Venezuela

Estudiantes se reinventan sin claudicar en medio de la crisis universitaria

No tiran piedras ni queman cauchos. Intuyen que hay una estrategia gubernamental para fomentar la apatía. A pesar de esto, están decididos a defender la autonomía de sus casas de estudio.

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Texto por: Dalila Itriago @yugoslava21

Su imagen y su discurso rompen con los cánones tradicionales del estudiantado venezolano. No les interesa quemar cauchos o tirar piedras. Las protestas registradas en el año 2014, y sus secuelas, los dejaron escarmentados: detenciones, apertura de procesos judiciales, cárcel, asesinatos. Saben qué significa oponerse a un gobierno que consideran represivo y antidemocrático.

Son los estudiantes venezolanos de las 18 universidades públicas que, desde inicios de octubre, decidieron no reiniciar actividades por considerar que las condiciones no estaban dadas para sentarse en un pupitre a recibir clases, indiferentes al claustro. Sienten que en este momento la realidad los conmina a decidir entre abandonar los estudios y trabajar para sobrevivir, irse al exterior o encausar la energía para continuar defendiendo la autonomía universitaria. Por encima, incluso, de lo que piensan las respectivas autoridades de sus casas de estudio.

Hasler Iglesias preside la Federación de Centros Universitarios de la Universidad Central de Venezuela. Es hijo único. Su padre murió asesinado en el año 2002 y su mamá, de 70 años de edad, en algún momento le planteó irse del país: “Siempre tiene miedo de que sufra represalias por mi postura”.

Sin embargo, Hasler, quien ahora cursa el décimo semestre de Ingeniería Química, le dijo que no se marcharía de Venezuela. Quiere dedicarse al ejercicio de la función pública, en el área petrolera o petroquímica. Y, aunque sospecha que por su posición opositora al gobierno no le será fácil, no claudica. Por el contrario, insiste que no ha habido una semana que haya dejado de ir a la UCV para organizar actividades relacionadas con la crisis universitaria.

Iglesias no se cubre los ojos. No “finge demencia”, como dicen los más chamos. Admite que ya no se escucha la antigua algarabía del estudiantado, que los pasillos de la universidad están solos, que pareciera anulada la protesta, que hay signos de fe perdida. Tiene una explicación.

“Hemos identificado que las personas están ensimismadas. No es solo un problema de 18 universidades públicas y sus 300 mil estudiantes. Es un asunto de país. Todos tenemos dificultades enormes: hay inseguridad, escasez y la intención del gobierno es que esto sea así. Que cada uno se concentre en resolver sus asuntos y no haga enlaces para solucionarlos en colectivo. Fomentan la decepción. Pero sé que como yo, muchos estudiantes no tenemos miedo y defenderemos la autonomía. Existe una amenaza latente por el acuerdo de la Asamblea Nacional de demandar a las universidades, que ahora no han reiniciado sus actividades, por perjuicio al Estado venezolano. La pena contemplada es la destitución, la inhabilitación o la cárcel de las autoridades. Se comprende que tengan miedo, pero si intentan desconocer a quienes fueron electos democráticamente nosotros no lo permitiremos. Es una postura. Esto no se negocia”, manifestó.

La Federación de Centro de Estudiantes de la Universidad Simón Bolívar es liderada por Jesús Valerio, quien estudia el noveno trimestre de Ingeniería de Producción. Está convencido de que los estudiantes no han perdido su espíritu combativo solo que ahora desarrollan nuevas estrategias para producir mejores resultados.

Recuerda que todas las protestas del año 2014 desembocaron en anarquía y desorden. A partir de allí deduce que el gobierno “se quitó la careta” e inició una represión que sembró el miedo y la paralización. Ahora habla de la defensa desde la inteligencia, las acciones calculadas, técnicas: “Desde introducir un amparo ante el Tribunal Supremo de Justicia hasta realizar actividades relámpagos en los distintos organismos públicos del país”. Valerio subraya que sí, es cierto, no hay mucho ruido, pero eso no significa que estén entregados: “Tendrán que sacarnos a patadas si pretenden tomar la universidad”.

