Venezuela

Francisco Soto Oráa: “La coyuntura actual no ha logrado acabar con la relación entre Venezuela y Estados Unidos”

A 245 años de la independencia de los Estados Unidos de América y a 210 de la de Venezuela, en medio de las tensiones actuales, vale repasar la relación entre ambos países. Este vínculo se remonta al siglo XIX y que vivió su mejor época en la democracia, durante la segunda mitad del XX.

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Entre 1961 y 1997, cuatro presidentes estadounidenses visitaron Venezuela de forma oficial: John F. Kennedy (1961), Jimmy Carter (1978), George H. Bush (1990) y Bill Clinton (1997). Aunque eran claros los intereses políticos y económicos que estuvieron detrás de cada una de las visitas, se trató de una relación cordial y amistosa que se esfumó con la elección de Hugo Chávez a la presidencia en 1998.

No todo terminó allí: si bien no estamos en el mejor momento de esas relaciones bilaterales -pues ni siquiera existe representación de ese país en Caracas-, hay lazos culturales que no se han podido romper, porque es una relación de larga data, desde hace 200 años.

Así lo piensa Francisco Soto Oráa, profesor de la Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes (ULA) y quien acaba de publicar De la Casa Blanca a Miraflores. Los presidentes de Estados Unidos en Venezuela (1961-1997), con prólogo del académico Edgardo Mondolfi Gudat, experto en la materia.

Francisco Soto

Soto Oráa decidió escribir el libro pues en el país escasean las investigaciones equilibradas dedicados al tema, pese a los trabajos de Simón Alberto Consalvi, Carlos Romero, Edgardo Mondolfi, entre otros. Un discurso antiestadounidense recorre las universidades venezolanas desde el siglo pasado, muy influenciado por la Teoría de la Dependencia y otros fundamentos ya superados. Su libro –dijo para esta entrevista– busca ser una contribución en ese sentido.

—Han transcurrido 245 años desde la independencia de los Estados Unidos y 210 desde la venezolana. La revolución norteamericana sigue triunfando hasta el sol de hoy, pero en Venezuela han sido más los tropiezos que los aciertos. Una está inspirada en la otra, pero, a su criterio como experto en la materia, ¿a qué se debe esa disparidad?

—El concepto de la visión estadounidense se basa mucho en la democracia progresiva y evolutiva, es decir, comprender que más allá de esos pocos artículos que componen su Constitución y organizan el Estado, se han creado un conjunto de Enmiendas a través de las cuales, en el devenir histórico estadounidense, van transformando las estructuras económicas, políticas y sobre todo sociales, adaptándose a sus necesidades. Lo vemos desde las primeras 10 enmiendas, donde se garantizan las libertades fundamentales, un conjunto de derechos que no fueron señalados en el primer articulado. Luego, cuando la esclavitud complejizaba el sostenimiento del Estado y la República, tuvo que enmendarse la Constitución; lo mismo cuando los clamores de la mujer se hicieron sentir, tuvo que enmendarse la Constitución. El sistema de enmiendas permite que las fallas y las omisiones y los espacios de opacidad, que se notaban dentro del armazón político estadounidense, se llenen. En América Latina es distinto, se busca derribar el pasado para hacer algo nuevo. En Estados Unidos van al pasado para construir una Enmienda. Ellos tienen muy presente la noción de los Padres Fundadores, pero nosotros no: aquí se rompe y se niega el pasado, empezando desde cero siempre sin ver las necesidades de nuestra sociedad. No se piensa en el futuro, no se conciben cartas magnas perfectibles en el tiempo, sino que se consideran únicas, sagradas e inamovibles, y al ser vistas de esa manera, terminan siendo rechazadas por diferentes grupos sociales cuando sus demandas no se toman en cuenta.

—El imperio de las instituciones versus la voluntad de los hombres.

—Exacto, el sentido que ni siquiera el presidente de los Estados Unidos está por encima de la ley. Eso es uno de los valores más importantes de la democracia estadounidense, que ha entrado en crisis varias veces: desde la Guerra Civil, su mayor crisis, pasando por la gran depresión y el escándalo del Watergate, hasta el asalto al Congreso en enero de 2021. Pero, pese a eso, se mantiene un sistema democrático, de instituciones, basado en la Constitución de 1789.

—Usted dice en el libro que Estados Unidos y Venezuela han tenido relación desde la independencia, pero las visitas iniciaron con la democracia en 1961, pese a que hubo buenas relaciones con Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Rómulo Gallegos y hasta Marcos Pérez Jiménez. ¿Por qué el contacto se hizo más cercano en 1961 y no antes, cuando ya había cordialidad?

