Aquí, los delincuentes comienzan a robar desde temprana edad. Los niños se meten en las casas a robar alimentos debido al hambre que los azota día a día viviendo en un lugar recóndito, al olvido del gobierno y sin esperanza a mejoras.
Las bandas organizadas se aprovechan de ellos y los reclutan para que aprendan el oficio, denuncian habitantes del sector. Es muy difícil que los pequeños tengan actividades extracurriculares, mucho menos compartir con sus familia pues sus madres en muchas ocasiones son trabajadoras domésticas en Caracas, por lo que solo las ven los fines de semana.
Asimismo, muchas familias han abandonado a sus hijos en busca de mejor calidad de vida en otros países. En ese sentido, los niños pasan gran parte del día solos y sin actividades más allá de ir a sus escuelas en el mejor de los casos, siendo más vulnerables a caer en la delincuencia. Para llegar a Turgua se necesita una camioneta 4×4, mucha paciencia y valentía, pues la subida de la montaña es larga y angosta, además cualquier descuido podría poner tu vida en peligro o, por si fuera poco, pudieras presenciar un enfrentamiento armado a cualquier hora del día entre las bandas que allí hacen vida.
En el camino, viviendas construidas en el medio de la montaña, lejos de la carretera y a escasos metros de ella adornan el paisaje. En el mejor de los casos, las casas son construidas con ladrillos bien frisados. Pero nunca falta la familia que al borde de la vía ve la oportunidad de comenzar una nueva vida construyendo su hogar con bahareque. En varios puntos del camino se agrupan personas a la espera del transporte para ir a trabajar. Otros ponen en riesgo sus vidas caminando a orillas del precipicio y por largos tramos debido a la escasez de unidades de transporte. Otros esperan en el hombrillo por gas, pues el camión que surte a Turgua y sus sectores aledaños lleva tres meses sin llevar el servicio.
En el sector La Hoyadita cientos de personas esperan con desánimo y cansancio recibir su caja CLAP del mes que el gobierno de Nicolás Maduro les vende. Todo un día perdido bajo el sol inclemente para obtener arroz, pasta, aceite, granos, harina de maíz y con la suerte de alcanzar llevar la proteína a la casa, en este caso, un pollo. Turgua es un pueblo de gente flaca debido a la falta de una alimentación balanceada.
La mayoría de los niños del sector come solo granos que vienen en el suministro chavista, aseguró la nutricionista María Corina Urosa, quien se ha dedicado por un año a hacerle pruebas antropométricas a cientos de niños de la localidad. «Hay muchos niños que sufren de acidosis tubular en Turgua, una condición que les dificulta su fase de crecimiento que consiste en botar minerales a través de la orina», denunció Urosa. Turgua debió ser un lugar para desconectarse del caos capitalino. Ubicado a más de 35km de Caracas, debió tener al turismo como fuerte de localidad, con posadas que reposen a las orillas del río y vistas al imponente Ávila. Pero al contrario, es conocido por su gente, por su alta criminalidad e inseguridad. Pocos se atreven a adentrarse en la montaña y presenciar la naturaleza.
Puerta Negra es el sector más inseguro y violento de Turgua, o así aseguran sus habitantes. Pasar por allí significa para visitantes tener un vacío en el estómago y encomendarse a Dios para que no ocurra alguna desgracia.
Hermanas misioneras
En vista de este panorama catastrófico para las familias de Turgua, las hermanas misioneras de La Misericordia decidieron actuar y ayudar a la comunidad incentivando en primera instancia la parte religiosa, de valores y la familia desde la casa La Misión, ubicada en el sector El Caracol.
En principio, las hermanas recibían a tres niños que estaban iniciados en el mundo de la delincuencia. «La comunidad no los quería. Tuvimos un caso una vez de uno de esos niños que lo amarraron a un tanque porque se metió en varias casas a robar y a la comunidad no le quedó de otra que amarrarlo al tanque hasta que llegara el papá. Cuando llegó el papá la comunidad le preguntó que qué hacían con el niño, a lo que respondió: ‘Si quieren mátenlo'», sentenció la hermana Taís Serrano, una de las encargadas de la casa La Misión. A raíz de este hecho, las hermanas les ponían un plato de comida a 200 metros de la casa, ellos iban, comían y se iban corriendo. «Tenían 7, 8 y 9 años de edad. Poco a poco se fueron acercando. Hasta que vinieron a comer con nosotras. Se les fue hablando porque eran en principio niños muy violentos», señaló Serrano. «Una vez que recibimos a los niños acá, las mamás también empiezan a abrir su corazón a contarnos cuáles son las deficiencias que tienen en casa, uno las empiezan a aconsejar y ya se va viendo el cambio. Uno ve cómo mujeres que son maltratadas son capaces de denunciar a los agresores», dijo Serrano.
En la casa La Misión realizaban una olla solidaria cada sábado para 60 niños de la comunidad con los escasos recursos que obtenían. La situación estaba mucho peor y habían semanas en las que le daban solo auyama con mantequilla. La labor de las hermanas se veía coartada por la grave situación política, económica y social. No tenían abasto para tanta demanda y desde la llegada de ONG Acción Humanitaria por Venezuela, el 27 de diciembre de 2017, el panorama para ellos cambió radicalmente.