No cree que esté perdiendo el tiempo por su desempeño como líder estudiantil aunque “hacer disidencia en este país pareciera ser un crimen”. Confiesa que sus padres están preocupados, pero él tiene un sueño, como dijo el líder negro estadounidense. Quiere graduarse en Venezuela y entregarle toda su fuerza productiva a este país. Por eso recalca que no se irá. Al contrario, genera respuestas creativas a la crisis. Y ahora mismo respalda, desde la Federación de Centro de Estudiantes de la USB, la promoción de cursos gratuitos o a bajo costo para que los jóvenes que no están asistiendo a las aulas aprovechen y obtengan herramientas para su futuro desempeño profesional.

“La mayoría de nuestros estudiantes está aprovechando el tiempo y asiste a programas dentro de la universidad. Organizamos cursos que van desde temas relacionados con sus carreras, como Seguridad Ambiental, Industrial o Digital, hasta Excel o manejo de redes sociales”.

El caso de Ricardo Esparragoza es distinto. Estudia el décimo semestre de Arquitectura de la UCV y decidió trabajar desde las 9:00 de la mañana hasta las 5:30pm. Quisiera volver a las aulas, conseguir un tutor, concluir su tesis y caminar debajo de las nubes de Calder en el Aula Magna: graduarse pronto. La terca realidad económica lo llevó hasta una oficina de diseño, donde incluso ya supervisa proyectos importantes.

Cree que la apatía es mucha y lo lamenta, pero es incapaz de criticar a sus compañeros. Reitera, como los demás entrevistados, que todo es parte de un programa que sembró el terror: “Después de las protestas, es difícil hacer llamados a asambleas estudiantiles en la escuela de Arquitectura. Por cada diez alumnos van tres. Estamos cansados, la gente cree que las protestas no sirven de nada. La mayoría de mis amigos sacaron sus notas certificadas para irse al exterior. Otros se están cambiando a mitad de carrera a universidades privadas. Tengo conocidos que no son de Caracas y se fueron a sus casas, en el interior, para ver a sus familiares. Son muy pocos los que se quedan a organizar convocatorias. Yo mismo me pongo el mes de enero como límite. Si las clases no comienzan, pensaré regresar a la universidad Santa María como opción. Allí hice dos años de carrera antes de ingresar a la UCV”.

También están los que desconfían de la protesta del gremio profesoral. Es el caso de María Alessandra Bagglio, estudiante del tercer año de Medicina en la Universidad de Los Andes, en Mérida. Piensa que los movimientos estudiantiles reciben subsidios de los partidos políticos con el propósito de desmovilizar la protesta: “Quieren que no manifestemos para evitar que las elecciones sean suspendidas”.

Bagglio invierte su tiempo en practicar salsa casino, ir al gimnasio y acudir, tres veces por semana, al Instituto Hospitalario de la Universidad de Los Andes para recibir clases por una materia. Se siente estancada y lamenta que su hermano se graduó a los 21 años de edad en una universidad privada y ella, con 22, aún esté a mitad de carrera. Su familia, a diferencia de la de Mariet Calderón, consejera directiva de la Universidad Experimental Libertador, Upel, no le permite trabajar.

Calderón, nacida en San Cristóbal y estudiante del noveno semestre de Geografía e Historia en el Pedagógico de Caracas, por el contrario, tiene que fajarse en un restaurante los fines de semana para poder pagar su habitación en La Candelaria. A pesar de esto, no piensa en regresarse a su ciudad natal: “Gasto solo en pasaje y en la comida una vez al día, pero no me quedaré tranquila hasta que no cumpla mi meta. No hemos perdido nuestro espíritu irreverente, firme y contundente, pero hay que recordar que las protestas de 2014 dejaron 4.000 estudiantes procesados. Ahora nos enfocamos en buscar resultados que no perjudiquen ni física ni emocionalmente a nuestros compañeros ni a la sociedad”.

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