La minería ilegal se agudizó en este territorio en el 2006, con decenas de hombres foráneos provenientes del sur del estado Bolívar, que fueron desalojados ese mismo año. Según un informe (2013) del Centro de Investigaciones Ecológicas de Venezuela, “los pocos controles y presumible soborno a los efectivos castrenses, hizo que la mina del río Yuruaní del Alto Caura se reactivara para el año 2007 con un mayor número de irregulares.
La complicidad de algunos indígenas de la cuenca también influyó en su activación. Para el año 2010, ya existían cerca de dos mil mineros en la cuenca alta y ante las dimensiones del desastre ecológico se activa el Plan Caura, el cual logra desalojar para abril del 2010 a casi la totalidad de los trabajadores auríferos”. Con esta política vinieron tres puntos de control, Javillal, Pie de Salto y Las Pavas (Kuyuwi); de los cuales permanecen los dos primeros, donde los militares, lejos de controlar a los mineros, han permitido su paso hacia las minas de Fijiriña y Yuruani, cuyas comunidades más cercanas son El Playón, Kuyuwi y Entre Ríos.
En estos lugares hay equipo hidráulico y bombas de 13 HP de potencia, que son de gasolina. Asatali es sanema de la comunidad de Majawaña, ubicada en el alto Erebato, estado Bolívar. Para llegar a este lugar son dos días de recorrido desde El Playón: uno de navegación hasta la comunidad de Chajuraña y otro de caminata hasta Majawaña. En este lugar viven aproximadamente 200 personas. Actualmente en Majawaña no hay escuela ni maestros. Pero no siempre fue así. Asatali recuerda que hace treinta años llegaron unos misioneros evangélicos de Maracay y los apoyaron para que se graduaran hasta sexto grado, luego los mandaban a Maripa para estudiar el bachillerato.
En esta comunidad tampoco hay enfermeros, por eso son frecuentes las enfermedades como vómitos, diarreas y paludismo. Cuando este sanema fue jefe indigenista por la alcaldía del municipio Sucre del estado Bolívar, en el año 2009, solicitó apoyo al gobierno para que les proporcionaran útiles escolares y medicinas, sin ningún éxito. Asatali dice que estas situaciones han incrementado la migración de los sanema, que provienen de las comunidades asentadas en la cuenca alta del río Caura, a las zonas donde existe minería para convertirse en caleteros.
Pesada existencia
El primer día que Salomón trabajó como caletero se enfermó, “amanecí con la pata hinchada”. No podía caminar. Luego dice que se acostumbró y continúo llevando la carga. En abril de 2016 ya tenía cinco meses caleteando. En El Playón, un poblado ubicado a once horas de navegación desde Maripa, en el estado Bolívar, hay alrededor de cincuenta caleteros del pueblo sanema.
Todos viven en un campamento improvisado, con palos y techos de plásticos, que hicieron a cinco minutos de caminata selva adentro. El trabajo consiste en cargar suministros para los mineros desde El Playón hasta Las Pavas (Kuyuwi), en un recorrido de siete kilómetros montaña arriba, aproximadamente seis horas (ida y vuelta), a fin de continuar su travesía fluvial hasta las minas de Yuruani en el alto Caura.
La mercancía, tambores de combustible, cajas de cerveza, alimentos, y demás suministros que van para las minas, puede pesar 30, 60, y hasta 80 kilos. Salomón dice que se puede ser caletero a partir de los 15 años, un oficio que según el indígena comenzó hace varios años: “Como ellos [los sanema] están acostumbrados a llevar la caleta hasta Las Pavas no sufren enfermedad, estamos trabajando sanamente”.
Por cada traslado cobran ocho mil bolívares. “Estamos luchando para subir el precio a 10 mil bolívares para mineros criollos y 8 mil para los yekuana”, dice decidido y con el mismo ímpetu lo plantea en la 20º Asamblea convocada por la Organización Kuyujani. Al recibir el dinero por la caleta, los sanema van a los negocios que los criollos y yekuana tienen en El Playón para comprar comida a precios muy elevados, que para abril de 2016 ya estaban en: 6000 bolívares un pollo, 1600 un kilo de arroz, 2000 el casabe, 2000 un refresco.
El resultado es que quedan nuevamente con las manos limpias y se continúa repitiendo la historia infinitamente hasta que se cansan, vuelven a sus comunidades, y regresan para otra temporada como caleteros.
Cayetano Pérez, cacique general de los pueblos yekuana y sanema, está en desacuerdo con este trabajo. Dice que los sanema están sufriendo, que “son pequeñitos”, que llevan la caleta pesada; que ellos podrían sembrar y cultivar en sus territorios de origen para su alimentación, porque también son inteligentes como los yekuana. Pero el problema es más complejo y los sanema continúan en otras comunidades del Caura como Puerto Cabello, Trincheras, Jabillal, Maripa.
