Venezuela

La toma de la UCV: “defensa de la autonomía” vs “transformación universitaria”

El 28 de marzo de 2001 quedaría registrado en la historia de la Universidad Central de Venezuela (UCV) como uno de sus episodios más violentos desde la llamada Masacre de Tazón de 1984. Por 36 días consecutivos el país miró atónito, a través de las cámaras de los medios de comunicación, la toma del edificio del rectorado liderado por un grupo de estudiantes que promulgaban una revolución universitaria que terminó en revuelta. Hoy, 17 años después, dos protagonistas de aquel evento rememoran lo sucedido desde flancos enfrentados: el de los tomistas y el de las autoridades.

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Fotografía: Daniel Hernández

La historia de “la casa que vence las sombras” es amplia y vasta. Es probable que muchos de los estudiantes que hoy pisan el césped de la UCV ignoren sus 296 años de vida, incluso la de años recientes. Por ejemplo, para el alumno promedio, el M-28 no es más que un movimiento “chavista” “de la gente de Trabajo Social”, y hasta allí llega el asunto. Desconocen, en su mayoría, los hechos ocurridos hace 17 años, los cuales darían origen al grupo y constituirían el primer encontronazo entre el gobierno de Hugo Chávez, sus seguidores y la autonomía universitaria.
El 28 de marzo de 2001 un grupo de estudiantes, de tendencia de izquierda, se apropiaron de las instalaciones del rectorado de la Central exigiendo una “constituyente universitaria”. Tras el paso de los días, la violencia fue escalando. Los manifestantes y quienes defendían la comunidad universitaria establecida mantuvieron un “toma y dame” que se prolongaría hasta el 3 mayo, cuando los tomistas fueron expulsados por la fuerza del edificio y posteriormente sancionados de la universidad.
Los relatos de Giuseppe Gianetto, rector de la época, y Fernando Rivero, uno de los tomistas y actual constituyentista de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), no podrían ser más contrastantes. Ambos parecen hablar de dos eventos distintos, de dos 28 de marzo.

“Cayó de sorpresa”

Giuseppe Giannetto venía de ser vicerector desde 1996 al año 2000, con Trino Alcides Días como rector (que luego sería director del Sudeban, del Seniat y embajador de Venezuela en México), y por encima de sus diferencias ideológicas (Trino era simpatizante del gobierno), ambos mantenían “excelentes relaciones”.
Según cuenta Gianetto, la asunción del nuevo gobierno, a pesar de tener a la cabeza a un hombre tan polémico como Hugo Chávez, no significó ningún viraje extraordinario. Dentro del gabinete del recién electo había hombres como Carlos Genatio (ministro de Ciencias y Tecnologías), Héctor Navarro (ministro de Educación), Nelson Merentes (viceministro de Regulación y Control del Ministerio de Finanzas)  y Luis Fuenmayor (Oficina de Planificación del Sector Universitario -OPSU-). Todos, en su momento, habían trabajado junto a él e incluso habían sido sus subordinados.
“Yo tenía muy buenas relaciones en el gobierno porque cuando llegué al vicerrectorado académico nombré como director del Postgrado a Héctor Navarro y a Nelson Merentes como coordinador del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico: los dos cargos académicos más importantes después de los decanos”, comentó Gianetto en una entrevista concedida a Prodavinci.

Gianetto había vencido “aplastantemente” a Nelson Merentes (candidato de Chávez y del rector saliente) en las elecciones del rectorado, y aunque pudiese pensarse que eso le generaría tensiones con el gobierno, no fue así. En las primeras de cambio, todo andaba viento en popa: la articulación entre el ejecutivo y las autoridades universitarias estaba dando resultados. Se logró “en tiempo record” que el Jardín Botánico y la Zona Rental volvieran a la tutela de la UCV. Y, como guinda, el 2 de diciembre del 2000, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) inscribió oficialmente a la Ciudad Universitaria de Caracas en la lista de Patrimonio Mundial. Todo en seis meses.
No podía prever, entonces, Giannetto la tormenta que le esperaba cuatro meses después. Más allá de los reclamos estudiantiles habituales dentro de una universidad, el exrector asegura que no había nada que indicara que un hecho como el sucedió pudiese tener lugar. El 28 de marzo llegaría sin previo aviso.
“Sí había movimientos estudiantiles que se habían envalentonado, que eran grupos extremistas, pero como esa gente no tenía mayores seguidores, no se le hizo caso”, indicó.

