Venezuela

Sobre las fisuras en el post-chavismo

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Tras la implosión que afectó a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en este último tramo del año, es difícil imaginar que los sectores opositores (fragmentados, confrontados) puedan desencadenar –por sí solos- el cambio político anhelado en Venezuela. Hay que decirlo. Estamos en un momento en que un escenario de cambio político y económico en Venezuela (que deberán venir de la mano) se generará desde el seno del propio post-chavismo. Sobre esto ya escribimos al inicio del año: la transición (en caso de ocurrir) será desencadenada desde adentro y no por los factores externos al actual esquema de poder hegemónico en el país. El papel de los sectores opositores, también insisto en ello, debe apuntar a profundizar en las fisuras del chavismo-madurismo para llevarlas a verdaderas fracturas. El tema de las fisuras no es nuevo. La implosión de la MUD, sin embargo, abre un nuevo escenario: el post-chavismo al no sentirse amenazado por un grupo externo que lo quiera desalojar del poder (con posibilidades de éxito), puede ser víctima de las propias discrepancias internas. Éstas han existido en todo este tiempo, pero sencillamente se acallaron por una razón: el riesgo de perder el poder. Hoy el chavismo puede ser víctima de la idea de que ya controla el poder sin riesgo alguno de perderlo. Desde mi punto de vista existen tres ámbitos que pueden ser los temas que fracturen al chavismo en el corto plazo. No presento un análisis exhaustivo sobre ellos, pero me parece importante mencionarlos. La crisis económica. Estamos en presencia de una suerte de bola de nieve que viene cayendo por una cuesta y en la medida en que pasa el tiempo la bola se hace más grande. Hasta ahora el gobierno ha logrado evadir con éxito, ciertamente, el costo político de la debacle económica que hoy hunde a Venezuela. Hace casi tres años logró endilgarle durante algún tiempo la responsabilidad de la crisis a la empresa privada (en realidad otra víctima del modelo, así como el pueblo). En lo últimos meses la respuesta del régimen a la crisis, que ha sido monopolizar al extremo la importación y distribución de alimentos, devino en una tremenda herramienta de control político como lo dejó en evidencia el proceso electoral del 15 de octubre. La crisis económica confronta hoy a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente, que claramente se dividen entre ideológicos y pragmáticos. Los movimientos en la constituyente tales como silenciar a Oscar Schemel, evitar las transmisiones de los debates, destituir a Isaías Rodríguez de la vicepresidencia justamente por pedir foco en lo económico, son señales inequívocas de que en esta materia, presionados por la enorme crisis, no hay una posición compacta dentro del post-chavismo. Las viejas rencillas que persisten dentro del chavismo-madurismo. El grupo que ejerce el poder en Venezuela está lejos de ser un grupo monolítico. Desde la era de Hugo Chávez se manifestaban rencillas y enfrentamientos. La gran diferencia es que en términos simbólicos aquel “padre político” ya no está y el principal heredero ha dilapidado la herencia. No hay árbitros que se puedan colocar por encima de los “hermanos” en disputa y al contrario el heredero, en su afán de construir su propio grupo de poder, termina sancionando a viejas figuras que ahora lucen descolocadas. Los casos de la disputa Ameliach-Lacava en Carabobo, la salida de Arias Cardenas de la gobernación del Zulia y la imposición de Carmen Meléndez en Lara por encima del hijo del histórico Reyes Reyes para la gobernación son sólo algunos ejemplos de peleas internas recientes pero que provienen de fisuras de larga data. El mapa de cómo quedaron las gobernaciones y de cómo quedarán las alcaldías debe ser analizado con el prisma de los subgrupos de poder que anidan en el post-chavismo. La reelección de Nicolás Maduro. En este 2017 Maduro ha consolidado su poder el post-chavismo. No es un asunto menor que el gobernante peor valorado en décadas logre sortear la crisis y afianzarse en el ejercicio autoritario del poder. Por varias vías he confirmado que un asunto candente ahora es la elección presidencial, entre otros factores porque ya no se teme perderla abiertamente. El post-chavismo se siente confiado en el nuevo esquema electoral: incentiva la abstención opositora, anula con mecanismo seudo-legales a los opositores incómodos y controla con el carnet de la patria a sus fieles chavistas populares. Maduro, sin duda alguna, quiere ir a la reelección presidencial para tener un nuevo período de 6 años. Varios actores dentro del poder también tiene obviamente aspiraciones presidenciales (nadie la discutía la presidencia a Chávez, pero Maduro es otra cosa) y posiblemente sea la Fuerza Armada la que actúe como factor mediador en una disputa que no saldrá la luz pública. Si en manos estuviese dirigir, en este momento, una campaña de comunicación política la enfocaría en cuestionar la posibilidad de que Maduro sea candidato presidencial nuevamente en 2018. El gran desafío, de todos los factores democráticos hoy en Venezuela, y no hablo sólo de un liderazgo menguado y fragmentado, sino de cada ciudadano, de gremios, medios de comunicación independientes y universidades, es contribuir con ensanchar esas fisuras que hoy se hacen visibles dentro del post-chavismo. Una definición rápida nos dice que una fisura es una “abertura alargada y con muy poca separación entre sus bordes”, mientras que fractura es “rotura violenta de una cosa sólida”. Ya usted entenderá porque a la lucha democrática le conviene que las hoy fisuras se conviertan en fracturas.]]>

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