha vuelto ilusión, se ha vuelto mercancía y moda. Es lindo ser activista, es cool ser activista. Estamos vacíos, hemos perdido las grandes ideas que nos formaban y nos guiaban, la religión entre ellas. Y las ideas de izquierda, que fueron buenos cuando fueron buenas, hace mil años.

Antes un artista era de izquierda y leía a Marx. Picasso era comunista y esa idea lo acompañaba. Ahora, en nuestros tiempos, no tenemos por qué aferrarnos a los grandes argumentos de la modernidad para tener un norte, un proyecto de vida traducido en acciones. Ahora tan sólo tenemos que ser activistas. El activismo está allí para que tomemos el que mejor nos parece y seamos activistas por un rato.

Claro, hay activistas de izquierda que abrazan la izquierda. Pero, ¿qué es la izquierda? Pues también es un activismo que tan sólo durará un instante líquido. En este país está dejando de durar, porque ya no hay líder carismático que te haga pensar que es cool ser de izquierdas. Son los mismos activistas (no todos, cierto) que practican danzas africanas y se visten con looks africanos occidentalizados. Activistas anti globalización que se globalizan en la moda «periférica» y «multirracial» que nos dejó Benetton.

Y por supuesto, están los activistas sin más. Que son lejanamente de izquierda, aunque no lo sepan. O que sencillamente no son de izquierda, sino activistas y listo. Como Hollywood, el centro de irradiación actual del activismo mundial. Angelina, la más grande activista. A Hollywood, vale decir, le encanta jugar a ser de izquierdas. ¿O a ser activistas no más?

El activismo, vamos, me dirá usted, ¿qué tiene de malo?, esa gente ayuda al mundo y es feliz a su manera. Sí, tiene usted razón. Que sea feliz el activista, que llene su vacío con una vida dirigida por las cápsulas del activismo. Su libertad, en términos de Isaiah Berlin, es una libertad positiva, una libertad para vivir bajo un proyecto de vida.

El proyecto de vida del activista, su libertad positiva, se basa en ir de un activismo al otro, o en quedarse en uno solo, y lanzarle a los demás que no están haciendo nada por nada. Porque el activista se salva de toda responsabilidad, porque el activista sí está haciendo algo por el planeta y por la sociedad. Y usted tiene que sentirse avergonzado. El activista le recuerda que es una gran cosa… y que usted no. El activista está claro con su vida, usted no.

Vivimos en un mundo de pequeños fanatismos instantáneos. Pero pienso que quizás algunos fanatismos de esos, uno nunca sabe, pueden crecer y crecer, y llegar a ser peligrosos. ¿La vida líquida los evita? No sé, el Estado Islámico ha llevado a cabo una campaña online dirigida al mundo occidental que le ha permitido atraer a miles de jóvenes norteamericanos y europeos que se ofrecen como voluntarios para luchar con ellos, para matar gente como ellos matan. Quizás este sea el extremo del activismo en nuestros tiempos líquidos. La reacción a la vida líquida.

Cabe preguntar: ¿qué belleza, qué paz, qué luz vivificadora ven estos jóvenes en el radicalismo asesino de ISIS? Quizás ven respuestas, quizás ven un lugar donde poner los pies en la tierra y decir aquí estoy, fuera de la velocidad líquida. No estoy defendiendo a ISIS (válgame Dios), lo que digo es que en el vacío de los tiempos líquidos, en el vacío saturado de vacíos, el fanatismo puede ser una manera de bajarse de la montaña rusa. Algún activista, cansado de la velocidad de los tiempos, quizás prefiera detenerse y plantarse ante el vértigo del abismo.

Quizás prefiera que le dirijan sus «libertad», que le digan «yo sé lo que es bueno para ti, vente conmigo, haz lo que te digo». Berlin hablaba de un yo empírico, heterogéneo, y de un yo autónomo, de un yo colectivo que le decía al yo heterogéneo: «Tú no sabes quién eres, yo sí». Y no tenemos que irnos hasta el Medio Oriente para darnos cuenta de que muchos prefieren este activismo radical, esta libertad positiva altamente dirigida.