Sin embargo, sí había habido varias alarmas que se escabulleron por debajo de la mesa a las autoridades, como el caso de la toma del Estadio Olímpico en enero del 2001 para impedir la realización del Caracas Pop Festival y repudiar «la privatización de los espacios universitarios». Fue una movilización presidida por el mismo grupo.
Fernando Rivero, que para entonces era estudiante de 8vo semestre de Filosofía y de tercer año de Derecho, señala que esta era una las exigencias vitales del M-28. «La práctica de beisbol poco a poco fue quedando a disposición de las empresas privadas vinculadas al deporte, pero no así para la comunidad universitaria. El alquiler del Aula Magna solo era para empresas que realizaba festejos, celebraciones, etc., pero no así para las actividades culturales y académicas de los estudiantes», detalló el constituyente.

¿Iniciativa autónoma o revuelta organizada?

La mañana del miércoles, 28 de marzo de 2001, un grupo de estudiantes de diferentes facultades y escuelas de la UCV convocaron a una asamblea en el Aula Magna, movilización a la que se sumaron algunas voces del gremio obrero y profesoral. De acuerdo con los tomistas, la convocatoria rebasó todas las expectativas y ya para las 11:00 A.M el auditorio «estaba repleto».
Mientras tanto en la sala de sesiones del Consejo Universitario (CU), el debate entre las autoridades y representantes estudiantiles se desarrollaba con total normalidad. En algún punto, les fue avisado (contó el rector Gianetto) lo que sucedía en el Aula Magna y que podía trasladarse hasta el CU.
Para cuando llegaron los estudiantes, ya el consejo estaba preparado: un grupo de profesores (entre ellos Luis Fuenmayor, que era afecto al gobierno) fue comisionado para hablar con ellos en compañía de los vigilantes del recinto. Esto fue asumido por los tomistas como «un acto de cobardía» por parte del rector; pero, a los ojos de las autoridades, la actitud violenta del grupo era inaceptable.
«Cuando los profesores salen para tratar de mediar y decirles que estábamos atendiendo unos puntos, y que ya los vamos a recibir, ellos llegan tirando bombas lacrimógenas. Les lanzaron golpes a los vigilantes y a los profesores, quienes lograron refugiarse en la sala de sesiones y, en vista de la violencia, suspendo el Consejo Universitario porque yo no iba a aceptar el chantaje de la violencia», precisó Gianetto.
El rector aseguró que el grupo estudiantil que irrumpió en la sala de sesiones rondaba las cien personas. Y con ayuda de un post-it que había escrito para la entrevista, recordó algunas caras: “Sergio Sánchez, Silvio Sánchez, Fausto Castillo, Ángel Árias, Fernando Rivero, Robert Torres, Gustavo Rivero (hijo de la primera presidenta del Banco de la Mujer), Eduardo Sánchez (secretario general del sindicato de empleados administrativos), y un solo profesor: Agustin Blanco Muñoz”.
Gianetto se retiró a su oficina, sin avistar que aquello se saldría de control. Desde allí aseguró que escuchaba numerosas detonaciones. Para el final de la tarde, el ambiente violento, lejos de calmarse, se había reforzado con la llegada de otros grupos simpátizantes a la causa «revolucionaria».
«Como a las 7PM, me viene un vigilante (Sergio Troselt) y me dice ‘rector afuera está el profesor Agustin Blanco Muñoz y me dijo que le asegura su integridad física si usted desaloja el rectorado porque él es el nuevo rector’. Y yo le respondo: ‘Mira, Sergio, dile a él y a los demás que yo de aquí salgo con la frente en alto o con los pies por delante, pero el rectorado no se entrega'».

A raíz de esa interacción Giuseppe Gianetto decide, junto con la profesora Elizabeth Marval (secretaria de la universidad) y Margara Rincón (directora de recursos humanos), entre otros, atrincherarse en el despacho del rector. En aquella oficina permanecieron 5 días.
A las afueras, el caos estaba instaurado en el campus. Se suspenden las actividades académicas y comienzan a rodar rumores sobre una posible intervención a la universidad.
Casi dos décadas más tarde, Gianetto está convencido de que esto no fue algo aislado sino planificado desde Cuba.
“Ellos con la excusa de reestructurar la universidad y ‘ponerla al servicio del pueblo’, etc. lo que buscaban era copiar el asalto de la Universidad de La Habana”, inquirió.
Según contó el rector, previo a que todo esto ocurriera se habían producido varios viajes de estudiantes a la isla. «Hubo muchachos que, después de la toma, nos dijeron que ellos vieron movimientos muy raros en esos viajes. El grupito que liderizaba la toma del CU se iba a otras reuniones distintas a las del grupo completo».
Rivero tildó a esas acusaciones como «más que descabelladas» y, a nombre del M-28, dio su palabra de que la toma se trató de una iniciativa autónoma del movimiento estudiantil. Explicó, además, las razones que los motivaron y que no fueron fabricadas en Cuba sino allí en el campus, producto de «la realidad ucevista».
Durante los años 90, indicó Rivero, la universidad se encontraba “sometida a una cantidad de problemas en materia reivindicativa” y, por consiguiente, “necesitaba colocarse a tono de los cambios que reclamaba la sociedad venezolana”.
No obstante, Gianetto subraya que las exigencias de los estudiantes eran irrealizables: “ellos querían que abriéramos el comedor universitario al pueblo de Caracas, que el proceso de admisión fuese para todo el mundo, que todas las decisiones debían tomarse en asamblea”.
Pero el ahora constituyente no dio mérito a estos señalamientos alegando que Gianetto pertenece a un status quo profesoral que se negaba y “se sigue negando” a los grandes cambios que necesitaba la UCV.
“Considero que se desconocieron -y se sigue desconociendo- la necesidad de transformar la institución universitaria. Transformar la universidad significa, uno, la revisión de los supuestos epistemológicos que subyacen en la transmisión y producción de los conocimientos de los saberes; lo segundo, un proceso de democratización universitaria, eso implica, por ejemplo, la participación igualitaria de los estudiantes, los trabajadores y de los cuerpos colegiados en toma de decisiones”

