Venezuela

Los peligros internos

El futuro del país está hoy en manos de la oposición, no vayamos a defraudarlo reincidiendo en los errores que nos llevaron a los brazos del populismo que el país comienza a dejar a un lado.El gobierno no tiene absolutamente nada que aportarle al futuro. Son un cuento repetido, tan predecibles como desacertados, pero no por ello dejarán de ser una amenaza. Tenemos una nueva oportunidad para crear una democracia inclusiva y decente ¿De qué depende?

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Más pudo la UNIDAD que la crisis

Un buen punto de partida es tener en cuenta que la nueva esperanza con la que iniciamos 2016 es el resultado exclusivo de la UNIDAD. Sin ella, los venezolanos seguirían descontentos, pero aún así habrían mantenido al gobierno por simple descarte, por ausencia de una alternativa, por repetir esa lapidaria frase “todos los políticos son iguales”.

Se engañan los que creen que la victoria fue la simple consecuencia de la crisis. Los padecimientos económicos y los embates sociales no son suficiente para que los gobiernos cambien. Nadie a voluntad suelta una liana sin tomar la siguiente. El vacío da vértigo. El cambio ocurre, cuando hay una alternativa, algo que sin ser perfecto valga la pena apoyar. No tiene que atraer a la totalidad de los desencantados, basta una parte. En nuestro caso fue un 56%, y de ellos al menos dos tercios alguna vez fueron chavistas.

Dejemos a la discusión de la aritmética electoral cuanto se capitalizó del descontento, lo importante fue que gracias a la UNIDAD se juntaron casi 8 millones de votos. Sin ella, sin el mensaje de esperanza que despertó la UNIDAD, los 5 millones de electores del gobierno habrían sido suficientes para mantener el continuismo a pesar de la crisis y de todo el malestar.

Se lo debemos a la UNIDAD, no a un líder en particular, a un partido u organización, menos aún a una estrategia, programa legislativo o incluso a una acción corajuda. Nadie puede endosarse la victoria, salvo la unidad de todos. El primer paso para seguir avanzando en la construcción de esta nueva esperanza es no olvidar quien ganó, quien capitalizó. Ese logró es de la UNIDAD.

Pero la unidad de los distintos factores no fue el resultado de la nada. La UNIDAD se construyó. Un grupo de venezolanos, grande y numeroso, que pocos o nadie conocen, sirvieron como factores de confianza, pasta aglutinadora o pegamento, para que las organizaciones y los lideres que sí son y deben ser visibles, llegaran a los múltiples acuerdos, estrategias y planes unitarios que permitieron el triunfo.

Fueron decisiones, moderaciones, contenciones y por sobre todo, más necesidad que ganas de mantenerse juntos, los elementos que hilvanaron los orfebres de los acuerdos. Pero el trabajo ni de cerca ha terminado. Podría decirse que ahora el reto de la Unidad es todavía mayor. Ahora se trata de preservarla, al menos hasta que el trabajo esté completo, hasta que hayamos vuelto a construir una democracia inclusiva, donde el pluralismo sea la pauta y la alternancia la regla para resolver los disensos.

Tres riesgos que acechan a la UNIDAD

Nos siguen acechando, puede que con mayor fuerza, los riesgos que en no pocas ocasiones han puesto en peligro a la unidad. Al menos tres de ellos deben ser destacados.

Los rezagos de la antipolítica es nuestro mayor riesgo. Se trata de esa forma de entender la política como si se tratara de una empresa, donde los ciudadanos son la clientela y el gobierno una junta de accionistas. La política no puede reducirse a relaciones utilitarias, o a los parámetros que delimitan lo privado. La política debe incorporar valores y preferencias que no necesariamente comprende sólo las propias, así como hacerse responsable de objetivos colectivos que van más allá de los intereses de sus decisores.

Denigrar de los partidos, envolverse en dignidad más que en viabilidad, sobre dimensionar lo técnico, desestimar la necesidad del acuerdo, predicar con la moral sin considerar sus consecuencias y menospreciar los sentimientos del pueblo; son típicos ejemplos del obrar antipolítico que tanto socava a las democracias y, al final, termina colocando tiranos frente al Estado.

El segundo peligro es la desesperanza. Se comporta como una vocecilla que nos dice: No importa lo que hagas, los avances logrados, los triunfos conseguidos. Siempre habrá una fuerza, un error, una mala pasada que hará que todo se derrumbe. Así ha pasado durante 16 años. Para que no lo olvides, ellos te repiten: “No pasarás, no volverás”.

