Venezuela

Los “Pedro Pan” venezolanos

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Fotografía: Twitter | Beatriz Adrián

Tengo una amiga que nació en Cuba. Cuando ella tenía siete años y su hermana tres, la madre, que era mexicana, tomó la decisión de sacarlas de Cuba antes de que les prohibieran la salida del país, como en efecto ocurrió pocos días después de que las niñas salieron. La señora estaba cuidando a su madre (la abuela de las niñas) que estaba grave en el hospital. El papá, que era cubano, se encontraba fuera de Cuba. La señora preparó a mi amiga para el viaje. Le pidió que no dejara sola a su hermanita ni un segundo. Como el papá pertenecía a los Scouts la instruyó para que cuando llegara a cualquier aeropuerto, pidiera que le llamaran a alguien de esa organización y sólo cuando lo tuviera enfrente, le dijera el nombre de su papá. Cosió las joyas que tenía en el ruedo de unos abriguitos que les puso y las instruyó de que no se los quitaran. Y las montó en un avión. Me imagino el grado de desesperación para hacer eso con dos niñas pequeñas. Y el viaje, no sé a qué isla del Caribe, resultó interminable para mi amiga, que trataba de dominar a su pequeña hermana que lloraba desconsolada. Ellas, por fortuna, pudieron reunirse con sus padres. Muchos otros niños cubanos, no. En estos días la periodista Elisabeth Burgos recordaba la operación “Pedro Pan” (por Peter Pan), uno de los episodios más dramáticos de la historia del castrismo. Entre 1960 y 1962, catorce mil niños cubanos fueron enviados a “Neverland” (la Tierra de Nunca Jamás, como bien llamaron a Miami), en un programa clandestino dirigido por el sacerdote católico Bryan Walsh. Los padres cubanos, aterrados de que el Estado cubano les quitara a sus hijos para ideologizarlos, tomaron la dificilísima decisión de enviar a sus hijos a los Estados Unidos, con la esperanza de reunirse con ellos después. Eso nunca sucedió, porque debido a la Crisis de los Misiles, Estados Unidos suspendió los vuelos desde y hacia Cuba y Cuba se convirtió en la cárcel que todos conocemos. Catorce mil niños quedaron entonces separados de sus padres. Fueron repartidos por organizaciones católicas entre familias que los quisieron adoptar y orfanatos. La reunificación jamás se dio. El cantante Willy Chirino es uno de esos Pedro Pan. Esta misma semana en Venezuela vivimos una situación similar. Ciento treinta niños que se reunirían con sus padres en Perú fueron detenidos y dejados sin pasaportes en el mismo aeropuerto. Yo no sé si la historia de que había permisos de viaje adulterados es cierta, pero los demás, que tenían todo en regla, han podido haber viajado. Pero no. Los Peter Pan venezolanos sirven al régimen para castigar a sus padres, exilados en Perú. Si ya el exilio es duro, un exilio sin hijos es más duro todavía. El General Gómez –a quien tantas veces han tildado de tirano- dejaba ir a todas las familias de sus enemigos que estaban fuera. Estaba convencido que desde afuera no se tumba un gobierno. Leo que hay niños especiales dentro del grupo. Eso es más cruel todavía. Porque si separar de sus padres a un niño normal ya resulta un exabrupto, hacérselo a un niño especial es una monstruosidad. Las violaciones a los derechos humanos de tantos venezolanos durante estos últimos 19 años no pasarán por debajo de la mesa, como creen quienes hoy se sienten infalibles. Están siendo acuciosamente documentados por organizaciones no gubernamentales y no prescriben. Buscarán a los responsables dondequiera que se encuentren, hasta debajo de las piedras. Y pagarán por sus crímenes. Los autores intelectuales y los brazos ejecutores. No lo duden. La justicia a veces se tarda en llegar, pero llega. El «Nunca Jamás» no ocurre con ella…]]>

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