Venezuela

Los Verdes: la revolución consumada

Como si le hubieran dado un coñazo a mis memorias. Así amaneció mi imaginario el día de ayer. Aunque ya eran incontables los episodios de agresión, la noche de horror que acometió la guardia del terror madurista, este martes, descompuso en mi esa parte que los venezolanos afuera hemos ido protegiendo del apocalipsis noticioso, que cada día desvencija a Venezuela como idea.

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Foto: EFE

Crecí durante buena parte de mi infancia y adolescencia en Las Américas, una urbanización fantástica de San Martín, separada de El Paraíso por el río Guaire, que se cruzaba por el Puente 9 de diciembre, a la altura del Centro Comercial Los Molinos.
Era un camino frecuente. Para llegar a la iglesia, al carrito Ote y Yuyu, que tenía las hamburguesas más resueltas, a los cumpleaños de muchos, al Crema Paraíso. Era la ruta para trotar, el camino a Las Fuentes y la avenida Páez… Buena parte de nuestros destinos transitaban caminando al lado de Los Verdes, en ese puente largo y robusto que cruzaba aéreamente el río y la autopista.
Caminé por fuera y por dentro de Los Verdes cientos de veces. Se veía desde el estacionamiento del edificio de mi abuela y desde una de las ventanas de su casa. Los Verdes es parte del panorama que hace mi imagen de Caracas, y lo que es aún más intenso, de mis primeros años de vida.
Vi cambiar al edificio de la Lotería de Caracas y aparecer al teatro San Martín. Vi las aceras de la avenida convertirse en anchas caminerías con diseño de boulevard. Viví las callejuelas de Artigas con sus humildes y hermosísimas casas, y me cansé de recorrer el muy arbóreo trayecto que te lleva de La india a la Plaza Madariaga. Y Los Verdes siempre estuvieron ahí.
Apenas hoy me enteré de que Los Verdes en realidad se llaman Residencia Paraíso. No tengo memoria de cuándo fueron construidos ni he podido dar con la fecha. Pero desde la casa de mi abuela los verdes eran la estampa de un lugar mejor, más bonito y cuidado, más limpio, más organizado.
Jugué baloncesto con decenas de chamos que venían de Los Verdes (porque en Las Américas se jugaba muy bien), y allí fui a fiestas, y caminé por su frente incontables veces.
Hoy, una vez más, el renacuajo de revolución en que se terminó convirtiendo la verborrea sin sentido que parió Sabaneta, me devuelve aquellas imágenes trastornadas por una violencia miserable, preconcebida y fríamente calculada, que acabó con mis fotos de vida, y las sustituyó por chamos secuestrados, un perro baleado como quien dispara por el solo placer de hacerlo, y destrozos por doquier, robos, más de 60 carros destruidos, el salón de fiesta desbaratado, los ascensores dañados a propósito, invasiones a muchos hogares, maltratos y torturas a sus dueños.
Los Verdes, este junio de 2017, se han convertido en la gran maduración del proyecto chavista. La destrucción como leitmotiv, el resentimiento como razón, el totalitarismo como última parada.
Aquella tanqueta que el 4 de febrero no pudo entrar a Miraflores en 1992, hoy por fin encontró su realización: no pudieron tomar el poder por asalto, no pudieron ser demócratas, no pudieron convencer, no pudieron construir. Entonces se conformaron con un consuelo: arrebatar al desarmado, entrar cobardemente con sus desproporcionados vehículos, arrasar con el portón y sembrar el infierno.
Donde quiera que se encuentre, Hugo Chávez debe estar muy feliz.
Pero algo ya sé. Me lo ha dicho la vida: todos estos maleantes que han secuestrado nuestro país se irán. Y Los Verdes seguirán ahí.]]>

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