Venezuela

7 cosas que les pasan a los venezolanos cuando les toca hacer trámites en el exterior

En estos días, la persona para quien trabajo se ha estado comportando como una verdadera... [inserte adjetivo]. Me ha dicho y pedido cosas que yo jamás pensé que iba a oír, así que -evidentemente- la semana fue súper pesada.

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FOTOGRAFÍA: AP | ARIANA CUBILLOS

Pero el viernes en la mañana todo cambió. No fue que el ambiente laboral mejoró, no, las observaciones absurdas continuaron llegando, pero no había nada en este universo que pudiera quebrar mi ánimo. ¿Por qué? Porque a eso de las 11 a.m. llegó un correo que iluminó mi día y mi vida: Mi nuevo pasaporte fue aprobado y podía ir a recogerlo.

Fue como si de mi computadora salieran luces y musiquita celestiales. A partir de ese momento, el resto de los acontecimientos -buenos y malos- pasaron a segundo plano.

El hecho de haberme sentido tan feliz porque un trámite regular se dio en tiempo prudencial, me puso a pensar en las cosas que, como venezolanos en el exterior, nos toca afrontar en lo que a burocracia se refiere.

Ojo, como ya he mencionado en columnas anteriores, estoy clarísima que cualquier dificultad de papeleo que nos toque superar a quienes estamos afuera no es comparable con las trabas con las que, día a día, hay que lidiar en Caracas, Mérida o Tucupita. Sin embargo, en muchas ocasiones se parecen bastante.

7. El “ay no sé, mamita, vuelve después”

Introdujiste unos papeles y necesitas mandarlos con urgencia porque conseguiste a alguien que te puede hacer la segunda de llevárselos. Es que, claro, da dolor tener que pagar $120 así lo que estés enviando sea media paginita.

Te animas a ir a preguntar cómo va la cosa o si sería posible que te adelantaran la entrega un día. ¿La respuesta? Igualita a la del título. Y ésa sería la versión bonita, porque resulta que a más de uno le han contestado que “es que ahorita no se puede porque las prioridades de la patria son otras”. Ah… bueno…

La justificación para que esto ocurra es obvia: Estamos hablando de dos niveles de burocracia, el de la oficina en Venezuela y el de la delegación en el exterior, que tienen que coordinarse. Suerte con eso.

6. La “ratada” que agradeces

Sales con aquella arrech…. Te preguntas cómo carajo vas a hacer para pagar los benditos $120 considerando que Cadivi no pinta por ningún lado y que en el exterior a veces hay que pagar hasta por respirar y, de pronto, recibes una llamada.

“Ay, bueno, te vamos a hacer el favor esta vez, pero te tienes que venir antes de que cerremos en 23 minutos y medio”. Sueltas todo, rezas pa’ qe no te boten del trabajo o para que el profesor no te raspe, y piras. Llegas sudando la gota gorda, miras con odio la foto del líder supremo intergaláctico que es el principal elemento decorativo del lugar y, ya en el mostrador, sacas tu mejor sonrisa.

Te desvives en agradecimientos y piras otra vez a ver si te da chance de mandar el asunto con el pana.

5. Tienes que demostrar que no estás muerta (con foto)

Pues sí. Uno de los principales elementos de la interacción entre los dos niveles de burocracia antes mencionados es que siempre, siempre, siempre tienes que demostrar que no te has muerto.

Así le hayas dejado a alguien un poder con el que podría hacerse con todos tus bienes, el papelito resulta inútil si no va acompañado de una fe de vida que, al menos, tenga seis meses de vigencia. Eso quiere decir que cada cinco meses empiezas con la cantaleta de que tienes que ir a solicitar una nueva.

Ok, fino. Preparas todos tus documentos y vas. Pero no, no creas que la cosa es tan fácil. Resulta que si vas con una foto carné tomada en los últimos tres meses y sellada y firmada por un fotógrafo, entonces no te la pueden dar. No importa que tú estés vivita y coleando frente al mostrador. Si la foto fue tomada hace tres meses y medio, listo, te fregaste.