La actuación de Bandera Roja

Durante la toma, los partícipes de «la transformación universitaria» denunciaron, en múltiples oportunidades, que grupos armados del partido Bandera Roja estaban promoviendo la violencia puertas adentro de la universidad con el fin de crear «la matriz de opinión de que los tomistas estaban armados»
«Otro dato estuvo marcado por la captura de un militante de Bandera Roja al que apodaban «Bam Bam», apresado en el recinto con un arma de fuego. El secuestro de un Jeep de la FCU y golpes a camarógrafos internos. Por lo general, grupos organizados de Bandera Roja, arremetían a tiros a las instalaciones del rectorado», defiende el tomista Angel Tiodardo en un artículo publicado en Aporrea, donde narra su versión de los hechos.
Al ser preguntado por la supuesta vinculación, Gianetto aseguró que incluso antes de ser rector, «no tenía buenas relaciones con Bandera Roja». «Esa actitud prepotente, de tomar las cosas por la fuerza, conmigo no va», alegó.
Pero sus ex alumnos no dan crédito a su alegato. «Los grupos armados pertenecientes a Bandera Roja irrumpieron en la sala de sesiones de CU, a través de la oficina del rector (…) Sí tenían relación, Bandera Roja actuó como banda armada al servicio de las autoridades», sentenció Rivero dejando escapar una risa incrédula.

La recuperación del rectorado

Una vez suspendidas las clases, una parte del estudiantado reaccionó y arremetió contra «los saboteadores». Se había convertido en una confrontación estudiante-estudiante. El ex rector consideró que el paro de las actividades académicas convirtió la toma en un problema de toda la universidad y no solo de las autoridades. A su juicio esa decisión cambió la historia de la toma porque la comunidad universitaria, actuando como un todo, «cerro filas» ante el ataque a la institucionalidad promovido por «un grupito de estudiantes y personas externas».
Por medio del material audiovisual recogido por RCTV, se puede observar el nivel de anarquía que había alcanzado la situación: a las puertas del edificio, un numeroso grupo de estudiantes constituyeron un pasillo humano por el cual sacaban a empujones a los tomistas.

«La gente estaba desesperada. Decidieron asaltar la sala de sesiones del Consejo Universitario, rompieron la puerta de vidrio de acceso del edificio del rectorado, porque los tomistas la tenían cerrada con unas cadenas, y subieron a la sala de sesiones y empezaron a sacarlos. Algunos opusieron resistencia, algunos golpearon a profesores y estudiantes… Los sacaban, luego se volvían a meter y los volvían a sacar, y ahí se armó… Bueno, la psicología de masas, ¿no?», observó Gianetto.

Tras avivar esas imágenes, 17 años más tarde, Fernando Rivero, que también fue cargado y echado del rectorado, solo se arrepiente de una cosa: de haber entregado la toma «en condiciones desfavorables que permitieron que la autoridad se impusiera» y confabulara sus expulsiones.
Rivero asegura que si le tocara hacerlo de nuevo, lo haría, porque, considera, que hoy por hoy es aún más urgente “la necesidad de replantearnos la vida universitaria”.
“Gracias a ese esfuerzo, al sacrificio de muchos jóvenes que colocaron en peligro sus carreras, su futuro profesional, podemos hoy debatir estos temas. Lamentablemente hoy la universidad sigue como una especie de caja negra en inauditable como lo estaba ayer», se lamentó.

