Venezuela

La suerte del Bingo de la Trinidad cayó en manos de los indigentes

Los bingos, casinos y máquinas traganíqueles acumulan polvo desde hace cinco años. En 2010 se publicó en la Providencia N° 055 de la Comisión Nacional de Casinos (CNC) que los registros públicos y las notarías no pueden autentificar documentos que permitan la operación de locales que promuevan la ludopatía —la inclinación patológica a los juegos de azar.

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Fotos: Carlos Hernández (blanco y negro) y Andrea Hernández (a color)

De allí en adelante, los cartoncitos y la jaula con esferitas enumeradas se hicieron ilegales si hay dinero de por medio. Las paredes de estos espacios no escucharon más los anhelados gritos de «¡Bingo!» y las puertas de cristal más nunca dejaron pasar abuelas con koalas en la cintura.

“El problema es que ahora son clandestinos”, asegura Elsa Espinoza -66 años. Sin embargo, cuenta que cuatro locales de este tipo funcionan en el complejo Parque Central, uno en el Centro Ciudad Comercial Tamanaco (CCCT), dos en Plaza Las Américas y uno en Caricuao.

Espinoza asegura que “Nosotros los de la tercera edad queremos que los legalicen”. Muchos ancianos planifican tardes de juego en sus residencias o en las de sus amigos y esperan que en cualquier momento los vuelvan a permitir para asistir de nuevo a los grandes casinos y bingos que antes eran comunes en las zonas comerciales. “Yo juego con mi dinero, no con el del Estado”, finaliza la señora.

El acceso a los locales está prohibido. En algunos casos, como en el espacio que antes ocupaba el bingo de Las Mercedes (Caracas) cuando se llama a al responsable del inmueble, comenta que no se puede entrar porque el sitio se encuentra en medio de un litigio. Prefirió el anonimato. Fin de la llamada.

Las puertas principales de todos son custodiadas por cadenas gruesas o cerraduras costosas. El único al que logró acceder El Estímulo fue el antiguo Bingo de la Trinidad.

El Bingo de la Trinidad

Jean David es un indigente que duerme en la garita de vigilancia del Bingo de la Trinidad, Baruta. Aunque él asegura que sí, no cabe en su cama. El mide 1,80 metros aproximadamente y la cama es de 1,50. Admite que tiene problemas con estupefacientes.

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Es una de las cuatro personas que habitan el bingo. “Hay uno [un hombre] que es como yo y una pareja de gente sana, pero no tienen con qué pagar una vivienda”, explica Jean David. El otro indigente, que también es drogadicto, duerme sobre unos cartones en el piso de la segunda planta del local.

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El interior parece un cementerio de máquinas traganíqueles. Una gruesa capa de hollín cubre los bombillos quemados y los letreros neón-apagado de los aparatos que antes se adueñaban de los sueños de los jugadores.

A pesar de que no es un lugar apto para vivir, ellos se “las arreglan” y los perrocalenteros de la zona cuidan que nadie entre en la casa de los cuatro sin permiso. “Están pendientes de nosotros”, cuenta Jean David. Las posibles entradas -huecos en las rejas- están bloqueados por alambres filosos enrollados como rabo de cochino.

El sin techo espera que cuando demuelan la estructura, el responsable se ocupe de darles un lugar donde vivir. “Nosotros no tenemos ayuda de nadie”, lamenta. Jean David tiene esperanzas de que los asistan “por lo menos con algo”. Comenta que aún tiene fe y se despide con una bendición.

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