Venezuela

La vida en Venezuela con apagones todos los días

Sudando copiosamente bajo el sol abrasador que cae sobre el Lago Maracaibo, una de las zonas de mayor riqueza petrolera del mundo, José Ortega padece los rigores de una crisis económica a la que ahora se suman más de cuatro horas diarias sin electricidad.

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TEXTO: Maria Isabel SANCHEZ FOTO: ANDREA HERNÁNDEZ

Acaba de volver la luz y está en el portal de su humilde casa levantada en pilares a la orilla del lago. Su pequeño y desvencijado taller de carpintería está a media marcha, sin funcionar la sierra y la lijadora.

«Nos afecta mucho, los apagones no avisan, ¡plum y ya está!, no le da a uno tiempo de apagar nada y todo se daña». A uno de sus vecinos se le quemó el televisor, a otro la nevera, cuenta a la AFP.

En los palafitos de Santa Rosa de Agua, una comunidad de pescadores fundada hace más de 200 años en el norte de Maracaibo, el agua llega a través de una manguera cada ocho días. «Tenemos que bombear la poceta con el agua de la playa», manifestó este carpintero de 45 años, que también vive de la pesca.

La luz la cortan irregularmente, y en barrios como la Trinidad faltó casi unas 20 horas a inicios de semana.

El racionamiento que puso en vigor el lunes el presidente Nicolás Maduro en casi todo el país –excepto Caracas- ante la sequía provocada por el fenómeno El Niño ha desatado focos de protesta con saqueos en Maracaibo, segunda ciudad de Venezuela, y disturbios en otras urbes.

Ante ello, Maduro ordenó militarizar la ciudad petrolera con 3.500 efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana.

«Esto está crítico. Ahorita aquí en Venezuela no hay futuro, a veces tengo que brincar y saltar para que mis dos hijos tengan sus estudios. Nos pega duro porque no conseguimos ni barato ni caro. Estamos comiendo puro plátano, aunque medio nos ayudamos con el pesca’ito que sacamos del lago», dice Ortega con marcado acento caribeño.

A pocas casas de ahí, Ramón Morillo, pescador artesanal de 58 años, muestra a la AFP el refrigerador por cuya reparación tuvo que pagar 14.000 bolívares (cerca de un salario mínimo).

«Estamos jodidos con la luz, el agua, la comida, los bachaqueros (contrabandistas)», dijo el hombre, quien afirma con orgullo haber «parado a fuerza de pesca’o» a sus ocho hijos.

Venezuela, el país con las mayores reservas petroleras del planeta, tiene la inflación más alta del mundo (180,9% en 2015) y vive una aguda escasez de alimentos, medicinas y otros productos básicos, que provoca larguísimas filas de horas y horas.

¡Qué Dios mire pa’bajo! 

A Maracaibo le llaman jocosamente «la ciudad más fría de Venezuela» porque las temperaturas que superan los 35 grados centígrados mantienen al tope los aires acondicionados. Los cortes de luz han disparado el malestar y la tensión en un país tropical donde, para peores, por miedo a la rampante violencia criminal se vive cada vez más encerrado.

Los antimotines de la Guardia Nacional patrullan las calles de Maracaibo, controlan las filas de los supermercados, custodian el Metro y sectores comerciales, en prevención de desórdenes.

Apenas cae la noche, y en el día durante el racionamiento, muchos comercios cierran sus puertas y las gasolineras dejan de funcionar, formándose colas de autos.

«Si no hay luz ¿cómo trabajo, pago a mis cinco empleadas y el alquiler del local? Esto es un desastre. Aquí ya no se puede vivir. A mi hijo de 32 años lo mataron por robarle el carro. Esto es una olla de presión a punto de estallar», se quejó Carmela de la Hoz, dueña del salón «Mundo de la Belleza», en San Miguel, un sector popular de Maracaibo.

Uno de sus clientes quedó con el cabello a medio cortar. Volverá en cuatro horas, si llega la luz. «Yo me calo (aguanto) las colas y tenía casi cinco kilos de carne. Todo se me dañó. Uno trata de sobrevivir, pero esto va cada día peor. Mi hija se fue del país, porque aquí no hay futuro», agregó María Teté, a sus 61 años la peluquera más experimentada del salón.

Maduro, a quien la oposición que controla el Parlamento quiere sacar del poder a través de un referendo revocatorio, atribuye al derroche y al fenómeno El Niño la falta de luz y agua; y la crisis al desplome de los precios del petróleo y a una «guerra económica» de empresarios de derecha que buscan desestabilizar a su gobierno socialista.

En los palafitos, marginados de las bonanzas petroleras y en cuyos callejones los «malandros» (delincuentes) hacen de las suyas, no quieren saber de política.

Dos letreros cuelgan de las puertas de la casa y el taller de Ortega: «Se vende», anuncian en tinta negra sobre trozos de madera. «¡Será Dios que mire pa’bajo y nos ayude un poco!», dice con resignación.

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