El ojo mediático

Nuevamente la visión de Rivero y Gianetto chocan con estruendo. Mientras uno reivindicó la actuación de los medios de comunicación, otro denunció una campaña «perversa» de descalificación.
«La primera campaña comunicacional contra algún intento de cambio de una institución fue contra nosotros (…) Siempre sacaban a un estudiante que entró de forma tardía a la UCV para tratar de vender a la opinión pública que éramos eternos repitientes», destacó el exalumno, aún indignado.
Por otro lado, Gianetto mantuvo que de no ser por los periodistas no habría sido posible sostener la institucionalidad, pues afirma que fue a través de las cámaras que «el país se dio cuenta que la intención real (de los estudiantes) era asaltar la institución e imponer un pensamiento único».

El juicio a los estudiantes

Luego de la toma, Fernando Rivero fue expulsado por cinco años, cuando le faltaban solo dos semestres para graduarse de la escuela de Filosofía.
«No éramos eternos repitientes -insistió Rivero-. Había muchos estudiantes de eficiencia 1, que nunca habían sido reprobados. En el reglamento que imperaba en la época, para cursar estudios simultáneos tenías que tener un promedio superior a 15 puntos. Yo los tenía».
De acuerdo con el exrector, Rivero sería uno de los pocos casos que no contaba con un índice académico «mediocre» porque indicó que «98% de la gente (involucrada) tenía entre 8 y 10 años estudiando». Gianetto insistió en que el récord académico de los estudiantes era la vara que medía la severidad de las sanciones. “Mal estudiante y violento, cinco años”, que era la pena máxima. Y, sin temor a pasar por implacable, agregó que de haber existido castigos mayores, los hubiese aplicado.
“Allí, por ejemplo, uno de ellos le dio con un pupitre por la cabeza a la consultura jurídica de la universidad – Edsa Caffaro- y la desmayó. Hubo otro que ofendieron, golpearon, lanzaron bombas…”, argumentó.
Rivero, por su parte, recordó aquello como una «hoguera académica», en la que los que se negaran a retractarse de sus acciones, recibían las sanciones más duras.
«Ellos decidieron en un salón a quién arrebatarle el futuro. Ellos decidieron quién podía estudiar y quién no. El criminal más condenable que pueda existir tiene derecho al estudio. En la UCV gracias a las normas que imperan, que son profundamente antidemocráticas, se le cercena a un joven la oportunidad de estudiar. Ese es el tipo de universidad que tenemos», manifestó.

Pero, según Gianetto, el proceso fue totalmente justo: se solicitó apertura de un expediente y se designó a un instructor para que realizara una investigación. Posteriormente, profesores y alumnos «que vivieron en carne propia la violencia» testificaron en contra de los involucrados.
Dentro de los expulsados, pero con un expediente administrativo, también estuvo el secretario general de la Asociación de Empleados Administrativos de la UCV, Eduardo Sánchez. El único que salió exento de castigo fue el profesor Agustin Blanco Muñoz.
“A él también traté de expulsarlo de la universidad pero los profesores de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, a los que se le dieron instrucciones de levantarle un expediente, nunca quisieron asumir la responsabilidad… Y todavía anda por ahí”, recordó Gianetto con amargura.

Un Hugo Chávez equidistante

Chávez nunca fue un tipo al que le temblara el pulso para desafiar a las instituciones establecidas, pero, por lo menos en esta oportunidad, fue precavido y si bien no desestimó la lucha de los tomistas, tampoco la respaldó de manera frontal.
«Yo tenía excelentes relaciones con Chávez. A mí me llamaba a cada rato Elías Jaua para decirme ‘mire, rector, yo lo llamo a nombre del Presidente. Nosotros no estamos respaldando esto’. Cierto o falso, no lo sé. Pero si hubieran tenido el apoyo del Presidente, hubiese sido imposible parar aquello», reconoce Gianetto.

Avanzada la toma, un tribunal introduce un amparo y da la orden para que las Fuerzas Armadas desalojaran la universidad; en ese momento, el gobierno intercede y comisiona de Isaías Rodríguez como mediador del conflicto.
«Ya yo había comenzado a levantar expedientes a los muchachos. Se apersonó un grupo de diputados del gobierno para reunirse con las autoridades y yo les dije que las medidas se iban a tomar. Uno o dos de ellos se alebrestan y me levantan la voz (…) -pero- allí también intervinieron otros afectos al oficialismo y exigieron el respeto al rector y a la universidad».
Dentro del chavismo no existía una postura única en cuanto a la toma. Los más radicales (entre los que el rector destaca a Adina Bastidas, Eliécer Otaiza, Iris Varela y Freddy Bernal) defendían fervientemente a los estudiantes, mientras que las corrientes más comedidas se mantuvieron a raya.
Para Rivero esta es la prueba irrefutable de que el gobierno nunca estuvo detrás de la toma:
«El presidente Chávez siempre fue durante su gobierno muy respetuoso de la Universidad venezolana y en general de la institucionalidad. De manera que él no tenía la intención, como lo han dicho los detractores de la toma, de una intervención a la Universidad Central de Venezuela».
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