4. Punto a favor. Generosidad criolla

Sí, pasas por todo lo anterior, pero un día resulta que te toca hacer un trámite que dura un poco más de lo habitual e inesperadamente te ofrecen un cafecito.

Considerando que en Norteamérica y en una gran parte de los países de Europa no te brindan ni agua cuando vas a una oficina, sea pública o privada, hay que reconocer que es positivo que esa costumbre se mantenga.

3. Trauma heredado

Te toca hacer un trámite en algún organismo de tu nuevo país de residencia. Los nervios son ineludibles. No conoces el sistema y, además, te esperas las mismas complicaciones a las que ya estás acostumbrada.

Nada, te armas de valor, vas y llevas original y copia de: cédula, pasaporte, partida de nacimiento, tarjeta del seguro, un cheque en blanco, título universitario, carta de trabajo, carta de la universidad, fe de bautismo y demás.

Llegas al mostrador con tu gran carpeta y la oficial que te atiende te dice: “ID, please”. Le preguntas que cuál y te responde que con el pasaporte es más que suficiente. Okey, sorpresa número 1.

La señora revisa tus cosas y te dice que les des cinco minutos. “Listo, aquí tienes tu número de seguro social”. Tú, aún con duda de que haya sido tan rápido, le preguntas que cuánto tiempo cree ella que se va a tardar que te entreguen el papel oficial: “No, eso es todo. La hoja que te acabo de entregar”. Sorpresa número 2. Sales sintiéndote como si hubieses llegado a la cima del Everest en 3.5 minutos y mandándoles mensajes de WhatsApp a toda tu familia para echarles el cuento.

2. No todo es perfecto, pero casi

Burocracia es burocracia, y por supuesto que en todos lados hay gente que hace su trabajo de manera más o menos eficiente que otra.

El hecho de estar fuera de Venezuela no implica que no te vas a encontrar con trabas al momento de solicitar/introducir documentos. Sin embargo, dependiendo del país en el que estés, puede que tengas el chance de hacer uso de algo que es una rareza en casa: el recurso de la queja. Y, ¡oh, sorpresa!, es bastante probable que tu reclamo sea escuchado.

Sea lo que sea que te haya pasado, seguramente vas a encontrar a alguien que te ayude a solucionarlo y que te ofrezca una disculpa en nombre de la empresa o institución. Chévere, se agradece.

Pero, mejor aún, en ciertos lugares no tienes ni que quejarte e igualito se disculpan por haberte quitado 20 minutos de tu tiempo en un trámite que debió haber tomado 10 minutos. A veces, la disculpa hasta te llega formalmente por correo. ¿Qué tal?

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1. Laaargaaaas explicaciones

Volviendo al principio. Si vives en un país donde hacer trámites laborales, de identificación, de impuestos, relativos al seguro médico, etc., no puede tomar más de 30 minutos, es todo un reto explicarles a tus jefes y/o profesores que:

Te tienen que dar una carta firmada y sellada donde diga tu nombre completo (y que ni de broma se les olvide colocar el “Josefina” en el medio), lugar donde naciste, qué estás estudiando, cuál fue tu promedio en el último semestre, qué profesor es más pana y cuánto dura tu receso de almuerzo.

1. Que esa carta la tienes que mandar a legalizar.

2. Que luego la mandas a traducir.

3. Que luego de eso te tienen que dar medio día para poder llevarla a la embajada.

4. Que una semana después te tienen que dar otro medio día para ir a buscarla y mandarla por correo, o entregársela a alguien que te haga el favor de dársela a tu mamá.

5. Que una vez que tu mamá la reciba tiene que preparar una serie de carpetas, llevarlas a varias instituciones y, meses después, podrías tener una respuesta con respecto a tu solicitud.

6. Que una vez que obtengas respuesta, tu trámite podría hacerse efectivo unas dos o tres semanas después.

Y, para complicar más la explicación, puede que estés hablando en un idioma que no es el tuyo y con gente que no procesa semejante maratón.

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