Llegaron a Turgua, en principio para repartir juguetes y vieron la severa crisis en materia de salud y nutrición que decidieron instalar un comedor. Acción Humanitaria por Venezuela nació en 2017, cuando comenzó la fuerte escasez de medicamentos y alimentos en todo el territorio nacional. Tiene como foco principal ayudar a poblaciones rurales y/o de alta criminalidad. Bajo el programa Nutriendo la Esperanza, la ONG abarca la nutrición, la salud y la educación de los niños. Cuentan con el respaldo de Digisalud y del Centro Médico Docente La Trinidad quienes apoyan con jornadas médicas.
También, tienen alianzas con World Central Kitchen y Alimenta Venezuela -que semanalmente dona 30 kilos de pollo a La Misión-. Acción Humanitaria por Venezuela tiene miembros en Costa Rica, España y EEUU que también hacen posible la labor, con entregas de alimentos no perecederos que benefician más de 700 niños de Turgua y El Paraíso, en Caracas.
Un lugar de esperanza
Jeanette Moreno, directora de la ONG, logró junto a su equipo y las hermanas, alzar un humilde merendero en dos meses, en un espacio que sirve de capilla, salón de aprendizajes y comedor en tan solo unos 8×4 metros cuadrados. «Así nació el programa ‘Nutriendo la esperanza’, porque creemos en el futuro, porque peleamos por el futuro y el futuro está en los niños», dijo la directora de la ONG.
Comenzaron atendiendo a 45 niños y ya van por 60. Reciben ayuda de tres madres que trabajan de manera fija haciendo el almuerzo diario. «Si fuera por nosotras dos, las únicas hermanas que estamos acá no hubiésemos podido, solas no podemos. Para nosotras ha sido una gran ayuda», agradeció la hermana Taís por la ayuda de la ONG.
Los niños van al comedor después del colegio. Allí almuerzan y reciben el apoyo educativo de una psicopedagoga dos días a la semana debido a las carencias educativas del sector. Luego meriendan y se van a sus casas.
«Nos preguntan mucho si tenemos orfanato donde recibamos a los niños. No, nosotras queremos es salvar a la familia. La idea es esa, que las madres se involucren en el trabajo, de la atención a sus propios hijos. Por eso ves que vienen las madres. Porque la idea no es quitarle a sus niños sino que se preocupen por la atención integral de sus hijos», señaló la hermana Taís.
El futuro son los niños
En principio, los niños llegaban a la casa con rostros que reflejaban tristeza y un cuerpo que demandaba comida y amor. De acuerdo con María Corina Urosa, nutricionista de la ONG, en algunos casos presentan serios problemas de desnutrición y malnutrición.
Desde la ONG se ha hecho todo lo posible para mejorar la acidosis tubular que presentan los más pequeños, trayendo alimentos de Estados Unidos y educando a las señoras que cocinan para que sepan cuantas son las raciones que tienen que cocinar.
Las condiciones en Turgua son bastante precarias. Celeste González, profesora especialista en educación especial que presta ayuda en La Misión, señaló que los niños no sabían comer en la mesa, no tenían ningún tipo de hábitos ni de higiene. En su mayoría tenían sarna y piojos. Así, comenzó un trabajo desde cero y de hormiga hasta el día de hoy cuando ya se saben sentar en las mesas. Uno de los logros de las hermanas misioneras y del equipo que quiere salvar a los niños es que han logrado la inserción escolar en muchos casos. Con siete años viviendo en Turgua, las hermanas de la Misericordia han sido siete veces víctimas de robo por parte de familiares de los niños que se benefician de la labor de las misioneras. «En la última oportunidad que alguien intentó meterse en la casa ya ves cómo la comunidad reacciona y son ellos mismos quienes bajan y defienden a las hermanas. Roban la comida», dijo la hermana Taís. «Aquí hay mucha miseria y pobreza. Y lo que puedan robar lo venden y ni siquiera es para comer sino para consumir drogas, porque ya en varias oportunidades nos ha tocado desenmascarar a los ladrones», señaló. Las hermanas misioneras esperan que la comunidad de Turgua esté integrada y que la Misión crezca en infraestructura para poder atender la demanda de niños. «Hay madres que nos piden que integremos a sus hijos y que nos piden colaborar para ellas mismas comerse un plato de comida», destacó. A la casa La Misión le falta mucho por crecer. Pese a que la ONG logró que la casa tuviera un sistema de agua potable y tanques de agua, se espera que con ayuda de los donantes y alianzas con organizaciones extranjeras puedan terminar la fachada, el segundo piso de la casa y la instalación de una cocina eléctrica y así atender a todos los niños de la comunidad que así lo requieran.
Con cariño y amor, el rostro de los niños cambió notoriamente. Se sienten incentivados por ir a la Misión, para estudiar, comer y aprender cosas nuevas. Para la ONG, las hermanas y los representantes es importante que los niños sepan que hay un mundo más allá de Turgua. Que crezcan, se desarrollen y sean personas de bien.