Venezuela

Por experiencia, prudencia

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Fotografía: Andrea Hernández

Cuando era niño, mis mayores escuchaban un tango en la voz de Leo Marini: “El que tenga un amor, que lo cuide, que lo cuide. La salud y la platica, que no la tire, que no la tire”. En política, como en la vida, hay que cuidar lo que se tiene. El triunfo y la derrota nunca son definitivos, lo que convierte a triunfalismo y derrotismo en espejismos engañosos.

A fines de la semana pasada anduve por mi tierra larense. En Barquisimeto y, sobre todo, en Cabudare, ciudad que celebraba su día histórico. El pueblo originario del lugar lo nombró así, queriendo decir que aquella era “tierra de árboles grandes”.

Por cierto, bajo la fronda del histórico árbol cabudareño, la vieja ceiba o jabillo a orillas de la quebrada Tabure, reunió el Libertador Bolívar a su tropa en 1813. Relata Rafael María Baralt que había llegado a Cabudare la mañana del 10 de noviembre. Desde allí divisó al ejército enemigo y libró la Batalla de Tierrita Blanca, la cual perdieron los patriotas. Sin embargo, la lucha no concluyó allí, porque perder una batalla no es lo mismo que perder una guerra. La Campaña Admirable había sido triunfal, pero las victorias no son irreversibles. También hay que cuidarlas. Entonces no ocurrió. La guerra en nuestro territorio duraría una década más, hasta la Batalla Naval del Lago de Maracaibo. El inmediatismo es mala idea, no solo en la política, a veces lenta y de procesos muy complejos. También en la guerra, frecuente y erróneamente asociada a trámites expeditos o salidas por la vía rápida.

Aquel año 1813 de la Campaña Admirable fue, al mismo tiempo, “fecundo y tempestuoso” en palabras del historiador marabino. La unidad de los patriotas se agrietó por pugnas y ambiciones de los jefes. Lo conquistado se puso en riesgo, ante el embate furioso de las hordas rojinegras de feroz caudillo asturiano. El mismo Baralt nos dice que “Estas disensiones sordas, tanto peores cuanto más disimuladas, produjeron desde luego el malísimo efecto de dejar a Boves tranquilo en sus guaridas”. La consecuencia fue el terrible año 1814, de dolorosas derrotas, como la costosa en vidas jóvenes muy prometedoras de La Victoria, el 12 de febrero. Lo ganado se perdió y hubo que reconquistarlo a sangre y fuego.

Por las fisuras en la unidad republicana, hijas de debilitamiento causado por los enfrentamientos, rivalidades y afán de dominio de los distintos jefes, se fue colando la revancha realista que acabó llevándose por delante los logros alcanzados.

Esas son lecciones de la historia que no hay que olvidar. Como debemos prestar atención a la sabiduría popular. No hay que dormirse en los laureles, tampoco contar los pollos antes de nacer.

Nunca está de más tenerlo presente.

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