Venezuela

Casas marcadas: así es la vida hoy en barrios de la frontera entre Táchira y Colombia

Los que aún viven en los barrios Ezequiel Zamora y Mi Pequeña Barinas, en San Antonio del Táchira, cuentan cómo tras un año de las redadas militares y policiales llamadas "OLP" y los desalojos masivos en la zona, muchos han sido los colombianos que han retornado por las trochas al territorio venezolano. Pero, frente a la crisis económica y escasez de alimentos que vive nuestro país, otros no tienen más opción que permanecer en Colombia, con sus familias divididas, y esperar hasta que mejoren las cosas con una posible apertura de la frontera.

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La invasion San Antonio Tachira
Por Rosalinda Hernández C. @roshernandez desde San Cristóbal

A pocos días de cumplirse un año de la expulsión masiva de colombianos por parte del Gobierno de Venezuela en la frontera del estado Táchira con el departamento colombiano Norte de Santander, los rostros de los habitantes de San Antonio todavía se sobresaltan, cuando se les pregunta por la zona de «La Invasión».

La gente guarda silencio, prefieren voltear la mirada a otro lado y evaden la conversación. Todos conocen la historia, saben qué pasó allí, pero pocos se deciden a narrarla y mucho menos visitar el lugar, inclusive algunos cuentan su experiencia al oído de la periodista porque “no sabemos quién pueda estar escuchándonos y nos metemos en problemas”.

El acceso a la zona es complicado, no solo por las desgastadas calles de arena y piedras que se recorren para llegar a lo que se conoce como “La Invasión”. El hermetismo, la desconfianza y el temor también envuelven a los habitantes del lugar, donde el 21 de agosto de 2015, tras el cierre de la frontera colombo venezolana y la declaratoria de Estado de Excepción, el Gobierno de Nicolás Maduro, deportó a más de mil ciudadanos colombianos que vivían allí.

La intervención por parte de la llama «Operación de Liberación y Protección del Pueblo» (OLP), en la localidad ubicada a pocos metros del río Táchira, en la población de San Antonio, frontera con Colombia, dejó a su paso desolación y el recuerdo marcado con las letras R (revisado) o D (demolición) en cada casa o ruina de lo que fue un hogar.

La invasion San Antonio Tachira

El ondear del tricolor nacional se divisa en algunas puertas y ventanas de residencias del sector, que se divide en “Mi pequeña Barinas», «Hugo Chávez» y «Ezequiel Zamora”.

Dos jornadas de venta de alimentos regulados, se celebraban el día de la visita del equipo de El Estímulo, lo que provocó la salida temprana y apresurada de los vecinos que aseguran que eso “casi nunca pasa”, así que prefieren aprovechar y luego regresar “tranquilos” a sus casas, si no es necesario estar en la calle.

La invasión estuvo durante 10 meses militarizada, hace 20 días, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, (FANB) levantó los campamentos y alcabalas móviles que se habían instalado desde el pasado mes de agosto y se marcharon, afirmaron los vecinos del sector. Ahora se puede entrar y salir del lugar sin ser requisado, ni mostrar documentos de identidad.

El rugir de un motor de alta cilindrada que levanta una espesa nube de tierra a su paso, causó espasmo a Neptalí, (el nombre verdadero se omite a petición de la fuente) quien se prestaba atento a relatar qué ha pasado en “Mi pequeña Barinas” desde la noche de los desalojos masivos.

“Durante la toma sí hubo atropellos. A mí no me golpearon, pero tengo conocidos que fueron maltratados, les tumbaron los ranchos, rompieron las cédulas y les quitaron sus cosas… televisores, nevera y hasta plata se desapareció durante la requisa en la casa de la gente”.

El hombre de 45 años, que tiene 11 viviendo en una vivienda de construcción improvisada con paredes de tablón, marcadas con una R y techo de zinc, asevera que hay soledad y una aparente tranquilidad en la zona.

La decisión de militarizar “Mi pequeña Barinas», «Hugo Chávez» y «Ezequiel Zamora”, fue justificada por el Gobierno venezolano para contrarrestar los índices delictivos, las bandas organizadas que estarían operando en el lugar y erradicar el contrabando de productos hacía Colombia.

“Hace dos meses vino el Gobernador Vielma Mora, por aquí. Después que sacó a la gente espantada cuando mandó a las OLP, nos dijo que él nos quería, que apoyáramos la revolución y a más de uno les ayudó a sacar el pasaporte sin visar y prometió cédulas. Envió un mensaje a los colombianos que sacó, les dijo que regresaran y más de uno ha vuelto, él vino a tapar lo que había hecho. Lo que destruyó con los pies ahora quiere arreglarlo con las manos”, dijo Neptalí.

Cuando se desbordó la invasión

Luego de la demolición de 100 viviendas, según registra, el colombiano José Rodríguez representante de la junta comunal del sector II de “Mi pequeña Barinas”, han sido varias las personas que han regresado a la comunidad. Sin embargo, la crisis económica, de escasez y desabastecimiento que vive el país los ha puesto de vuelta al departamento Norte de Santander.

