Venezuela

Abraham Montes: "Vivo donde me agarra la noche"

Abraham Esteban Montes Rivas no tenía razón alguna para caer en la calle. Hijo de un maestro de obra que ganaba bien y de una ama de casa que lo consentía, el señor de 60 años admite que nunca le faltó nada. En la primera entrega de Historias Vagabundas, un indigente, que era músico, habla sobre lo que más ha amado en su vida: sus viejos.

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Edición y video: Lissette Figueredo | Fotos: Andrea Hernández

Montes recuenta pedazos de su vida como si se hubiese aprendido un discurso al caletre, sin muletillas que evoquen recuerdos. Lo único que le cuesta son los nombres, pero con un poco de tiempo y ensayo los suelta completos. Primer y segundo nombre, primer y segundo apellido. Con las palmas ennegrecidas abiertas hacia el cielo, gesticula para acompañar sus relatos con detalles.

«Yo era la oveja negra de la familia», acepta aspirando el humo de un cigarro y aclara, con la exhalación, que el que no quiso estudiar fue él. Sin embargo, asegura que con su sexto grado y las enseñanzas de sus padres se las arregla muy bien. Su papá le decía siempre que tratara de no hacer quedar mal a la gente y le aconsejaba que contara hasta diez cuando alguien lo hacía molestarse. Montes aplicaba ese método zen con su mamá también.

AbrahamMontes

Su madre, María Rivas de Montes, era una morena con un carácter de perros, comenta, pero la respetaba mucho porque era una mujer autodidacta y porque le dio la vida. No obstante, Abraham alardea sobre una vena musical que sacó tanto de ella como de su padre. La señora de Montes escribía canciones y su hija las pasaba en limpio.

Su padre, el maestro de obra, Miguel Ángel Montes Peraza, fue fundador del conjunto de Antímano -una parroquia al oeste de Caracas-, Jesús María y José y era dueño de sus instrumentos. Entre sus obras más famosas, Montes interpreta a capella «La capilla está abierta de noche y de día”.

No hay nada más autóctono que una orquestra de aguinaldos antimeños, excepto quizás el mismo Abraham. Nació el 3 de agosto de 1955, no en la Maternidad Concepción Palacios como el resto de sus hermanos, sino en la quinta Mi Tesoro de la Calle 3. Allí pasó su niñez y parte de su adolescencia. «Yo soy antimeño neto», señala.

Pero las malas mañas y los desamores lo alejaron de la Calle 3 y de su familia. Ya no tiene contacto con ninguno. La última vez que vio a su hermana fue hace mes y medio. Se encontraron en el Parque del Este (o, nombre que resiente y no utiliza, Parque Generalísimo Francisco Miranda). Justo después de eso le hicieron una «rueda de pescao», método de delincuentes para robar a una persona, y se quedó sin celular.

Fue por esos días que se quedó sin techo y sin novia. Flor Martínez, es el nombre de la mujer de 72 años con la que vivía hasta hace poco en Guarenas. Tienen 25 años conociéndose. «Es mi amiga del alma y es la que me ha ayudado hasta ahora». Vivió en su casa hasta que lo maletearon por «portarse mal» luego de que lo despidieran el 25 de noviembre en una empresa en la que trabajó durante 3 años y 2 meses de su vida. «Mujeres pa’ ca, mujeres pa’ lla. La guitarra, la broma, tú me entiendes», sonríe con la mitad de los dientes.

Esa fue la última vez que lo botaron de un portazo, pero Abraham no es novato en despedidas obligadas. La primera vez que lo expulsaron, el «injusto» fue su hermano Oswaldo, que le tenía envidia, según Abraham. «Esa vez estaba perturbado y me agarró la droga», admite. Luego vivió un año en un centro de rehabilitación cristiano que se llama Centro La Esperanza.

Ahora que Flor lo botó, ya no es débil como antes y no va a caer en el camino del mal, opina Abraham. «Ya no me llama la atención la piedra, la cocaína, la marihuana. El aguardiente sí, pero porque todo músico se echa sus tragos. Todos toman”. Y él se considera parte de esa raza nocturna. «Vivo donde me agarre la noche», sentencia.

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