Venezuela

Caracas: Desplazados de Güiria viven en casas de bahareque

Desplazados de Güiria e Irapa viven en la carretera vieja de Mariches en casitas de bambú y barro hechas por ellos mismos. Aun así consideran que su "ranchería", como la llaman es un paraíso, al lado del infierno que vivían en el Oriente de Venezuela

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desplazados de Güiria

Güiria es el rincón olvidado de Venezuela, el extremo Oriente donde las desgracias se quedaron a vivir. Sus habitantes buscan huir de ellas por mar, en precarias embarcaciones hacia Trinidad, o por tierra hacia Caracas, viajando casi 700 kilómetros con un par de bolsas encima. Los desplazados de Güiria esperan encontrar en la capital una forma de seguir sobreviviendo.

Pero su pobreza y su desamparo es tal que la única manera que encuentran de tener un techo es retrocediendo décadas en sus viviendas. Al borde de la carretera vieja de Mariches, en el estado Miranda, están construyendo casas de bahareque.

desplazados de Güiria casas de bahareque

El bahareque es una precaria técnica de construcción que entreteje palos o cañas y los une con barro. Es ancestral, viene de las etnias precolombinas, pero con el paso de las décadas ha sido sustituida por métodos más seguros o modernizada combinándolo con otras técnicas. Pero en las casitas de los desplazados de Güiria y su población vecina Irapa, el bahareque es el más rudimentario que hay. Solo tiene barro y bambú.

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Quienes frecuentan esa carretera observaron cómo fue creciendo la nueva comunidad, en un terreno invadido, cerca del paso de San Isidro.  Están a apenas un kilómetro de la Urbanización Miranda, la última frontera de Caracas, una zona acomodada con quintas y edificios. El contraste es notorio.

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«La ranchería»

En total, en la nueva comunidad de la carretera vieja de Mariches viven 20 familias, todas conformadas por desplazados de Güiria e Irapa. A su nueva zona ellos la llaman simplemente «la ranchería».

guiria

Carlos González es uno de ellos. Originario del pueblo de Campo Claro, en Irapa,  tiene dos años en el asentamiento. Habla con voz cálida y amigable. Con total honestidad cuenta que se fue de «su Oriente», al que extraña, porque se le hacía muy difícil sobrevivir de la pesca y la siembra, que es lo que sabe hacer.

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Las razones son innumerables: la escasez de insumos hace imposible la faena, cuando se encuentran están muy costosos y no hay gasolina para sacar la cosecha ni lanzar las barcas al mar, en caso que no le hayan robado el motor. La delincuencia, organizada e impune, les quita lo poco que logran.

«Me vine a Caracas con mi mujer y mis hijos, a este lugar donde ya estaban otros paisanos. Muchos parientes tuvieron que hacer lo mismo. Teníamos un conuco (pequeño sembradío en los terrenos de su vivienda) para poder comer. Lo trabajamos con esfuerzo y, cuando llega el tiempo de cosechar, el hampa te roba lo que siembras. A los barcos le roban los motores. Los usan para el contrabando hacia Trinidad. Y el pescador artesanal no tiene dinero para comprar otro motor», dice Carlos.

Mientras camina por el caserío y demuestra lo tranquilo que hasta ahora viven en «la ranchería», habla de su casa de barro.

«No nos gusta vivir así, pero no tenemos dinero para comprar bloques ni cemento. El poco dinero que conseguimos es para comprar comida. Así que decidimos hacer las casas como las que teníamos cuando éramos pequeños», dice Carlos y comienza a explicar el proceso.

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Primero, se hace el esqueleto con bambúes. Luego se llena el espacio entre las cañas con barro. Eso sí, enseguida hay que hacerle un techo porque si le cae lluvia, se ablanda el barro. «Claro que yo quería una casa con bloque y platabanda pero, si no se puede, el bahareque es una opción», añade el güireño.

Barro frisado

Las casas más elaboradas de «la ranchería» también son de bahareque. Lo que las hace mejores es que el barro está «frisado» por fuera, es decir, parece una casa hecha de bloques y cemento. Así es el hogar de la simpática Aragelis Alcalá.

«La casa tiene dos años. La hice yo misma, con mis manos y mucho barro. Los orientales sabemos cómo resolver una vivienda con barro. A mí me gusta mi hogar, aunque le falta el piso. Lo haremos poco a poco. Siento que Venezuela está en un retroceso tremendo. En vez de mejorar, vamos para atrás», comenta.

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Cuando decidió emigrar de Irapa a Caracas lo hizo sola. Dejó a sus seis niños atrás, al cuidado de los familiares. Pero ya logró traerlos a todos. Ellos la ayudaron a frisar el hogar.

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Para sobrevivir, los desplazados de Güiria e Irapa ofrecen sus servicios. Las mujeres planchan y limpian por día. Los hombres hacen albañilería o cualquier oficio que les propongan. Y, aunque admiten que «la cosa no está fácil», consideran que vivir en «la ranchería» de San Isidro, en Mariches, es «un paraíso» comparado con los pueblos de donde vienen.

El hampa manda en Güiria

Hace poco, el nombre de Güiria sonó en varios países del mundo debido al terrible naufragio en el que murieron 33 personas tratando de llegar a Trinidad y Tobago. También porque en ese país vecino tenían presos, en jaulas, a niños y adolescentes venezolanos que trataban de reunirse con sus padres, que ya estaban allá. Estas situaciones son solo fogonazos de la podredumbre social y económica que viven en esa zona y de la que tratan de escapar.

Sin embargo, para los desplazados de Güiria lo peor es el hampa. Así lo dice Julio Bastardo, otro de los vecinos de «la ranchería».

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«Güiria está abandonada, muchacho. Si no sales de Güiria igual te roban y matan malandros nuevos. Son una plaga que ha dañado todo. Puedes estar de noche durmiendo en tu rancho, y ellos entran y se llevan todo lo que encuentran. Y si no tienes mucho, se enfadan y te disparan. Yo, antes de ver a mis hijos caer en la delincuencia o que me los mate algún criminal, preferí salir de allí con ellos y venir a San Isidro, donde tenemos paisanos y sabemos que nos quieren», cuenta.

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Asegura que «los secuestros, el robo, la droga y el contrabando de personas a Trinidad» tiene muchos años de estar ocurriendo pero salieron a la luz pública con los naufragios.

El desplazamiento de los güireños es masivo. Algunos llegan a San Isidro, a pasos de Caracas. Los que no pueden viajar tanto se están concentrando en Puerto La Cruz y Boca de Uchire, en el estado Anzoátegui y en El Guapo, en el lado oriental del estado Miranda.

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En «la ranchería» solo quieren un poco de atención. Piden acondicionar las aguas servidas. Están dispuestos a poner la mano de obra para las mejoras del lugar. Su prioridad es (sobre)vivir tranquilos.

Con edición de Giuliana Chiappe

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