James Torres es instructor profesional de fitness, animador, coach motivacional y aprendiz de locutor. Está casado con Marianella Peláez desde hace siete años. Ella estudia Derecho y está próxima a graduarse. Hace tres años y medio fue diagnosticada con un tumor en el lóbulo parietal izquierdo de su cerebro. Sufría de fuertes dolores de cabeza y había comenzado a tartamudear. Al principio pensaron que era por estrés. Pero una tomografía reveló un edema en el lóbulo izquierdo que debía operarse de inmediato. No tenían seguro médico, pero reunieron el dinero necesario para la operación a través de personas generosas. Una semana después les llegó el diagnóstico: el tumor era maligno. Glioblastoma multiforme grado IV, el más severo de todos.
Nuevamente iniciaron la campaña para recoger fondos para el tratamiento, treinta radiaciones de alta intensidad y cincuenta pastillas de administración oral. En aquel momento fue relativamente fácil localizar las medicinas en BADAN. Fueron seis ciclos de tratamiento primero, luego tres ciclos adicionales, dos ciclos más y durante el descanso salió embarazada, cuando le habían dicho que anatómicamente era imposible que eso sucediera. A pesar de las discordias entre médicos –unos opinaban que debía ponerle fin al embarazo, otros lo contrario- Marianella y James decidieron seguir adelante. Era un embarazo de alto riesgo. Durante esa etapa era imposible someterla a tomografías o resonancias magnéticas. Al poco tiempo de dar a luz a Mathías, un bebé sano y hermoso, Marianella se realizó la resonancia magnética que resultó en recidiva de la lesión post operatoria y arrojó además una posible lesión tumoral adicional en el lóbulo occipital. Pero a diferencia de la primera vez, en ninguna institución consiguieron la quimioterapia. Comenzaron la campaña por las redes sociales, que fue reposteada por amigos, artistas, periodistas y tuiteros en general.
Estando en ésas, James recibió la llamada de una señora mayor que le dijo que ella poseía el medicamento. Que le iba a donar una caja, pero que las otras se las tenía que vender, porque necesitaba dinero para comprar el remedio de su tensión. James le depositó ingenuamente 29,5 millones de bolívares. A partir de ese momento la señora no atendió su celular durante tres días, al cabo de los cuales quien respondió la llamada fue un hombre. James se enteró de que él no había sido el primer estafado, que el individuo en cuestión imita voces y se hace pasar por ancianas para estafar a los incautos, que por estar tan angustiados buscando medicamentos, ni siquiera sospechan. Cuatro llamadas más del mismo tenor de la de la “anciana” recibió James. Esas veces no cayó. También supo de los bachaqueros de la salud que le cobraban por trece pastillas de Temodal $1200, o $1700 por quince pastillas. Imposible pagarlas a esos precios.
De los cuatro ciclos que le prescribieron, ya Marianella tiene dos ciclos y medio completos mediante donaciones como la que le hizo mi prima Olga Consuelo. Aún le falta un ciclo y medio. Aprovecho para pedir por este medio que si alguien lo tiene, por caridad se lo haga llegar.
El mes de julio fue terrible para la pequeña familia de James: el diagnóstico del nuevo tumor, la búsqueda infructuosa de los medicamentos, la estafa, la búsqueda de la fórmula para bebés y para colmo, el robo de su motocicleta, su medio de locomoción y trabajo.
Como Marianella no puede amamantar a Mathías, James comenzó un nuevo calvario en busca de fórmulas para bebés. No las conseguía en ninguna parte. Un bachaquero le pidió $10 por una lata de 250 gramos. Justo en ese momento de profunda angustia me comuniqué con James para decirle que yo tenía la quimioterapia que necesitaba su esposa. “¿En qué más puedo ayudarte?”, le pregunté. “Ayúdeme a conseguir fórmula para mi bebé”, me pidió. Posteé su petición en Twitter.
A partir de ese momento, se abrió frente a mí la Venezuela bella, solidaria, generosa. La Venezuela en la que yo crecí. Una señora me sugirió que me comunicara con Susana Raffalli. De inmediato la llamé. “Mañana te tengo la fórmula”, me dijo el domingo en la noche. Unos minutos después me entró el mensaje de Catalina Caroli: “puedo ayudarte”. Casi al mismo tiempo me escribió Marielys Sosa: “Hola, Carolina, tengo leche de fórmula, mi prima se fue a España y dejó la leche de su hija para donarla. Me gustaría dársela a alguien que de verdad la necesite, como es el caso que tú estás describiendo”.
Temprano en la mañana del lunes apareció mi amiga la doctora Lila Vega Scott: “Bernardo Guinand tiene en Impronta, habla con él para que te las dé”. Hablé con Bernardo, gran amigo mío, y me dijo que sí, que las pasara buscando. Recibí mensaje de María Elena Sucre a quien tenía muchos años sin ver: “llámame que te puedo ayudar”. Mi querida amiga Isabella Delfino me mandó mensaje: “tengo leche NAN para donarte”.
Cuando llegué a mi casa de mi periplo matutino recogiendo fórmulas en distintos sitios de Caracas, me estaba esperando mi amigo Víctor Rojas, quien me traía cuatro potes más . Liz J. Gómez, una belleza de muchacha, me ofreció compartir su leche porque está amamantando. Maybet Núñez se comunicó también para decirme que tenía fórmula para donar. Luis Borjas me escribió desde Valencia: “busca quien te las lleve a Caracas y te las regalo”. Sonia Pilo apareció desde Orlando, Estados Unidos: “si puedes esperar que las mande por barco, te envío más cantidad. Si no, te las mando por carga aérea”. Una amiga de Sonia, Hilda Díaz, escribió: “Sonia, ¿cuánto sale enviarlo por avión? Para ver si podemos pagarlo entre varios que vivamos en Orlando. Esta semana voy a mandar unas cosas por barco, se podría mandar algo en esa caja y otra parte por avión”. Mi prima Olga Consuelo también enviará fórmula y pañales desde USA. Edwin Santos me contactó desde El Nula, Alto Apure “te puedo donar un pote, ¿cómo hacemos?”. Catherine Gómez, de Eslabones de Amor Venezuela, también me escribió : “queremos ayudar al bebé”.
Tengo que agradecer los miles de retuits de mis mensajes, los consejos sobre formas de alimentación alternativas y a quienes se tomaron la molestia de averiguar dónde había fórmulas para donar, fórmulas en venta y sus precios.
El lunes al mediodía llegó James a mi casa. Le habían prestado una moto. Primero le di la bolsa con la quimioterapia. La abrazó. “Gracias, gracias, gracias”, no paraba de decir. “No tienes nada que agradecerme, yo sólo traje la quimioterapia que mi prima me regaló”, le dije. Luego abrí mi carro para sacar los potes de fórmula que había buscado en la mañana. Cuando vio la fórmula, James se puso a llorar. Lloró como un niño. Nos abrazamos. Por fin tenía alimento para su bebé por unos meses. Una angustia menos. Sus lágrimas me sacaron lágrimas. Subí a mi casa enjugándolas, convencida de que éste es el mejor país del mundo, que tenemos remedio, que los buenos somos más, muchos más y que la esencia de la venezolanidad permanece intacta…]]>