—La llegada de John F. Kennedy vino con un nuevo ideario de lo que debía ser el relacionamiento de los Estados Unidos con América Latina, fundamentado en la restauración de la democracia tras largos períodos dictatoriales. Esto llevó a que se pretendiera dar mayor peso a los gobiernos democráticos, como una forma audaz de contención de la irrupción del comunismo cubano. Y ese ideario era el de un sistema democrático con un sentido social hacia una sociedad empobrecida y analfabeta, que se conjugaba con el sistema de libertades que ya ambos países compartían.

—Eso en el caso venezolano, pero Kennedy hizo caso omiso a las dictaduras del continente. ¿Cómo se acopla ese discurso democrático, dirigido a Venezuela, con el respaldo a las dictaduras de la región?

—Era el contexto de la Guerra Fría. El problema que representaba Cuba para América Latina era tan complejo, como factor de agitación y de seguridad para los Estados Unidos, que a pesar de esa confluencia de factores idearios democráticos también se partió de un principio pragmático: cualquier política de contención al comunismo era preferible a tener un gobierno aliado a Cuba, aun cuando en estos casos terminaban teniendo gobiernos dictatoriales. Eso nos da otra arista de análisis: la divergencia de criterios y los problemas que existían entre la política exterior, la “doctrina Betancourt” y la política de la Casa Blanca donde también había desacuerdos. Uno de ellos era ese: el respaldo a gobiernos no democráticos.

—El siglo XX es el siglo del fin del aislacionismo estadounidense, país que tuvo una marcada presencia en América Latina, pero su libro narra otra cara: en Venezuela la situación fue distinta. ¿Fuimos una excepción en las relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica?

—Venezuela, desde la restauración democrática en 1958, terminó siendo el interlocutor confiable de los países latinoamericanos con Estados Unidos. La relación no solamente se basó en el aspecto estrictamente económico y particularmente petrolero, sino que muchos asuntos regionales y hemisféricos terminaban con negociaciones y entendimientos en los que Venezuela sirvió de puente. Un ejemplo claro de ello fueron las negociaciones por el canal de Panamá. La gestión y el lobby político del presidente Carlos Andrés Pérez por convertir el canal en una causa latinoamericana, más que panameña, fue uno de los factores que incidió notablemente en los acuerdos Carter-Torrijos en el año 1977. Entonces sí, esa relación marca un punto de diferencia entre Venezuela y los demás países latinoamericanos. A lo largo del siglo XX, a pesar de lo difícil de las relaciones de la región con Estados Unidos, Venezuela mantuvo cordialidad y reciprocidad, pero con autonomía, porque nunca hubo subordinación de Venezuela ante los Estados Unidos.

—Y eso que los comunistas llamaban “procónsul” a Rómulo Betancourt.

—Sí, incluso, hubo un discurso de él, celebrando los tres años de gobierno, en el que él habla sobre el recibimiento a Kennedy como jefe de Estado, como líder democrático, pero con todo el respeto y la dignidad de un jefe de Estado soberano y autónomo y no un procónsul estadounidense.

—Existe una marcada diferencia entre las visitas de los presidentes demócratas y la de los republicanos. Si bien tenían intenciones claras al visitar nuestro país, al revisar las declaraciones a los medios, observo que los demócratas parecieron adecuarse más que George H. Bush.

—Sí, en parte porque es evidente la cercanía ideológica y hasta de propósitos sociales y políticos de los demócratas con los líderes venezolanos. Eso alcanzó su máxima expresión con la relación que tenían Kennedy y Betancourt o Jimmy Carter y Pérez. Aunque eso no quiere decir que el presidente Bush no haya tenido una política cercana hacia América Latina, pero eso claro no se acercó tanto como Carter cuando, en su discurso ante el Congreso, un conjunto de ideas que parecieron ser las ideas progresistas de cualquier político latinoamericano, pero era el presidente estadounidense que proponía un intercambio equitativo del comercio, de precios justos entre países productores y exportadores, transferencias de tecnologías y un conjunto de ideas que son banderas de los movimientos progresistas. Entonces, sí se nota ese acoplamiento del partido demócrata con Venezuela.

—Además, la cultura venezolana es más compatible con los demócratas.

—Claro, te doy un ejemplo: Kennedy fue el primer presidente católico en la presidencia de los Estados Unidos. Y, desde los pulpitos de las iglesias, los sacerdotes venezolanos llamaban a recibirlo en diciembre de 1961. Eso no quiere decir, insisto, que al presidente Bush no le gustara Venezuela. Él, de hecho, vino al sepelio de Rómulo Betancourt en 1981. O, incluso, regresó en los primeros años de Hugo Chávez como mediador para aliviar tensiones.

—Si bien hubo cordialidad y respeto entre ambos gobiernos, no se puede decir lo mismo de la población: aparte de los disturbios contra Richard Nixon en 1958, hubo desprecio a Bush en 1990. En la investigación, ¿qué encontró sobre la receptividad de los presidentes?