En Venezuela sobran las mentes inquietas, jóvenes e inteligentes que han terminado siendo activistas culturales y contraculturas de la revolución. Quién sabe si la vida líquida vuelva a ellos. Quién sabe si un activista de ISIS se canse un día de degollar cristianos, y vuelva entonces a su país y se meta a vegano.

Pero he vuelto al mismo punto, y he dejado a un lado a los activistas de la mercancía, del capital, que son muchos. Los activistas del yoga, del budismo, del zen, los ecologistas, los ya nombrados veganos, los artistas neo-bohemios en general. Y los emprendedores, que son los activistas más obvios del capital.  Gente con estilos de vida que son activismos y con activismos que son estilos de vida.

Y es que la palabra «estilo de vida» forma parte del léxico del activismo. Por supuesto, están los activistas por los derechos humanos, y los activistas por los perros de la calle, y los activistas por los estudiantes, y los activistas por la libertad de los presos políticos. Y desde que vino la señorita Gloria Álvarez por estos lados, también está de moda el activismo liberal, aunque usted no sepa lo que es el liberalismo.

El hecho es que todos ellos «están activados». Se activan por Twitter, se activan por Facebook y se activan con Lilian Tintori. Por supuesto, no se me mal interprete, en estos tiempos, en nuestro país uno tiene que luchar por el estado de derecho que hemos perdido. Yo lo hago, pero no soy emprendedor ni activista, porque ya cuando se me etiqueta, dejo de ser quien soy para ser una etiqueta. Y mire, la verdad que los humanos somos un asunto muy complejo como para andarnos resolviendo en etiquetas. Las etiquetas, querido amigo, son formas de simplificación, lugares comunes, modos de entender fácilmente una cosa. Y el activismo es una etiqueta.

Lamento, por ejemplo, ver a Hollywood (disculpe tanto rizo, lector) en sus regodeos activistas. Mad Max: Fury Road, film que pudo ser una verdadera obra maestra del cine está lleno de lugares comunes del activismo. Allí está Imperator Furiosa (Charlize Theron), como emblema facilón del feminismo activo-activado, junto con ese montón de viejas-sabias que viven en el medio del desierto, guardianas de las semillas, de los bosques, de las plantas, de la naturaleza… oh qué lindo.

Y allí están los tambores rodantes y la guitarra eléctrica que echa fuego y los carros con varas donde se balancean unos artistas-guerreros. Qué cosa tan horrendamente cool y pretendidamente artística. Y el final, el final revolucionario-demócrata-liberador (quién sabe si libertador) pero también carismático-femenista, y la huida del héroe individualista-asceta, que siempre debe existir, porque estamos en una sociedad plural. ¡Oh sí, cuánto activismo! Por cierto, cuando uno hace palabras cajón y le pone un guioncito a las dos palabras, se encuentra, que no quepa duda, ante un discurso activista.

Hace poco también vi Tomorrowland. ¡Dios, más comeflor no podía ser la cinta! Una buena historia terminó siendo un insoportable discurso activista, eso sí, mucho más pesado, descarado y cursi que la nueva Mad Max. Con todo, cuando uno va a ver Tomorrowland, ya sabe lo que viene. En cambio, con Mad Max: Fury Road, el asunto me resulta grave, porque uno no se espera tanto comeflorismo escamoteado.

El activismo, querido lector, está echando a perder el buen cine de Hollywood. Ahí está Elysium, que por sus ideas activistas de izquierda-liberales-libertadoras, se jodió completica. Y no es que uno no pueda tener ideas políticas, pero por favor, que no sean simplistas-activistas-cliché. El activismo se ha estetizado, se ha mercantilizado, se ha hecho cool, y parece que no tenemos salida, que para allá va todo. Así que mejor acoplarse. Vaya a la vuelta de la esquina y agarre su activismo, muy brillante, muy bonito. Póngaselo y salga a defender algo, rapidito, eso sí, que pronto pasará de moda.

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