“Los yekuana dicen que sanema están pasando trabajo, eso es mentira. Yekuana dicen que sanema están trabajando en la mina, que están destruyendo territorio de nosotros. Pura mentira de ellos, porque ellos son los primeros que explotaron la mina. Después nosotros vinimos a trabajar. Nosotros solo caleteamos porque no sabemos manejar la batea, las palas, no sabemos trabajar en la mina, la única facilidad que tenemos es llevar la caleta”, se defiende Asatali.
También deja entrever cierta rivalidad entre ambos pueblos indígenas: los yekuana, de origen Caribe; y los sanema, un subgrupo de los yanomami, que culturalmente ha creado una relación de dependencia comercial con los yekuana, que les ha impedido lograr su desarrollo propio y los ha empujado vertiginosamente a un proceso de aculturación.
No obstante no podemos hablar de un trato de amo a esclavo, sería abusivo usar este término. Tampoco de sublevación o una guerra entre ambos pueblos indígenas. Daniel Barandiaran explica en el libro Los hijos de la luna (1974) que las viejas luchas fueron siempre por motivo de robo de mujeres o por depredaciones de los conucos.
También cuenta que la expansión sanema en los territorios de los yekuana, las zonas de del Alto Venturi, Erebato y Caura; fue lenta y se dio por intercambios comerciales, y más tarde por la ocupación de los lugares abandonados por los yekuana, quienes fueron exterminados por la fiebre del caucho, Tomás Funes y sus sádicos lugartenientes. Otro aspecto interesante es el idioma de ambos pueblos indígenas.Mientras el idioma de los yekuana tiene su rama macrocaribe, el idioma sanema-yanoama se considera como independiente porque no se han encontrado todavía relaciones genéticas con otras familias lingüísticas.
Un pueblo indígena pulverizado
Si se le pregunta a Salomón sobre otra alternativa de trabajo responderá que si eliminan la minería algunos podrían ir al campo a sembrar, cazar, o hacer su artesanía, que anteriormente lo hacían y vendían en la ciudad, pero que como ahora hay mina en El Playón, entonces la gente dejó de hacer estos trabajos.
—¿Y si la minería no se termina nunca?
Seguiremos caleteando porque no hay más trabajo. Los yekuana dicen que nos vayamos y que dejemos a los mineros solos, pero los sanema decimos que no, porque nosotros no tenemos la culpa. Hasta que ellos no saquen a los mineros, a los que tienen una balsa o la maquinaria, los caleteros no nos iremos de El Playón porque es el único trabajo que tenemos— responde. Nicolás Apiamo, otro sanema, dice que tiene cuatro hijos y no sabe cómo mantenerlos.
“Yo fui promotor de la alcaldía también y el sueldo no me cuadraba y tuve que moverme para acá. Gracias a Dios que cambiamos por los mineros”. Una revelación que estremece y que deja ver que la colonización no ha terminado y que se presenta con un nuevo rostro: minería ilegal y la incapacidad del gobierno para controlarla, con medios respetuosos de los derechos humanos de las poblaciones indígenas, principalmente la consulta previa, libre e informada, antes de ejecutar cualquier tipo de plan en estos territorios ancestrales.
Pese a que los sanema históricamente han sido nómadas, pareciera que en este caso su plan de vida se encuentra trancado por la dependencia hacia la actividad minera y lo que está sucediendo es la destrucción de la propia cultura y las relaciones sociales. Los indígenas empiezan a vender su fuerza de trabajo y a generar nuevas relaciones como la prostitución o la explotación laboral, en una suerte de “neoesclavitud”, como la ha llamado Alejandro Lanz, director del Centro de Investigaciones Ecológicas de Venezuela (CIEV).
Sin embargo, Nalúa Silva, antropóloga del Centro de Investigaciones Antropológicas de Guayana de la Universidad Nacional Experimental de Guayana (UNEG), ubicada en Ciudad Bolívar, advierte que el término debe ser utilizado con cuidado porque este aplica si los que pagan a los sanema comienzan a tratarlos como si fuesen sus dueños, a obligarlos a trabajar, incluso cuando estos dicen que están cansados o no quieren hacerlo.
La realidad es que los sanema siguen tratando de sobrevivir, cada vez más desarraigados de lo que son, en una comunidad que nos le es propia, y en un círculo vicioso donde llevan la batuta los mineros ilegales (criollos e indígenas) y las mafias del oro (sindicatos mineros y brasileros). Ahora estos indígenas interiorizan la agresión y dan gracias al explotador porque “pueden trabajar” sin un horizonte como pueblo originario, en un contexto que los consume. Y ante esto surge la necesidad imperante de acompañar la resistencia de los indígenas más ancianos, promover la identidad de los más jóvenes para que defiendan su cultura y exijan sus derechos, y darle una sacudida en dónde verdaderamente está el problema del mundo indígena: el mundo criollo.
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