El gobierno está ensayando el camino de la asfixia. El fin del oxígeno constitucional y legal le propone al discurso de las fuerzas de la MUD un grave dilema, y, eventualmente, una crisis. Una crisis que afecte el contenido de su tesis política, la del asedio democrático y la movilización electoral. Una crisis parecida a la que vivió el abstencionismo en 2005. Es cierto que el gobierno hace lo que lo hace en virtud de que los caminos de la persuasión, la política y el éxito electoral se han ido para siempre. También es verdad que el tiempo se sigue escurriendo, y que el recurso retórico opositor que alude la existencia del “miedo”, podría comenzar a vaciarse, si, en efecto, el Gobierno no se somete a una consulta. Es decir, si no pierde el poder, e impone su ley, porque la crisis no materializó sus consecuencias, mientras sus adversarios siguen diciendo que tiene “miedo”.
Los cruces emocionales y los pareceres del mundo militar frente a esta crisis siguen siendo, para los habitantes de la sociedad civil, una hipótesis. Una abstracción. Hay una fortificación entre nosotros y ellos. Puede que sea cierto que los militares tienen familiares civiles, y estos a su vez otros familiares y amigos, que sienten la crisis, que tocan el fondo de la desesperanza nacional, que anhelan que las cosas cambien, y que ese pulso de inconformidad permea en el mundo de uniforme.
También es cierto que, con lo andado hasta ahora, habría sido suficiente para desencadenar una hecatombe político-militar, o un protuberante estallido social, con planteamientos claros frente al poder, en cualquier otro país del hemisferio, o aquí mismo, hace unos años. Por mucho menos que esto que nos ha legado el chavismo desde 2015, tuvo lugar en nuestro país el estallido social del 27 de Febrero de 1989. Hay un sector importante del mundo militar que camina a gusto con el gobierno, y que no le duele especialmente la decadencia venezolana actual. No va a interceder por su cuenta para obligar al gobierno, o al CNE, a respetar la ley.
Muchos efectivos militares han sido colocados frente a lucrativos negocios y han expandido su patrimonio. Son parte del problema. Claro que estas no son las Fuerzas Armadas de los años 90. El germen de la descomposición ha penetrado parte de sus filamentos. Puede que, todavía, para la mayoría de los miembros de las FF.AA sea visto como un exceso inviable la posibilidad de no hacer elecciones en 2019, o no hacerlas jamás, como algunos temen. Lo que sí parece claro es que sus mandos caminan tranquilos con la circunstancia actual. No hay ruido de sables. No pesan tanto como quisiéramos los problemas nacionales, la escasez de medicinas, el hampa sin control, la toma del parlamento, la falta corrupción generalizada.
Otras manifestaciones parecidas a las del 1 de septiembre, igual de grandes y contundentes, deberían concretarse; el despliegue de una cruzada ciudadana para exigir la consulta en los tiempos adecuados. Formas alternas de participación y expresión cotidiana. Si, en esta emergencia, el gobierno ha decidido pasar el límite de la legalidad, lo procedente es asumir que la emergencia existe. Declarar la emergencia y asumir la consecuencia. Venezuela es un país sin Poder Legislativo y sin leyes; a la deriva, tomada por un elenco dirigente corrompido e ilegal. La consolidación de un escenario internacional que obligue al gobierno de Venezuela a respetar la ley. Una crisis política cuyo resultado directo sea el pacto para celebrar las elecciones de Gobernadores y para darle fluidez al Referendo.
Teóricamente, una crisis política, social y económica como esta, en un escenario que, técnicamente, es extraconstitucional, podría tomar aliento y plantearle un serio problema al gobierno nacional, a este o a cualquier otro. Hay un estado de opinión consolidado para eso. Un tormento social que traiga consigo una disfuncionalidad cotidiana tal, que obligue al chavismo a retroceder y avenirse a una consulta electoral. Pero no sabemos. No estamos seguros. No siempre dos y dos son cuatro. Hay mucha renuencia, mucha frustración, mucho argumento colateral objetando las consignas para movilizarse. Es cierto que el éter del agotamiento puede haber tomado parte del sistema nervioso de la sociedad. Salvo que los ciudadanos se decidan a detenerlo, a movilizarse para salvar a Venezuela, el golpe del chavismo podría imponerse en medio del cinismo, el escepticismo crónico y el agotamiento.
