Al paso
En política, como en la vida, el logro de los objetivos y el tiempo que toma alcanzarlos no depende solo de la voluntad.
En política, como en la vida, el logro de los objetivos y el tiempo que toma alcanzarlos no depende solo de la voluntad.
Para poder hay que querer, pero no basta querer para poder. Una de las frases que he escuchado más veces, principalmente para explicar por qué algo no sucede, es que no hay o no hubo voluntad política. Como si sólo de ese factor dependiera. De ordinario, la pronuncian ciudadanos desde fuera de la actividad política que no es tan fácil como muchos, incluso muchos políticos o aspirantes a serlo, creen. Y también políticos que buscan aprovechar la oportunidad para criticar a quienes quieren sustituir aunque saben, o deberían saber, que las cosas no son así.
En estos días, blancos de esos dardos son Juan Guaidó y la Asamblea Nacional y quien escribe que no forma parte de la conducción política de este proceso ni presume de ello, pero que sí le desea todo el éxito que el país necesita que tenga, simplemente se permite recordar lo que tanto y con tanta agudeza repetía un recordado amigo, “Dibujar una paloma es de gran facilidad. Abrirle el pico y que coma, esa es la dificultad”.
Que se llegue a la meta y cómo y cuándo, es el resultado de una compleja, abigarrada y a veces contradictoria multicausalidad. Saber lo que hay que hacer, hacerlo y hacerlo oportunamente, es indispensable. El que sabe a dónde va, nunca se pierde. Pero también influirán los aciertos y errores del adversario, su oportunidad y su influencia en el desarrollo del conflicto. Un error en el noveno inning de un juego cerrado no pesa lo mismo que uno abriendo el primero.
El político es un torneo desigual. No me refiero a las elecciones, que pueden igualarse por las reglas bien cumplidas. Hablo de la disputa del poder. La influyen la correlación de fuerzas y la de la fuerza, así como los escrúpulos (o su ausencia) a la hora de usarla, los factores internacionales, la gravitación de los factores económicos o sociales y su posibilidad de influencia real, el dinamismo de las corrientes en la sociedad. Inciden eventos inesperados o cuyos efectos exceden a lo previsible. Y, aunque no es científico, ese imponderable que llaman la suerte.
El carisma puede ser duradero, si se afinca en raíces sociales y culturales suficientes o volátil, si depende de circunstancias pasajeras. Pero es como en el golpe tocuyano “Ayayayay si la gracia se comprara, la gracia comprara yo. Ayayayay pero la gracia la tiene, aquel que Dios se la dio”.
Entiendo el apuro de muchos ¿cómo no? Todos quisiéramos que fuera más rápido el cambio y que transcurriera del modo menos traumático, en que nos ahorrara sufrimientos como pueblo. Pero no es posible anticiparlo. Y quienes conducen, ni apurados ni lentos. Al paso que aconseje esa realidad que deben seguir atentamente e interpretar cabalmente.