“No habrá elecciones, y si la oposición las ganas, las van a desconocer”. “El 5 de enero habrá alboroto, no dejarán que se instale la Asamblea”. Finalmente “¿Tú crees que dictadura sale con votos?”.

Esas son varios de los muchos signos de la desesperanza. Hagas lo que hagas, no vas a poder. La conclusión es obvia, mejor no hacer nada para no frustrarte, para que no te venzan. La mejor forma de no perder, es no competir. La inacción es la conseja de la desesperanza aprendida.
Por último están los peines y las trampas que podrá un gobierno que conoce muy bien la antipolitica y la desesperanza que se anida en el corazón de los opositores. Administrar los miedos y los prejuicios de la oposición siempre ha sido la mejor arma del oficialismo. Asustar y amedrentar ha pasado a ser una estrategia, ya no sólo para los contrarios, sino incluso para los propios que están a punto de dejar de serlo.

Aterrorizar con los colectivos, amenazar con el TSJ, farolear con las asambleas de comunas, son sólo algunas de las cartas descubiertas para despertar en los ciudadanos sus tendencias antipolítica, que son las que restan credibilidad en sus líderes, y recordarles su desesperanza aprendida, que es lo que les quita confianza en sí mismos.

Una antídoto para cada riesgo

El principal antídoto contra el riesgo de perder la unidad es el temor razonable de volver al pasado. Hasta ahora este temor sólo puede ser sentido por los ciudadanos más politizados. Aquellos que son capaces de hilar causas con consecuencias y de saber que la popularidad de los mesianismos autoritarios radica en los errores y los fracasos de los demócratas.

El temor razonable a perder el principal activo (la UNIDAD), es lo que detiene a los movimientos secesionistas que anhelan ver a su líder convertido en presidente de una vez por todas, o a los que creen que se las saben todas y los compañeros de balsa no son sino un lastre que impide avanzar más rápido.

Pero el temor a perder la UNIDAD no es suficiente “pegamento” para que sigamos juntos. Hace falta compartir ideas, unas más abstractas que otras, para que exista ese sentido de pertenencia que es lo que en definitiva solidificará la unión que nos permita llegar al nuevo orden democrático.

Ciertos principios comunes han fungido como adherentes de la unidad. Los valores democráticos, el funcionamiento institucionalizado del Estado y el desarrollo del país basado en el trabajo productivo y no sólo en el reparto de una renta cada vez menor, son parte de esos valores compartidos. Pero hace falta muchos otros de tipo operativo que despejen los temores que se tienen unos a otros dentro de la alianza democrática y, a la vez, lancen puentes entre aquellos que aún no forman parte de ella.

Este par de antídotos, el temor al pasado y la comunión de ideas, podrían ser suficientes si la oposición no viviera también en el mundo desintitucionalizado de la sociedad venezolana.

El país sin instituciones nos alcanza a todos, no sólo al gobierno y su precario marco normativo. La ausencia de contenedores a los jugadores por su cuenta, a los partidarios del personalismo, a los aventureros que buscan un beneficio particular a costa del colectivo, es el riego más primitivo que tiene la UNIDAD.

Los cazagüire de la UNIDAD

Más de un académico con ego de notoriedad, empresario aburrido del dinero, político de tiempo vencido o líder emergente con ridícula impaciencia, son candidatos a mellar la UNIDAD. Parar a los cazagüire sólo se logra con institucionalidad. La institucionalidad de los partidos, los mismos de los que tanto denigran los antipolíticos, pero únicos capaces de salvarnos de la improvisación y sus advenedizos.

Nunca como hasta hoy es necesaria la disciplina partidista, canalizar los apetitos por las vías institucionalizadas y contener a los aventureros que son tan proclives a liquidar cualquier patrimonio político siguiendo un delirio o un simple espejismo.

Por fortuna las llamadas “candidaturas independientes” de las pasadas elecciones fueron un ejemplo de porqué obrar fuera de los límites institucionales de la UNIDAD es igual a la derrota. Pero las lecciones se olvidan muy pronto cuando la prepotencia es grande, de allí que se necesite fortalecer la institucionalidad de la UNIDAD. En parte, como hasta ahora, con equipos técnicos, con garantes morales, con hacedores de acuerdos, con voceros calificados, pero por encima de todos ellos, con partidos políticos fuertes y disciplinados que obligue a los advenedizos a canalizar sus apetencias y fantasías bajo los códigos de procedimientos políticos, llámense acuerdos, consensos o primarias.

Para la transición democrática que comienza este próximo año, y para salvarnos de nuestros peligros internos, necesitamos de partidos políticos fuertes y hábiles profesionales de la política. En las manos de ellos debe estar el timón del barco y en la de los ciudadanos vigilar el rumbo.

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