Relató el líder comunal que la primera comunidad que se erigió en la llamada invasión fue “Mi pequeña Barinas”, entre 1.500 y 1.700 casas se levantaron con palos y láminas de zinc que más tarde fueron reemplazadas por paredes de ladrillo y cemento.

A medida que pasaron los años se fue ampliando el urbanismo en los sectores “Ezequiel Zamora”, sector 1 “La Isla”, sin estar autorizados, pero por “motivos de fuerza mayor se tuvo que dar el permiso” para las construcciones sin incluirlas en el consejo comunal, narró.

Una semana después que entraron las OLP, ellos (autoridades) pidieron el mapa del sector y constataron la presencia de “una invasión dentro de la invasión” por lo que procedieron a demoler más casa de las que ya habían derrumbado porque supuestamente habían sido construidas sin autorización del consejo comunal.

El contrabando: era un modo de vida

Caminando bajo el inclemente sol de esos parajes por veredas donde sólo se ve soledad y vacío, además de casas encerradas, sin habitar y con pocos muebles adentro. Se divisaba a lo lejos de la calle un hombre que sobrepasaba los 60 años, con un pollo empacado y congelado en la mano, y una espléndida sonrisa, venía el vecino de la calle San Miguel, de “Ezequiel Zamora”, una de las veredas más abandonada del lugar.

Accedió a la entrevista con la única condición de no ser identificado. “Pregunte lo que quiera pero ni nombre, ni foto le daré”.

Recuerda que antes del día del desalojo la mayoría de los habitantes del sector se dedicaban al contrabando de productos hacía Colombia a través del paso legal o por las trochas o caminos verdes.

“La mayoría de la gente que aquí vivía, subsistían por el contrabando…ese era el medio que movía todo esto. El contrabando con el cierre de la frontera ya lo han ido eliminando. Sin embargo, lo quitaron entre comillas porque ahora quién lo ejerce es la Guardia Nacional y los policías del estado”.

El hombre que sobrepasa los 60 años y se dedica a la reparación de vehículos, aseguró que el negocio del comercio ilegal en la frontera, “se lo quitaron de las manos a los civiles, al contrabandista pequeño que sobrevivía con el negocio para apoderarse de él, los duros del contrabando en la zona. Son los mismos que pasan mercancía por Guarumito, Puerto Santander, o por El Guayabo y por todas las zonas que limitan con Colombia. Por eso es que el cierre de la frontera ha sido el negocio de los grandes, de los duros”.

Muchas personas han regresado a la invasión, “con trasteíto y todo”, tratando de retomar su antigua vida, pero volvieron a irse porque no consiguen de que vivir. Dejaron guardado bajo llave en los ranchos sus pertenencias con la esperanza de retornar algún día, cuando la situación en Venezuela mejore, dijo el habitante de la calle San Miguel.

Empezar desde cero y sola

No solo cargada de ilusiones, también de palos y láminas de zinc, comenta que llegó desde la costa colombiana hace 11 años a la zona. Vio la oportunidad de su vida allí.

”Tener un techo era lo que siempre había soñado y aquí se pudo hacer realidad ese sueño hasta que en agosto pasado las OLP marcaron mi casa con la letra D”, dice María Esther, su nombre para esta crónica.

Contó que la sacaron de la casa con sus hijos de 21 y 14 años, la requisaron y al comprobar que no tenía documentación que avalara legalmente su estadía en territorio venezolano tuvo que abandonar el país no sin antes desmantelar la humilde vivienda que aun con lágrimas en los ojos recuerda que construyó con sacrificio.

“Al cruzar el rio, del otro lado ya nos brindaron apoyo. Nos dieron comida y ropa, después nos llevaron a un refugio. Yo reconozco el esfuerzo que hizo el gobierno de Colombia para mantenernos allá y que no regresáramos acá a Venezuela, ¿pero qué voy a hacer sin trabajo allá?”

María Esther, dice que lo más difícil que ha pasado en la vida ocurrió después que llegaron las OLP a la invasión cercana a la línea fronteriza que separa a Colombia de Venezuela.

Hasta diciembre del año pasado estuvo en el refugio, cansada de no encontrar trabajo en Cúcuta, decidió regresar por los caminos verdes y retomar lo que había abandonado a la fuerza cuatro meses atrás.

“Dejé a mis hijos con un familiar, el mayor está trabajando y el pequeño estudia. Yo llegue a San Antonio y llame a mis antiguos patronos, siempre fueron buenos conmigo y me aceptaron de nuevo en el restaurante”.

Sola, en los días libres María Esther, fue recuperando lo que había sido su hogar, pinto las de latas que fungen como pared, se conectó de nuevo al cableado eléctrico externo, sacudió el polvo y empezó de cero lo que llama hoy “una nueva vida”.

No espera nada del Gobierno venezolano y lo único que le pide es que le permita vivir tranquila en donde está.

“No tengo acceso a la salud pública y si me enfermo debo cruzar el río para ir a Cúcuta para que me atiendan allá. Aquí trabajo y me gano la vida honradamente, aunque no vivo en paz porque cada día cuando me siento en la mesa y llevo un pedazo de comida a la boca, me pregunto si mis muchachos ya habrán comido”.

La invasion San Antonio Tachira

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