—Cuando se planificó la visita de Kennedy existían muchas dudas, primero por garantizar la seguridad del presidente y segundo por el impacto mediático que podía tener. Arthur M. Schlesinger, quien fue uno de los asesores más importantes de la administración Kennedy, relata en sus Memorias que, durante el vuelo hacia Caracas, Kennedy le dijo a uno de sus funcionarios que si eso salía mal que lo mejor era seguir hacia el sur. Había dudas, porque Venezuela estaba convulsa, agitada por los movimientos radicales de izquierda, por los movimientos que habían tomado las armas, financiados y entrenados por Cuba. Ese temor llevó a reforzar las medidas de seguridad. Aun con todo y eso fue un acontecimiento esa visita: se rompió con la visión de la Venezuela atrasada de la dictadura, ahora era moderna, avanzada, con la visita de la pareja presidencial más cotizada de los 60, símbolos de la modernidad en esos años. Por eso, representantes gremiales, cámaras de comercio, periodistas, grupos políticos y hasta la Iglesia llamaron a la recepción. El suceso rompió todas las expectativas. Kennedy fue vitoreado y aplaudido por gente que agitaba banderas de Estados Unidos y de Venezuela, enmarcados también en la Alianza para el Progreso. Jackie Kennedy habló en español y se ganó la simpatía de la gente.

—¿Y con los demás hubo igualmente efusividad?

—El pico más alto lo representó la visita de Kennedy. Con Carter no fue tan masivo, pero hubo simpatía y muestras de aprecio y se manifestó empatía. Ahora, con Bush fue protesta, rechazo, actos vandálicos y violentos en varias ciudades: Mérida, Puerto La Cruz, Maracay, Caracas. Estudiantes que quemaron banderas de Estados Unidos, incendiaron comercios y trancaron calles. Toda una crítica por el rechazo a la gestión del presidente Carlos Andrés Pérez y, tras el derrumbe soviético, la crítica al neoliberalismo y a los Estados Unidos, como culpable de todos los problemas latinoamericanos. Jorge Rodríguez, actual presidente de la Asamblea Nacional de Maduro, encabezaba las protestas en la Universidad Central de Venezuela. Clinton fue la otra etapa: la Venezuela de los 90, de la antipolítica, la del rechazo a todo lo que tenía que ver con el sistema. Fue una visita que pasó desapercibida, que no tuvo el carisma ni la emoción de la población. Un aforo creado para 5.000 personas apenas llegó a 2.000.

Dice el historiador Edgardo Mondolfi, quien es el prologuista del libro, que Venezuela supo sacar provecho de la parcelación dictada por la Guerra Fría. ¿A qué se refiere exactamente el historiador?

—Luego de esa relación conflictiva que tuvo Venezuela con Cuba, en el marco del financiamiento a grupos armados, la política exterior venezolana fue muy inteligente y pragmática, al no tomar partido en esa parcelación que existió durante la Guerra Fría. No tomar partido en torno a intereses políticos, sino a manejarse con cautela, cuidado y diplomático que alejó al país de entrar en esa dinámica beligerante y conflictiva de la Guerra Fría. Eso se nota en la presidencia de Carlos Andrés Pérez: Venezuela entabla relaciones con la Unión Soviética, Cuba y los países de Europa oriental, pero mantiene buenas relaciones con los Estados Unidos. Pérez buscaba alejar a Cuba de la Unión Soviética y acercarla al contexto latinoamericano. Además, esta condición le permitió a Venezuela ser un abastecedor confiable y seguro de petróleo a Estados Unidos. Una política autónoma durante ese contexto.

—La última visita presidencial se efectuó hace 25 años, bajo la segunda presidencia de Rafael Caldera en 1997, ¿quiere decir que las buenas relaciones entre Estados Unidos y Venezuela se fueron con el siglo XX?

—La etapa de mayor acercamiento, intercambio y reciprocidad fue la del período democrático, que comenzó en 1958. A pesar de las dificultades y conflictos que continúan hasta el día de hoy, es una relación que pervive: los vínculos de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela no están establecidos en un período corto de tiempo, se trata de una relación bicentenaria. Tampoco es estrictamente económica, se trata de diálogos políticos, sociales y culturales. Si bien en esos 40 años de democracia se vivieron las relaciones más estrechas, ellas no se han roto del todo, existen, pero con otras dinámicas. La coyuntura actual no ha logrado acabar con la relación entre Venezuela y Estados Unidos: compartimos rasgos culturales y deportivos, más que con China o Rusia. Es más, si ves las negociaciones actuales, ves que Nicolás Maduro quiere acercarse a los Estados Unidos.

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