Como cualquier formación política, compuesta por seres humanos, no hay en el chavismo unanimidad. En octubre sosteníamos que sí se imponía la línea dura -que en ese momento dinamitaba la vía electoral-, no sólo se le cerraba el paso a un cambio político en Venezuela por el camino democrático y electoral, tal como lo establece la constitución aún vigente, sino que se suicidaba el sector chavista que apostaba a hacer política en el largo plazo. Hoy podemos decir que el chavismo ha muerto.
Todo poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente. La frase aunque manida no deja de simbolizar la degeneración como grupo político que han vivido de forma acelerada los llamados hijos de Chávez. Hoy el chavismo en el poder no actúa como un gobierno, sino como una mafia. Cada día que pasa con un Nicolás Maduro como dictador, con su saldo de víctimas, represión y desmanes, sencillamente aleja la posibilidad de que un movimiento político chavista pueda jugar en el tablero político democrático en la Venezuela que está próxima a surgir.
Nunca respaldé al chavismo, como ciudadano, pero como analista no puedo dejar de reconocer la capacidad de remover el viejo sistema y la conexión popular que en su primer momento tuvo el chavismo ejerciendo el poder en Venezuela.
El Hugo Chávez de 1998 supo interpretar las demandas de un cambio profundo, en aquella campaña electoral en la que los partidos que habían dominado la escena por décadas, Copei y AD, cometieron todos los errores posibles.
El pueblo venezolano percibía que sólo una élite en el poder se había beneficiado, gracias a la corrupción, que los políticos no escuchaban el clamor popular y que la democracia además de votos debía consistir en justicia social. Aquel caldo de cultivo del malestar social a fines de los 90, es hoy similar y terminará sepultando al chavismo.
Chávez tuvo la capacidad política de conectarse con las demandas populares, de un pueblo que quería un cambio sin tener certeza de cuál y en qué dirección. Muerto aquel chavismo por el ejercicio autocrático del poder, junto a la peor crisis económica que recuerde el país en el siglo XX también producto de las erradas decisiones oficiales, estamos en un clima de malestar social muy semejante al de hace dos décadas.
La sociedad venezolana no quiere solamente un nuevo presidente, en realidad el clamor popular hoy es a favor de un nuevo modelo.
El ejercicio personalista del poder por parte de Chávez impidió que se consolidara una generación de relevo con capacidades mínimas para gobernar, dentro del chavismo. Sus hijos políticos, quienes han conducido al país al despeñadero, sólo tienen un objetivo: mantenerse en el poder a cualquier precio. Esta apuesta se va elevando llegando incluso a la necesidad de acabar con la constitución de 1999, otra hija de Chávez.
Con la propuesta, sin duda arriesgada, de una constituyente ad hoc por parte del madurismo se termina de darle sepultura al chavismo. Este plan de darle una nueva constitución no democrática a Venezuela es posible que termine siendo uno de los factores que también acaben con el chavismo, junto con la represión desmedida y el hambre que afecta hoy al venezolano de a pie.
El chavismo como aquel proyecto político refundador de la república ha muerto, sin duda alguna. La dictadura de Maduro simboliza su degeneración. Mientras más tiempo se ejerza el poder de forma dictatorial se sepulta la posibilidad de que haya una fuerza política con respaldo popular en el escenario nacional poschavista. Sencillamente el chavismo terminará siendo asociado al hambre, a la represión, a la ausencia de elecciones. Los hijos de Chávez tomaron ese camino.]]>