Venezuela

Mi regreso a Venezuela

Fui a ver a mis hijas, aprovechando el asueto de Semana Santa. Una semana antes y una después. Una pausa necesaria para esta madre huérfana. Aunque viven fuera de Venezuela, sus corazones están aquí. Es imposible que no lo estén. Y a pesar de que sus idas fueron decisiones voluntarias, sufren el “síndrome del exiliado”: están 24/7 pendientes de lo que aquí sucede.

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No hay día en que la prensa en España no le dedique un buen centimetraje a la situación en Venezuela. Los españoles en general están muy al tanto y de muchas maneras nos expresan su solidaridad. Nos preguntaban por Maduro: “¿Sigue hablando con pajaritos?… ¿Sigue recibiendo órdenes de Raúl Castro?… ¿Es cierto que hay miles de cubanos en las fuerzas armadas venezolanas?… ¿Es verdad que estaba bailando salsa mientras mataban a muchachos de la oposición?” fueron preguntas que nos hicieron muchas veces. ¡Claro que todo es verdad, pero qué pena propia responderlas, porque al fin de cuentas, ese tipo es el presidente de nuestro país!
En el aeropuerto de Barcelona, el día que regresábamos, me robaron la cartera con todo adentro y no pudimos viajar. Me sentía TAN tranquila, sin la paranoia con la que vivo en Venezuela, que bajé la guardia, debo reconocerlo. Por lo menos allá son rateros, no asesinos que piensan que robar a un muerto es más fácil que robar a un vivo, ni personas que creen que la vida no vale ni un teléfono celular. Y como no hay mal que por bien no venga, pasamos felices una semana de ñapa con mi hija menor.
Como estaba indocumentada (todavía lo estoy), tuve que ir al Consulado de Venezuela a pedir un salvoconducto. Imposible pedir un pasaporte. Tengo una amiga que vive allá que lleva seis meses esperando el suyo. Varias personas que estaban en la sala de espera, también llevaban meses de espera. Tengo que reconocer que me trataron muy bien y me entregaron mi salvoconducto en menos de media hora todas las diligencias. Pero un salvoconducto bastante chimbo, la verdad. En un papel que era una fotocopia, con una foto engrapada y el sello (lo único “oficial”) fuera de ella. No se imaginan la cara del oficial de inmigración en el aeropuerto de Lisboa. “¿Las cosas como que están muy mal en su país, verdad?” me dijo. Menos mal que sabía cuán mal… En un país no latino, quizás no me lo hubieran aceptado…
Lo otro fue la fulana planilla de salud que uno debe llenar al entrar a Venezuela. Cada vez que regreso, les escribo “¿Ustedes le explican a los turistas (no creo que haya ni pocos, la verdad) que aquí hay dengue, zika, chikungunya, malaria, Chagas y otras enfermedades?”. Esta vez añadí “…y que aquí lanzan bombas lacrimógenas y matan a manifestantes desarmados”?…
Al llegar a inmigración el oficial que me atendió me preguntó incrédulo por mi salvoconducto: “¿Y “esto” fue lo que le dieron en el Consulado?. Sí, señor. “Eso” fue lo que me dieron en el Consulado. Debería estar acostumbrado a ese tipo de “documentos oficiales”, pienso yo.
Cuando pasaba mis maletas por Rayos X, una señora que estaba de muy malas pulgas me dijo de muy mala manera “esa maleta tiene que pasar por revisión”. El funcionario a quien le tocó la revisión, por el contrario, fue cortés. Y hasta divertido, si no fuera por lo trágico de nuestra situación. Imagínense que me ha preguntado “¿y estos remedios como para qué son?”… ¡¡¡¿¿¿Cómo que “cómo para qué” son???!!! ¿Y es que acaso él no vive en Venezuela?. Saqué la lista detallada de los remedios que traje y las facturas. Estaban dentro del rango de los $1000 a que tenemos derecho a traer. “Déme su pasaporte”, me dijo. Le di el salvoconducto. “¿Y usted viajó con “esto”?”. Sí, señor. Yo viajé con “eso”.
Subiendo a Caracas leo la gran pancarta sobre uno de los bloques del 23 de enero que dice algo así como “Maduro garantía de paz”. Suspiré profundo. El señor que me trae me dice “¡qué cínico es!”. “Cínico es poco”, pensé. A la altura de El Paraíso un mar de automóviles, incluyendo un gigantesco autobús que estaba perpendicular a los carros, venían en sentido contrario por la entrada a El Paraíso desde la autopista.
Pero cuando se abrió la vista hacia el Ávila me llené de optimismo y me dije “estoy en casa”. De nuevo. Lista para la lucha. Sé que será larga y dolorosa, pero mi Plan B es mi Plan A: Venezuela. Mi Plan C, el crematorio de La Guairita. Aquí nací, aquí he sido feliz, he llorado, he aprendido, he vivido. Aquí quiero morir. Aquí en mi Venezuela amada.]]>

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