Pasan las semanas después del fraude electoral del 20 de mayo, sin que haya una respuesta política y estratégica ante la pregunta que gravita en el país: ¿y ahora qué hacer? ¿Cuál es la ruta a seguir por parte de quienes quieren restituir la democracia en Venezuela? Hemos estado ante una dirigencia enmudecida, desarticulada, desorientada.
Con lo ocurrido el 20M se reafirmó Maduro, de eso no hay dudas. Desde mi punto de vista se trató en realidad de un acto de ratificación para los suyos, empero no le da ninguna legitimidad ante la ola de sanciones, presiones y llamados que hacen la gran mayoría de países americanos y europeos. El escenario internacional se ha endurecido tras el 20M, ya que no quedan dudas sobre el carácter dictatorial del régimen de Nicolás Maduro.
La claridad con la que la comunidad internacional entiende hoy la naturaleza autoritaria del gobierno de Maduro, choca con la falta de interlocutores que simbolicen consenso y de una agenda a seguir en la lucha interna, que goce de credibilidad y respaldo mayoritario. Tenemos muchas voces lanzando flechas en diversas direcciones.
Ni siquiera un planteamiento tan específico, como el realizado por la Unión Europea y el Parlamento Europeo, de que deben realizarse nuevas elecciones en Venezuela, es recogido de forma firme y consistente por alguno de los actores opositores.
De lo poco que conozco en persona a dirigentes políticos venezolanos, me temo de que estemos ante líderes sin capacidad de escuchar, con lo cual lo único válido es lo que sale de sus bocas. Esto es muy grave dada la magnitud y el carácter pluridimensional que tiene la crisis venezolana. El país requiere ahora y requerirá en los próximos 20 años de consensos de todo tipo.
He venido insistiendo y lo reitero que debemos empezar a hablar de “las oposiciones” en Venezuela.
Decir “la oposición” es hacernos la idea de algo que ya no existe en este momento. Esa oposición unitaria no supo administrar el sonoro triunfo de las elecciones parlamentarias de 2015. Aquella victoria, tan clara, tan nítida, en lugar de abrir paso a una transición terminó siendo el punto de partida para la feria de las vanidades en el seno de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
Como en el relato bíblico de la torre de babel, la soberbia del hombre termina siendo castigada. Esas oposiciones en Venezuela necesitan con urgencia un lenguaje único que les permita comunicarse entre ellos y reconectarse (urgentemente) con el pueblo.
Los dirigentes políticos opositores -todos ellos- no entendieron el mandato que les dio el pueblo con las elecciones parlamentarias. Se perdieron en el camino y con el paso del tiempo lucen ahora aún más extraviados.
Tomo como propios los señalamientos que hizo recientemente el analista político y colega de la UCAB, Juan Manuel Trak, en sus redes sociales: es muy bajo el nivel de debate en el seno opositor, sólo prevalecen las acusaciones casi infantiles o la victimización. Nadie se plantea los escenarios posibles, las ventanas de oportunidad, tampoco se está analizando los recursos propios y los del adversario en esta hora de su mayor descrédito como gobierno responsable de la crisis. No se está trabajando en diseñar una estrategia.
Quisiera dejar un mensaje de optimismo, pero no veo señales en esa dirección. Las recientes decisiones en el campo opositor tales como una nueva concertación lanzada por Henri Falcón, la separación de Acción Democrática de la MUD, la agenda particular que mantiene María Corina Machado y la fugaz figuración pública de un “Frente Amplio”, diluido en cosa de semanas, todo ello no habla de otra cosa sino de falta de consenso y de estrategia.]]>