Venezuela

En la Bolívar no se rompe la burbuja chavista

“La crisis no es culpa del Gobierno”. Al menos eso afirmaban quienes asistieron a la concentración convocada por el chavismo. Sin dudas, el discurso oficial ha calado. Ese que machaca sin descanso el imperialismo, la guerra económica y la intervención extranjera. Para esa mitad de Caracas, la crisis es una irrealidad difundida por un plan comunicacional de la oposición

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Que no falte la franela roja, ni el brazalete tricolor. Los seguidores del Gobierno y del presidente Nicolás Maduro hincaron “rodilla en tierra”. “Se restearon con la revolución”. También desempolvaron las canciones de campaña del finado de Sabaneta. Rimas que contrasta con el silencio del Cuartel de la Montaña, donde se exhibe el féretro del expresidente. Pancartas y retratos del difunto y tomaron la ciudad: de Catia a la avenida Bolívar y desde La Campiña hasta ese mismo punto.

Ni la escasez de medicamentos ni la de comida mellaron ánimos. Para chavistas todo era fiesta. Pasarla bomba, sin lacrimógenas. En cambio, sí sonaba música salsa desde los altoparlantes. “Venimos porque queremos. Por Chávez, por la revolución y porque amamos el proceso. De corazón. El mismo cariño que sentíamos por Chávez ahora lo tenemos por Maduro”, aseveró Nairobi Córdova, carnetizadora (sic) de la patria. Llegó a Caracas esta mañana procedente de Carúpano. Se reunió con el resto de los marchantes en La Campiña, junto a la sede de PDVSA. “En Carúpano la revolución manda. El estado Sucre es chavista”.

En los alrededores de la petrolera estatal se hablaba con acento y gracejo oriental. Además de Sucre, había manifestantes que fueron trasladados desde Monagas, Delta Amacuro y Anzoátegui. “Aquí están los trabajadores de PDVSA”, aupaban desde una tarima. “Solamente estamos calentando”, decía el hombre que hacía las veces de orador y azuzador de euforias. La gente esperaba la señal que indicara la hora de avanzar. Son los “petroleros en defensa de la revolución”, rezaba una pancarta. Tanto que la consigna de la mañana era: «Si se prende un peo, con Maduro me resteo». El puño izquierdo alzado acompañaba el leco de guerra.

VENEZUELA-POLITICS-NICOLAS MADURO

Fotografía: AFP

Álvaro García tiene 10 años trabajando en la estatal petrolera. Es experto en perforación de pozos y acudió en apoyo al presidente, a la empresa y al sentido patrio. Dice que desde que llegó Chávez al poder mejoró su calidad de vida: “Hay una mejor educación. Mi hijo está en un colegio público y nos ayudan con los útiles, no porque sea empleado de PDVSA. El servicio de salud también está mejor. Uno va a un hospital y lo atienden y además tenemos los CDI y los Centros de Alta Tecnología”. Cuando se le interpela sobre la escasez de insumo en los hospitales dice que es “más que todo mediático” y salta a la escasez de alimentos: “Los CLAP no son suficientes, pero son un paliativo mientras solventamos. La producción y distribución de alimentos está en manos de opositores y ahí tenemos el ejemplo de Polar. El Estado les dio 5.600 millones de dólares para que produzcan y todo lo sacan al exterior. Por eso es que hay Harina P.A.N. en México, en Miami, en Colombia. Su intención es desabastecer y echarle la culpa al gobierno”.

Aunque el objetivo, según el animador de marras, era llenar la avenida Libertador, a duras penas a las 11:00 am ocupaban una cuadra.

El legado no muere

En Catia y la avenida Urdaneta, vigiladas en lontananza por el Cuartel de la Montaña, los ojos del galáctico arropan a sus adeptos, algunas camisas rojas ya estaban desteñidas. De tanto uso en campañas pasadas. Las que lucían nuevecitas eran porque formaba parte del uniforme de alguna institución pública. Oswaldo Poleo fue a apoyar y aprovechó para redondearse vendiendo agua. Sobre la situación del país también libra de culpas a Nicolás. “Esos países quieren apropiarse de Venezuela”, suelta sin decir cuáles son las banderas y continúa: “Forman parte de la guerra económica. Ellos lo que quieren es humillar lo nuestro. Para que las cosas mejores debe haber paz y la oposición lo que hace es causar violencia”.

La tribuna en el Rincón del Taxista estaba montada desde temprano. Desde allí el elegido de prender y excitar a la “famiiiiliaaaaa” era Winston Vallenilla. Al mediodía se le unió Elías Jaua. Llegó en moto escoltado por al menos seis motorizados más. A diferencia de Maduro en San Félix, Jaua sí recibió cariño en Catia. La gente se le fue encima para abrazarlo. Por ahí estaba Dalila Ramos que atravesó toda Caracas para llegar al punto de concentración de Agua Salud. Es de La Bombilla en Petare. “A donde fue Chávez tres veces”, precisaba. “Vine en resguardo de la soberanía de la patria. Somos disciplinados. No venimos con odio, como la derecha, estamos en paz. No necesitamos la injerencia extranjera. Antes nos hacían ver que necesitábamos a los Estados Unidos y gracias a Chávez eso se acabó. Despertamos”. Conjura otro embrujo: “La escasez es culpa de la oligarquía”. La acusa de acaparar los medios de producción. El discurso oficial ha calado y en Catia, la Urdaneta y la Bolívar lo repetían al dedillo.

En ese punto también se veían pocos manifestantes. El volumen rojo subió más en la avenida Urdaneta, cuya anchura es más estrecha que la de la Av. Francisco de Miranda, cuando comenzaron confluir las concentraciones. ¿Cómo no? La mayoría de los entrevistados llegó en grupos de ocho y hasta quince autobuses. “Esto es una guerra. Nos atacan a través del estómago, pero acá seguimos”, reafirmaba Rosario García, que llegó en uno de esos autobuses desde Charallave.

Mientras la congregación se movía por la Urdaneta era más evidente la batalla de minitecas. En algunas con consignas en apoyo al gobierno, otras con música bailable y otras tantas con propaganda. En esa vía ocuparon un solo canal. Iban por la sombrita. Al llegar a La Candelaria, miembros de la Misión Nevado —junto a los perros que llevaron a la marcha— y de la Defensa Pública empezaron a correr en sentido contrario. Nunca supieron explicar el porqué. La razón estuvo algunos metros más adelante. De Parque Caracas hasta Puente República. Allí no sonaba la música sino las cacerolas y de algunos de los edificios lanzaron objetos hacia la manifestación, así que no les quedó de otra que caminar en fila india, pegados de la pared para poder empalmar con la avenida Bolívar. Un hombre con pantalón camuflado y franela roja veía hacia arriba, intentando columbrar de dónde lanzaban los objetos. Señalaba hacia arriba, mientras se hacía una visera con la otra mano. Pronto llegaron los motorizados a poner orden.

La fiesta siguió en la Bolívar. Pocos metros más arriba, de vuelta a La Candelaria, un hombre, ajeno al alborozo, hurgaba en la basura. “Adelante, comandante”, sonaba de fondo.

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